Al pensar en Mariana Enriquez y Analía Couceyro cruzadas por un espacio como el Cementerio de la Chacarita, inmediatamente se configura un universo. Podría decirse que era un cruce esperado. La nueva edición del FIBA presenta Nada de carne sobre nosotras, un recorrido por el cementerio donde el público es guiado por actores y actrices que narran en primera persona fragmentos de historias escritas por Mariana Enriquez, un mundo literario tan terrorífico como adictivo.
No es la primera vez que Analía Couceyro, creadora de esta propuesta, transforma la literatura producida por mujeres en una experiencia escénica: Tanta mansedumbre (2001) invitaba al rito de una taza de té con un pedazo de torta en la intimidad del Sportivo Teatral y trabajaba sobre textos de Clarice Lispector; El rastro (2014) adaptaba la novela homónima de Margo Glantz en la terraza del Malba; y El nervio óptico (2016) recuperaba la voz de María Gainza en un recorrido por el Museo Nacional de Bellas Artes a partir de siete monólogos interpretados por actrices.
Esta vez Couceyro eligió la pluma de Enriquez como guía. Nada de carne sobre nosotras pone en primer plano la experiencia de los asistentes y la atmósfera de un sitio que en sus instalaciones lleva escrita buena parte de la memoria de la ciudad de Buenos Aires. En “La muerte y la doncella”, una de las crónicas de Alguien camina sobre tu tumba, Enriquez se define como una “catadora de cementerios”. La etiqueta sintetiza el modo en el que la autora se vincula con esos espacios singulares que, al mismo tiempo, pueden ser hallados en cualquier parte del mundo. Con ese desparpajo narra una experiencia sexual en el Cementerio de Staglieno o el robo de un hueso bautizado François en las Catacumbas de París.
En esas crónicas no hay morbo sino una relación natural con las necrópolis, un vínculo que se aleja de cualquier solemnidad. Enriquez suele decir que los cementerios le producen alivio y eso responde a haber vivido la dictadura argentina, una época macabra en la que no había nada para enterrar porque los cuerpos estaban ausentes y eran reclamados por sus familias. No es casual que Couceyro y Enriquez pertenezcan a la misma generación (se llevan apenas unos meses). Nada de carne sobre nosotras mantiene ese espíritu y desacraliza el espacio a través de las ficciones. Después de todo, los cementerios suelen funcionar como grandes dispositivos de construcciones ficcionales.
Ariel Farace interpreta en “El desentierro de la angelita” a una mujer que es visitada por su tía abuela muerta, una bebé a medio pudrir; Susana Pampin le da vida a la narradora de “El chico sucio”, una joven que vive en Constitución y cree que puede batallar con el barrio y sus propios prejuicios; Lisandro Outeda le pone el cuerpo a la voz de “Fin de curso”, una adolescente que comparte su último año de secundaria con Marcela, la compañera de cara olvidable que se automutila porque ve una aparición en el baño; Couceyro representa a la narradora de “La casa de Adela”, una chica que atestigua junto a su hermano la desaparición de su amiga en una casa fantasmal que come gente (personaje que migró de Las cosas que perdimos en el fuego a Nuestra parte de noche); y Rocío Domínguez hace lo propio con “Nada de carne sobre nosotras”, una mujer enamorada de una calavera que comienza a aborrecer la obesidad de su novio y anhela verse igual que su hueso.
La elección de los cuentos es un gran acierto porque permiten trabajar sobre una primera persona fuerte que narra los hechos. Lxs intérpretes logran apropiarse del espacio y utilizan todo lo que ocurre en el entorno a su favor: un ataque de mosquitos, un colibrí que choca contra el techo, una gotera, el gorjeo de una bandada de pájaros que pasa volando sobre la escena o el silencio espectral que se produce en ciertos rincones del cementerio. La experiencia es íntima y, a la vez, colectiva, porque se recorre el lugar respetuosamente junto al grupo y todo converge en la ficción.
Nada de carne sobre nosotras pone en evidencia que la literatura es cuerpo, y que ese cuerpo tiene su propia voz cuando la potencia del relato se une a buenas interpretaciones. El espacio no es meramente escenográfico sino que produce su propio sentido: las historias son representadas entre tumbas y los muertos o espectros que se invocan en los cuentos parecen estar ahí, a pocos metros. El que titula esta experiencia, dice: “Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados”.
* Nada de carne sobre nosotras puede verse el miércoles 3 a las 15 en el Cementerio de la Chacarita
Laura Gómez