No tendré ninguna relación sexual con mi esposo, o con mi amante. Aunque venga a mí en condiciones lamentables, permaneceré intocable con mi más sutil seda azafranada. Haré que me desee. Pero no me entregaré. Y si me obliga, seré tan fría como el hielo. No se la menearé. Así comienza el manifiesto de Lisístrata llamando a la primera huelga de mujeres de la que se tenga noticias. Resistir sometiendo a los hombres a abstinencia sexual. ¿Su objetivo? La paz, terminar con la guerra del Peloponeso.
Está escrita por un varón, Aristófanes, pero, ¿acaso sabía escribir y hubiera podido publicar una mujer en Atenas de hace veinte y seis siglos? Las huelguistas se comportan según reglas masculinas, pero, ¿disponían de otras posibilidades las iletradas prisioneras de gineceos occidentales? A una mujer contemporánea quizá esas osadas mujeres “no la representan” y es obvio. Representan a las sometidas de una sociedad esclavista y monolíticamente patriarcal. De todos modos, es la primera rebelión social de mujeres y -aunque sea simbólica- señala un potencial: ¡hasta acá llegamos!, ¡basta!
¿Otras huelgas sexuales de mujeres? En 2003, en Liberia, una protesta no violenta, que incluía abstinencia sexual con varones, organizada por Woman of Liberia Mass Action for Peace, colaboró a lograr la paz luego de casi tres lustros bélicos. Una de las promotoras de la huelga -Ellen Johnson Sirleaf- llegó a ser la primera mujer gobernante de su país y ganó el nobel de la paz por sus acciones no violentas a favor de la equidad.
En Colombia, entre 2006 y 2011, hubo dos huelgas de “piernas cruzadas”; una para terminar con la violencia de las pandillas. Las mujeres se aferraron a sus bombachas. Disminuyó sensiblemente la cantidad de agresiones pandilleras. La otra, que duró casi cuatro meses, tenía como objetivo la construcción urgente de una carretera en el municipio de Barbacoa. Acumulación de semen mediante, tuvieron su ruta. Otras huelgas de mujeres exitosas. Ya en nuestro milenio, Turquía, Kenia, Filipinas, Bélgica y Togo.
La voluntad de parar para reclamar es comunitariamente trasversal a mujeres de diferentes clases sociales, nacionalidad o jerarquía. La huelga en Kenia fue auspiciada por las esposas del presidente y el primer ministro, respectivamente. Exigían acuerdos que sellaran la paz con los rivales. Las activistas les ofrecieron a las trabajadoras sexuales pagarles el lucro cesante, las chicas también se habían unido a la huelga. Ganaron.
Con las piernas cruzadas las mujeres asumen su papel de instrumento del deseo machista y resisten desde ahí, con las mismas armas que el dominador: el sexo. Aprovechan la potencia del no que, en este caso, es una potencia productiva.
Pero hay otras huelgas. El paro internacional de mujeres es un dispositivo de resistencia contra las discriminaciones a las que milenariamente fue sometida la mujer. Un acicate para la obtención de derechos que, actualmente, lucha contra las discriminaciones en general y las sufridas por las mujeres en particular. Los reclamos más fuertes por la legalización del aborto en la Argentina se escuchaban en las huelgas de mujeres, y se ganó.
El paro se retroalimenta con la potencia del no hacer. Comenzó en Islandia, en 1975, con la celebración de El día libre de las mujeres. El noventa por ciento de las mujeres del país se plegaron. Se reunían por grupo temáticos o afinidades. Debatían, proponían líneas de acción, establecieron redes. Semillero de resistencias. Desde Reikiavik hasta la más remota aldea se desentendieron de oficinas, cocinas y pañales. Los periodistas llamaban a los hogares y atendían hombres, a veces con llantos de bebés. Debieron cerrar los bancos, las escuelas, el comercio. También le dicen “viernes largo”, obvio, para los hombres, que debieron cubrir frentes no frecuentados. Pero no se mostraron fastidiados. Al contrario, se inició un proceso de cambio que hoy les permite decir que son el país feminista por antonomasia. Vigdis Finnbogadóttir, una de las promotoras del día libre de las mujeres, llegó a ser, en los ochenta, la segunda mujer presidenta de república y la primera en el mundo elegida democráticamente.
La huelga de mujeres coincide con el día internacional de la mujer -8M- que rememora el masivo asesinato de obreras que se habían permitido hacer huelga en reclamo de derechos mínimos y legítimos. Se las quemó vivas. Hoy, en cada movilización, renace y se recrudece el recuerdo de aquellas víctimas del patriarcado y el capitalismo industrial.
A la manifestación histórica callejera y bullanguera del día de la mujer, se le agregó en los últimos años la modalidad “huelga”. Ese día el joven padre acostumbrado a no haber lavado un calzoncillo en su vida -porque primero fue hijo y luego esposo- cuando su mujer hace paro mira atónito como la caca del bebé se le escurre entre los dedos. No sabe qué hacer, ella sabe qué no tiene que hacer. Y esa voluntad de no hacer (que no es equivalente al desgano) produce más efecto que una manifestación tradicional. He aquí la potencia del no hacer: la inacción que promueve acciones. El motor inmóvil que mueve sin ser movido.
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No se lava ropa, no se cocina, no se va a la oficina, ni a la fábrica o el negocio. Ni a la escuela ni a hacer compras. El “preferiría no hacerlo”, del entrañable Bartebly de Melville, está poseído por una potencia en suspensión. Se reafirma desde la negación y, si es necesario, el silencio. Incontables son las marchas del silencio que produjeron efectos contundentes. Nada tan presente como lo ausente. Las tareas que las mujeres realizan diariamente pasan desapercibidas, basta que un día, se las deja de hacer para visibilizarlas. Se aprovecha para reclamar derechos. El paro tiene tal potencia que hay gobernadores, como el de Corrientes, que pretenden despotenciarlo otorgándoles asueto a las mujeres ¡el día de la huelga de las mujeres! ¿Impotencia de burócrata o manotón de ahogado? La prepotencia del poder patriarcal pareciera que presiente que su balsa está comenzando a hacer agua. Retomo el caso de Islandia. Las huelgas de mujeres son una tradición, colaboran a equilibrar la distribución de los poderes y ampliar las inclusiones. En el año 2000, Johanna Sigurdardottir logra ser ministra en ese país y es la primera lideresa mundial abiertamente homosexual.