Con la muerte de Carlos Menem reaparecieron análisis de sus presidencias, balances sobre la década del 90 y un mosaico de reflexiones personales que grafican en mayor o menor medida una época de transformaciones sociales aceleradas que cambiaron el panorama socio-económico de la Argentina.

Sin embargo, poco se dijo sobre el proceso político que renovó al peronismo luego de la derrota electoral de 1983, del cual emerge la figura de Menem. Para conversar sobre lo que significó la Renovación, el Suplemento Universidad conversó con Marcela Ferrari, doctora en Historia y directora del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del CONICET y la Universidad Nacional de Mar del Plata (INHUS).

—¿Qué significó la Renovación para el peronismo?

—La Renovación es hija de la derrota de 1983. Representa la expresión de un momento político democratizador que le devolvió al peronismo esa competitividad perdida y que aggiornó el discurso partidario. Los puntos salientes están vinculados con que fomentó una mayor participación directa del afiliado en las elecciones, tanto partidarias como en candidaturas de gobierno; y permitió desplazar a una conducción partidaria sindical que quedó muy identificada con la derrota electoral y la reemplazó la rama política del Movimiento Nacional Justicialista. Esto favoreció la renovación y el recambio de cuadros dirigenciales, conformando una opción electoral que ya en 1987 era atractiva en buena parte de las provincias.

—¿Qué transformaciones partidarias fomentó la Renovación?

—Es una renovación generacional pero también de ocupación de los espacios políticos. Hay dos procesos al interior de la Renovación, a la luz de los cuadros que uno ve que van alcanzando el poder. Si uno mira la figura de Antonio Cafiero, se encuentra con un señor que en 1983 tiene 63 años, que hasta entonces había ocupado puestos de funcionariado, pero que la mayoría de esos puestos los había alcanzado por su saber técnico. Otra figura de la Renovación es la de Carlos Menem, que era 10 años menor que Cafiero, pero que sí era un cuadro netamente político de una provincia periférica como lo era La Rioja.

Si bien no fue un proceso homogéneo, se empieza a ver en todo el país una fuerte renovación generacional dentro de las segundas líneas políticas que comienzan a asumir funciones y espacios de poder dentro del peronismo.

—¿Fue un proyecto centrado y conducido por la provincia de Buenos Aires o fue una confederación de proyectos partidarios?

—Es un mosaico de proyectos. En la época posterior a la elección de 1983 hay una idea circulando por el peronismo de que es necesario renovarse para volver a los orígenes. Esa necesidad de desplazamiento de la cúpula sindical derrotada es experimentada por el espacio partidario y tiene una enorme visibilidad en Buenos Aires porque Cafiero arma un discurso que toman los medios para difundir esta crítica interna. En abril de 1984, el diario Clarín levanta una nota escrita por Cafiero que llevaba por título “¿En qué nos equivocamos?”, en la que resalta que se reemplazó la lucha por las ideas por la riña interna de los espacios, y eso llevó a la derrota.

En paralelo a lo que ocurre en Buenos Aires hay que destacar a los gobernadores que ganaron en sus respectivas provincias. Si uno mira las reformas de las cartas orgánicas que realizan las provincias, se da cuenta que es un anticipo de este proceso democratizador antes que en provincia de Buenos Aires.

Mientras que en 1985 la carta orgánica de Mendoza establece el voto directo del afiliado para elegir candidatos para democratizar al partido; Cafiero va a liderar este proceso en Buenos Aires, teniendo que ir por fuera del partido para competir contra la ortodoxia, siendo finalmente electo en las internas por aclamación del Consejo y no por elección directa del afiliado.

—¿Qué lugar ocupó Carlos Menem dentro de la Renovación partidaria?

—Menem es el caso emblemático de la Renovación. Primero construye su liderazgo provincial y luego triunfa sobre las otras líneas del justicialismo y las suma para su corriente política; también negocia con las dirigencias partidarias de cada provincia y se proyecta sobre los otros espacios peronistas. Además, se acerca a Alfonsín e incluso vota por el “Sí” en el plebiscito por el Canal de Beagle apoyando la causa presidencial.

Cuando la Renovación hacía sus actos en Ciudad de Buenos Aires, los oradores eran Carlos Grosso como dirigente de Capital, Antonio Cafiero como representante de Buenos Aires y cerraba Menem, que de los tres era el único gobernador.

Para 1988, Cafiero había logrado ser presidente del justicialismo bonaerense, gobernador de la provincia de Buenos Aires y presidente del Movimiento Nacional Justicialista, sin embargo en junio de 1988 Menem le gana la interna.

Menem tuvo la habilidad para levantar a los caídos de la ortodoxia de Herminio Iglesias, contener a los renovadores desairados por Cafiero y atraer a un grupo de la Renovación para promover su figura política.

—¿Qué balance se puede hacer de la experiencia renovadora?

—La Renovación arrastró la transformación y la reconfiguración del peronismo en los años ochenta. Si uno mira ese proceso desde la complejidad que encierra, se va a encontrar con que la Renovación arrastra al conjunto del partido y a todas sus líneas internas. Muchos de los cuadros de la Renovación los vamos a encontrar, posteriormente, en el gobierno de Menem. En 1991, De la Sota dice “yo soy renovador, Menem es renovador, Cafiero es renovador y todos somos peronistas”, ahí hay una convergencia de cuadros de la Renovación detrás de la figura que triunfa en la interna.