La llegada del #8M se siente, es como fuego que crece sin parar, un tsunami que viene por todo. No se parece en nada al de años anteriores. Está por todos lados, en los hogares, trabajos, en las calles, y sobre todo en las redes sociales. El año pasado, manija con el tema y llevada por la curiosidad, hice una pequeña encuesta casera —pero no por eso menos importante— sobre el Día Internacional de la Mujer y para mi sorpresa, descubrí que hay muchísimas mujeres que no tienen ni idea de por qué se conmemora. Solo saben que esa fecha suele haber descuentos y en los comercios te regalan flores. También hallé que otras que están vagamente al tanto, o al menos escucharon la historia, la reproducen en estos términos: «es por las obreras que murieron en una fábrica». Bueno, no murieron: las asesinaron en medio de una protesta para mejorar sus condiciones salariales y de trabajo.

Creo que esto último deja en evidencia la clara confusión que existe con respecto a esta fecha. Por suerte, hace unos años y gracias a la lucha feminista, algo cambió para siempre. Fue exactamente en 2017, cuando la llamada a una huelga general e internacional de mujeres dio el inicio a un proceso de insurrección de género y sexual. Desde entonces empezamos a tomar conciencia de que no debe ser un día de celebración, sino de desobediencia, no es una conmemoración sino una revuelta.

La lucha es contra el sistema patriarcal, cultural, político, económico y social. Contra las formas de violencias de género, discriminación, explotación, colonialismo, deshumanización, silenciamiento e invisibilización por el derecho a ser mujer, lesbiana, travestis, trans, no binarie o intersex. ¿Qué sentido puede tener festejar un Día de la Mujer en un régimen binario de opresión de género? Esto es contra la institucionalización y normalización de la desigualdad, de la hegemonía masculina, de la hegemonía blanca, de la hegemonía de los cuerpos para consumo masculino.

Debo confesar que nunca me sentí del todo cómoda celebrando esta fecha y nada tiene que ver con ser travesti, ¡ojo! De cualquier modo, ya están alistándose lxs guardianes del género, que enloquecen si alguien tiene el atrevimiento de saludarme ese día por alguna red social. Lo que me resulta difícil de creer es cuán poco informada puede estar la gente con respecto al movimiento feminista, o mejor dicho, cuán mal informada. Sin ir más lejos, hace unas semanas participé de varias cenas en las que el feminismo fue el asunto central de la noche. Me resulta divertido tirar el tema y dejar que comience el debate. Por lo general, los hombres se van por la tangente y hacen mucho hincapié en el aspecto físico de las feministas y sobre todo de su supuesto comportamiento en las diferentes marchas.

¿Por qué termina reduciéndose a esto un movimiento con tanta historia y agente de transformaciones tan importantes actualmente? Es mejor mostrar que estamos locas, que hablar de lo importante: los objetivos de la lucha. Es increíble pensar que para muchxs el feminismo sea eso. Solo un grupo de mujeres: machonas, feas, desarregladas, gordas, sin femineidad, que gritan de manera desaforada en tetas. Me canso de escuchar mujeres diciendo que no son feministas porque no se sienten representadas, que no quieren matar bebés, que no odian a los hombres, que ellas sí disfrutan de los piropos. A mí me gusta usar tacos, maquillaje. Me gusta ser femenina, pero no por eso anulo otros modos de transitar el género femenino. Hay una frase de Virginie Despentes en su libro Teoría King Kong que define muy bien cómo funciona esta presión sobre la manera correcta de ser mujer: «¡La femineidad es una puta hipocresía! No digo que ser mujer sea en sí mismo una obligación horrible. Las hay que lo hacen muy bien. Lo que resulta desagradable es el hecho de que sea una obligación». Esa es la cuestión. Cómo se vea una mujer no debería ser tema de debate para nadie. Fuimos criadas para ser lindas, agradables, femeninas y, sobre todo, para gustarles a los hombres como si la única meta de una mujer fuera la conquista y el matrimonio. Esto nos coloca automáticamente en inferioridad. Es momento de cambiar la historia por nuestras hijas, por las nuevas generaciones de pibas, por niñeces libres, contra el ASI (Abuso Sexual en la Infancias), por la Ley de ESI, porque sabemos que el reclamo es político pero la lucha es cultural.

¿Y nos quieren decir «feliz día»? Los hombres tienen la obligación de comenzar a cuestionar y modificar muchísimas de sus prácticas machistas. La militancia debería ser una lucha de todos, todas y todes.