La cima del mundo 8 puntos
Argentina, 2020.
Dirección y guion: Jazmín Carballo.
Duración: 60 minutos.
Intérpretes: Anastasia Amarante y Cecilia Cavotti.
Estreno en la plataforma Puentes de Cine.
La cima del mundo arranca con Anastasia y una amiga tiradas sobre el pasto de un parque bajo el tibio sol cordobés. No parece haber apuro alguno, entre canciones y recuerdos forjados durante años de conocimiento mutuo, mientras la cámara muestra primerísimos primeros planos de distintas partes de sus cuerpos, como si a través de ella la realizadora Jazmín Carballo quisiera descubrir el núcleo interno que las hace ser como son. Y ellas son como son, en parte, porque así les dijeron que tenían que ser. Cuando era chica, recuerda la amiga, la madre no la dejaba ir a la casa de una compañera porque los padres estaban separados y, para ella, el callejeo infantil era el preludio de una vida volcada a la delincuencia y los malos hábitos. El tiempo demostró lo errado de la generalización: hoy esa compañera tiene las cosas clarísimas; ella, luego de una primera parte de la adolescencia con más restricciones que libertades, no. “Bueno, pero esos eran mambos de tu vieja”, responde Anastasia, y remata: “Mientras más cadenas te quieren poner, más ganas de romperlas”. La segunda escena transcurre en los interiores de la casa que –se sabrá luego– Anastasia comparte con su madre. “¿Puedo salir hoy?”, pregunta a alguien fuera de campo. Sin esperar respuesta, afirma: “Mañana tengo que cantar. No, no puedo”.
La protagonista del segundo largometraje de Carballo se llama Anastasia Amarante, tiene 20 años, cabellera rubia ensortijada y una sensación de tironeo entre ese deseo de “romper cadenas” y las privaciones que conlleva toda responsabilidad. Más aún si esa responsabilidad es cantar, algo que hace en eventos, en la ducha, en su habitación, en la calle, sola o acompañada, preferentemente en inglés pero también, aunque no le guste, en español. Tanto así que, por fuera de los límites del relato, llegó a participar en el reality televisivo La voz argentina. Pero, ¿es posible ganarse la vida haciendo lo que le gusta? ¿Convertir una pasión, una satisfacción personal, en el sustento económico? ¿Existe algo así como “su lugar en el mundo”? Si la ex pareja de veinteañeros que se reencontraba en Los besos, la primera película de la cordobesa, lograba aislarse del contexto para dedicarse únicamente a habitar un presente que intentaba prolongar hasta donde fuera posible, aquí el futuro asoma como una incógnita de la que Anastasia busca pistas para descubrir qué caminos deparará.
Parada con firmeza en la cada vez más difumada frontera entre el documental y la ficción, y dueña de una paleta de colores que no por luminosa la hace menos nostálgica, La cima del mundo está hecha de viñetas, de retazos de la rutina que permiten traslucir los vínculos, los deseos, los temores y las maneras de relacionarse con los objetos y las personas de una protagonista que reconoce su carácter mutante y volátil. Carballo hace lo que casi nadie que trabaja con chicas y chicos sub-20: esto es, pensar el paso de la adolescencia a la adultez no como una revelación a raíz de un hecho particular, sino como una sumatoria de puntos que deben unirse, una transición con distintas variables en juego, algunas controlables y otras, la mayoría, ajenas a los deseos.
El dinero, por ejemplo, no falta pero tampoco sobra. “Lali Espósito, Tini Stoessel, Oriana Sabatini: todas tienen una montaña de plata”, analiza durante uno de los incontables viajes en auto juntas mamá Cecilia, que según la hija puede ser la peor villana opresora y la mujer más compresiva de la Tierra. Desde ya que quien cambia no es ella; es Anastasia: muy distinto verla en boliche que con mamá, diametralmente opuestas sus actitudes fuera y debajo del escenario. Cecilia es su mánager y, años atrás, también cantaba. Pero, dice, nunca quiso saltar al vacío y probar suerte en el terreno profesional. Entre ellas existen los roces propios de quienes tienen la capacidad de devolver a la otra persona un reflejo de sí misma. Una relación tirante pero honesta y transparente, sellada para siempre con el acto íntimo de una canción en común.