Las brujas 4 puntos
The Witches, EE.UU./México/Gran Bret., 2020
Dirección: Robert Zemeckis.
Guion: R. Zemeckis, Kenya Barris y Guillermo del Toro, sobre novela homónima de Roald Dahl.
Fotografía: Don Burgess.
Duración: 106 minutos.
Intérpretes: Anne Hathaway, Octavia Spencer, Jahzir Bruno, Stanley Tucci.
Estreno en salas de cine.
Lo que fascina a Robert Zemeckis, que en un par de meses cumple 70, es el mecanismo. El mecanismo de relojería, automóvil y máquina del tiempo de Volver al futuro (y el propio mecanismo narrativo del viaje de ida y vuelta al pasado), el mecanismo de animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbitt?, El expreso polar y Beowulf, los efectos especiales de La muerte le sienta bien, la mecánica de trampas narrativas del thriller Revelaciones. Sus películas buenas son aquéllas en las que el factor humano (la electricidad de Michael J. Fox en Volver al futuro, la soledad de Tom Hanks en Náufrago) contrapesa o sobrepasa esa mecánica. Nueva versión del relato homónimo de Roald Dahl después de que Nicolas Roeg chocara contra él treinta años atrás (aun contando con Anjelica Huston en el protagónico), Las brujas no es uno de esos casos.
Coproducida y coescrita por Guillermo del Toro, la cosa empieza bien. Un narrador en off se remonta a su infancia, a fines de los años 60, para contar(nos) cómo fue que se enteró de que los personajes del título existen. Empieza bien por su apelación a la niñez, época de la vida en la que puede creerse en toda clase de seres sobrenaturales. Esa apelación es múltiple, y eso es lo que la hace atractiva: la niñez del protagonista, la niñez de los espectadores más mayorcitos en tanto el relato viaja hacia un tiempo pasado, la niñez de todos los espectadores, invitados a experimentar un cuento maravilloso. Oscuramente maravilloso, claro, como todos los de Roald Dahl, heredero a distancia de los hermanos Grimm y autor de Jim y el durazno gigante, Charlie y la fábrica de chocolate y Matilda, entre otras.
Como en la nouvelle de Dahl, tras sufrir una pérdida crucial el protagonista hace un viaje con su abuela (Octavia Spencer), aunque no a Noruega sino a un lujoso hotel ubicado en Alabama, donde tendrá lugar el plenario de la sociedad que nuclea a las brujas del mundo. Como todo niño, el narrador (a quien como en la novela no se identifica con nombre de pila) tiene una mascota, en este caso una ratita blanca. Y sucede que es en eso mismo, en ratas, en lo que las brujas --capitaneadas por una Anne Hathaway que habla con un acento como de Rucucu-- quieren convertir a los niños. Como casi todas las películas del autor, esta vez en resuelto plan de farsa ruidosa (Náufrago es una excepción), Las brujas es desaforada, hiperbólica, llena de efectos especiales y con un vértigo de puesta en escena que revela aún más, por contraposición, la oquedad de todo aquello que no puede ser manipulado por computación. Como la orfandad del protagonista, de la que uno se olvida en cuanto aparece la primera bruja y hay que ponerse a correr, como si se tratara de una versión larga y aparatosa de Tom y Jerry.