Con los paros internacionales copamos la fecha del 8 de marzo y corrimos de las primeras planas a las cajas de bombones y a las flores románticas que solían inundarla. En base a preguntas formuladas en asambleas callejeras, en sindicatos, en las organizaciones y en cualquier lugar elegido para tramar feminismos, construimos nuevos sentidos sobre lo que significa parar pero también sobre lo que entendemos por trabajo, sobre lo que queremos que representen los sindicatos y sobre la insuficiencia de reclamar por inclusión laboral y mejoras salariales.

A pocos días de la quinta huelga feminista internacional se decretó la pandemia escuchamos decir que el mundo se había parado. Pero el contraste entre las calles vacías y las casas desbordadas demostraba que sólo habían parado algunas actividades. Puertas adentro se multiplicaron las tareas de cuidado dejando en evidencia la esencialidad de las instituciones que cuidan por fuera de lo doméstico. Se encendieron también las pantallas dando a paso a nuevas modalidades de trabajo remoto, sobre todo para quienes ya tenían lugares privilegiados en el reparto de empleo. Para eso había que tener dispositivos, conexión a internet y servicios básicos garantizados, situación a la que no acceden cientos de miles de personas, incluso en la ciudad más rica del país.

En muchas casas el “desborde” sucedió por no contar con las trabajadoras que siempre cuidan, limpian o cocinan. La peor cara de esa dependencia (muy lejos de la interdependencia que tanto reclamamos que se haga visible) la mostraron algunas actrices, modelos y hasta funcionarias supuestamente feministas desesperadas porque “sus mucamas” vuelvan al trabajo. Amparadas en una sociedad acostumbrada a barrer ciertos temas debajo de la alfombra, precarizaron aún más a las precarizadas: dejaron de pagarles el sueldo, total, nadie controla.

En contraste, en esos lugares en los que la consigna #QuedateEnCasa significó vivir a oscuras o sin agua, el trabajo cotidiano consistió en garantizar lo mínimo, cuestión que sólo se resolvió gracias a los lazos comunitarios. El trabajo de acarrear bidones, de preparar viandas en comedores populares, de repartirlas, el trabajo de reclamar por una vida digna, son los trabajos en los que dejaron su vida Ramona Medina y tantxs otrxs.

La crisis generalizada que provocó la pandemia deja como saldo una mayor distancia entre la realidad que viven quienes nunca dejaron de percibir salario y entre quienes vieron sus ingresos laborales reducidos a cero. La otra cara del confinamiento es el patadón que devolvió a cientos de miles de mujeres a situaciones tales de precariedad que impiden que salgan a buscar trabajo ¿Cómo se refleja lo que viven esos cuerpos en las estadísticas?

Las cifras del 2020

Podrá ser recordado como el año de la pandemia. Pero podríamos decir que fue también el año en el que capitalismo y desigualdad sellaron su pacto mortuorio. Sabemos que el virus no atacó a todxs por igual, tampoco mató sin distinción de clase.

La desigualdad aumentó en Argentina y en el mundo entero. La pobreza extrema creció en todo el planeta por primera vez en veinte años. Como siempre, algunxs ganaron mucho a costa de otrxs. Las empresas de alimentos, los grandes gigantes informáticos, las plataformas de compras online acumularon fortunas gracias a los salarios de miseria que pagan a quienes trabajan cada vez más horas, con jornadas que se parecen a las del inicio del capitalismo, de 12, 14, 16 horas.

En el segundo trimestre del 2020 2,5 millón pasaron a la “inactividad”, tal como registra el INDEC a quienes dejan de buscar trabajo. Las tasas de actividad y empleo se ubicaron en mínimos históricos. En el tercer trimestre (últimos datos disponibles) las cifras mejoraron, pero no llegaron a recuperar los niveles pre-pandemia.

El efecto fue muy dispar entre las distintas categorías ocupacionales, con un mayor impacto en los sectores más vulnerables. Por cada puesto de trabajo asalariado registrado perdido hubo 5 asalariadoxs no registradxs y casi 3 cuentapropistas menos (ITE).

Además de estas caídas, lo que preocupa es lo que vendrá. En el tercer trimestre, el empleo asalariado registrado siguió cayendo, lxs no registradxs recuperaron un tercio de los puestos y sólo el cuentapropismo se recuperó por completo.

Demandas urgentes

La lista de trabajadorxs esenciales que fueron obteniendo permisos de circulación abrieron el debate sobre lo que se considera esencial y qué precio se paga por ello. Muchxs tuvieron que salir a la calle e inventar formas de lucha para que de verdad se reconozca su esencialidad, no sólo con aplausos sino también con salarios.

“En la primera línea” estuvieron las trabajadoras de la salud. Enfermeras, residentes, trabajadoras de limpieza de hospitales, salieron a la calle con distancia y tapabocas y marcharon más de una vez para reclamar aumentos y mejores condiciones.

“Una residente hoy cobra, dependiendo del hospital en el que trabaje, entre 40 y 50 mil pesos. Y hay personas que hacen guardias y trabjan entre 110 y 120 horas semanales. Si tenés un hije, estás obligadx a criar con alguien más porque nunca dan los tiempos y este ingreso apenas alcanza para alimentar una boca y a duras penas”, dice Eugenia, veterinaria y residente en el Instituto de zoonosis Luis Pateur. Estudió para atender animalitos pero desde hace meses su actividad consiste en manipular los testeos de saliva que llegan de a miles a sus manos todos los días.

Las trabajadoras de casas particulares también salieron a la calle, fueron una de las primeras, en el mes de octubre, aunque no estuvieron allí los móviles de televisión ni los diarios masivos. A partir de febrero de este año, una trabajadora de la última categoría debe cobrar $20.968 por mes o $170 por hora. Y de la primera categoría $25.743 o $205 la hora. Si su trabajo es “sin retiro”, y por ende sometido a jornadas que nunca terminan, cobran apenas un 12% más. Sin viáticos. Su sector lleva, además, once meses de caída ininterrumpida de puestos de trabajo.

Las trabajadoras de comedores, nucleadas en las organizaciones de la economía popular, también cortaron calles y armaron ollas en distintos puntos del país durante todo el año pandémico para exigir salario por sus tareas, todavía lejos de ser tratadas como esenciales.

Si de avances y retrocesos hablamos, no se puede dejar de mencionar lo que pasó con las trabajadoras sexuales. En el mes de junio, cuando llevaban ya meses sin poder trabajar, se les negó el mínimo reconocimiento que implicaba para ellas poder ser parte del registro de la economía popular.

Entre las buenas noticias, en septiembre del 2020 el gobierno estableció por decreto el Cupo Laboral travesti-trans para los organismos del Estado. Es un gran avance, aunque demostró importantes falencias para su implementación.

Por el momento, las mujeres trans son las que están teniendo más dificultades para acceder a los puestos por dos motivos: la falta de acceso a la educación secundaria por parte de muchas de ellas y los antecedentes penales, producto de la criminalización que sufren, sobre todo cuando su única salida laboral hasta el momento fue la prostitución.

Estos problemas podrían ser subsanados si se aprobara el proyecto que obtuvo dictamen a principio del mes pasado en comisiones de la Cámara de Diputadxs pero que no cuenta con los votos para aprobarse en el recinto. “Necesitamos que Juntos por el Cambio la apoye, pero hasta el momento se niegan”, cuenta Ese Montenegro, varón trans y asesor de la Diputada Mónica Macha. El proyecto “de promoción del acceso al empleo formal para personas travestis, transexuales y transgénero” lleva el nombre de las activistas Diana Sacayán y Lohana Berkins y va más allá del empleo estatal. Propone también líneas de crédito para emprendimientos autogestivos y reducción de cargas sociales para promocionar el empleo en el ámbito privado.

Tomar impulso: paramos

Sobran los motivos para parar este lunes. A la agenda infinita que demanda reconocimiento de todos nuestros trabajos se suma la rabia por los femicidios que no paran nunca. Hemos dicho: trabajadoras somos todas. Si paramos, se para el mundo. En contexto pandémico vale redoblar la apuesta: sin nosotras, sin nosotres, no hay vida.