Una joven pide ayuda ante la mirada lenta y cansina de la gente en la calle. Huye de su asesino y perseguidor. Es el final de una cadena de torturas. El la acuchilla en el pecho a la vista de todos. ¿Qué tiene que ocurrir, qué más hace falta, para que estas escenas insoportables no sean la cotidiana vida real ante la tolerancia anestesiada que se lamenta o ni siquiera, y se dedica a esperar a la siguiente?
¿Cuáles serían los números si nos contáramos todas cada una, cuántas alcanzaríamos a ser?
Ser mujer: llegar a serlo, escribió Simone.
No dejar de serlo, también. No ser más cuerpo destinado a mutilaciones, ventas, intercambios, invisibilidades. No más las matadas de la Historia. Llegaremos a serlo cuando acabe esta brutalidad a cielo abierto que parece que se tolera tan fácilmente. Luchamos por ser repatriadas a la categoría de ciudadanas con igualdad de derechos. Aún no lo somos.
La que se entrega. La que resiste. La que huye. La que pide ayuda. La que no. La que lucha, la que se cansa de hacerlo, la que se culpa por hacerlo, la que tolera el castigo. Queremos el nombre propio para la vida propia. No para la lista interminable de matadas. Nos libramos ya hace tiempo de la categoría de “crimen pasional”, sin embargo, la Justicia sigue funcionando como si perviviera. Feminicidio es el nombre.
Hablamos de feminicidio para especificar en el mismo término las lógicas de opresión y de distribución del poder. Femicidio, equiparado casi a homicidio, no tiene esa especificidad. Decir feminicidio implica situar esos crímenes como delitos de lesa humanidad y visibilizar la responsabilidad del Estado como habilitador o propiciador de impunidad. Marcela Lagarde explica que feminicidio hace referencia a crímenes, desapariciones, violencias contra las mujeres, en las cuales el Estado permite, por acción u omisión. Son crímenes motivados por el odio y el desprecio hacia las mujeres por el hecho de serlo.
El slogan "Paren de matarnos" es parte del problema.
Paren de permitirlo en todo caso, de alentarlo, tolerarlo, avalarlo. Paren aquellos que tienen algo, un poco o mucho de responsabilidad.
El poder es cómplice y parte.
Conciencia feminista. Conciencia de una cierta forma de administrar el poder, de maneras visibles e invisibles, conciencia del sistema de opresión que nos opera desde afuera y desde adentro (eso es el patriarcado).
Transformación revolucionaria de la cultura, las teorías y las prácticas. De los vínculos, del amor, la sexualidad y la crianza. Pero es tanto lo que falta. Falta dejar de ser las matadas. No son las muertas. Son las matadas que en cada uno de sus nombres propios encarnan el hecho de que ser mujer es una búsqueda y conquista interminable de lo propio, siempre bajo amenaza. Falta dejar de vivir bajo velorio permanente, como dice Marianella Manconi.
Las mujeres nunca pudimos hacer, desear ni pensar cualquier cosa. Nuestra potencia ha sido y sigue siendo lucha y conquista. Y estamos revisando todo: el cuento del príncipe azul y el mito del amor romántico, la madre perfecta y abnegada, la idea de naturaleza femenina, la representación que fija lo femenino a ser madre, y a establecerse en la renuncia a la vida propia, todas las versiones que hacen del cuerpo de las mujeres espacio capturado de trabajo para la felicidad de otros. Cuerpo condenado a ser objeto de posesión exclusivo para el deseo del hombre, tantas veces para un deseo de muerte.
El feminismo es una teoría política y una lógica de activación. Los feminismos desarticulan lógicas de sumisión, las desmontan, luchan contra ellas.
Nos matan como piezas de descarte, y matarnos es una forma también de disciplinarnos con culpa y violencia. Verificamos una y otra vez la amenaza, el peligro. La indefensión y la sumisión también se construyen y se aprenden.
La conciencia feminista no es perspectiva de género. No es “una” perspectiva. Es advertir la filigrana de desigualdades de las que está hecha el mundo. En todos los planos que nos opera, que nos moldea. Es advertir que el patriarcado es un modo de subjetivar en una lógica de opresión a mujeres y disidencias. Desarmarlo implica un trabajo singular y colectivo de revisión y transformación de esas lógicas machistas incrustadas en nuestra subjetividad.
Nos enfrentamos una vez más a una versión del Negacionismo. Me refiero al dudar de nuestras percepciones y pactar con la desmentida. Justificar y sostener al opresor. Transformar a las víctimas en sujetos exagerados, disminuir o alterar la verdad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo ¿lo haríamos con las víctimas del Holocausto? O del terrorismo de Estado? ¿Nos atreveríamos a suponerles la culpa de lo padecido? ¿Tenemos que probar inocencia? Ser mujer es vivir desde el principio hasta el final en un campo de pruebas.
Tenemos que estar muy atentos a esta tendencia nada nueva pero muy actual a psicopatologizar o llamar a “contener” a los feminicidas, que también es un modo de re-violentar. La violencia contra las mujeres no es una enfermedad, no es una “pandemia”. Es un genocidio a lo largo de la Historia, un genocidio invisibilizado como tal.
Hace falta reformular no únicamente el sistema judicial. Todos aquellos sistemas en que ser mujer es tener como agenda ese estado básico de alerta que incorporamos desde pequeñas bajo la forma de representaciones de crimen y de castigo ("merecido"). Nosotras siempre estamos en tela de juicio y tantas veces bajo condena.
Tenemos nuevos nombres y palabras que visibilizan dispositivos inconscientes o naturalizados de reparto y distribución del poder. La lucha por la legalización del aborto fue también la disputa por las palabras: la palabra vida por ejemplo. El feminismo es el trabajo de armado de un nuevo sujeto político y produce revoluciones del lenguaje, a veces frente al riesgo de caer en banalizaciones o slogans que se vacían de contenido, o distraen.
No nos mueve el deseo (en todo caso eso nos mueve a todos, también a los asesinos dice Cristina Lobaiza). Nos mueve la conciencia feminista.
(Gracias a Cristina Lobaiza y Marianella Manconi. De Cristina Lobaiza tomé el término “matadas” y tantas otras cosas, que han nutrido y construido mi propia conciencia feminista).
Lila María Feldman es psicoanalista y escritora.