Hace un tiempo escuché decir a una militante pionera “soy feminista porque me gusta” y algo de eso encajó las piezas de mis propias razones. No es la incomodidad que genera, ni la mala fama general, ni el chirrido de las ruedas atmosféricas cuando una asiste a ese momento dramático que es la propia vida convertida en escena patriarcal rancia; es algo muy anterior, casi una identidad inescindible.
Con más dudas sobre “ser mujer” que sobre “ser feminista”, cargar las tintas en esa militancia diaria es tan urgente como insoportable, porque en cada vida que se roba la violencia machista hay un fracaso, un futuro que se desvanece, unos hijxs a los que una piensa una y otra vez (en lo que va del año 55 niños, niñas y adolescentes se quedaron sin madre) y que no son una cifra: tantxs hijxs a quienes su padre mató a su madre, tantxs que van a crecer con ese dolor que no tiene consuelo.
Un gran desafío feminista es explicar por qué no alcanza con que el aborto sea legal -aunque dejamos el cuerpo entero en ese grito,- por qué lo que queremos es atacar las bases sobre las que se pone cada ladrillito de poder macho. Ser feminista es un modo de habitar el mundo y tiene cierta complejidad, un borde afilado por el que se transita en las relaciones sexo afectivas, familiares, sociales, laborales e institucionales que nos hacen “ser feministas” al tiempo que nos desmienten con la práctica, porque de tan repetido el comportamiento se vuelve hábito y de allí a la naturalización hay un paso muy corto. Porque cada comentario que podríamos no dejar pasar vuelve como un boomerang y como ese golpe que, ya escuchamos, ya leímos hasta la anestesia, le rompió el cráneo a una víctima. No es que las mujeres no seamos violentas, es que el modo en que las personas tiramos del carro de la fuerza para doblegar una voluntad está revestido de capacitismo, burla, desprecio, posesión y celos. Eso es patriarcado.
Muchas personas, muchas de ellas mis referentas, ya esgrimieron en este suplemento la urgencia de un 8M transformador. Muchas cosas ya cambiaron, es cierto, pero cuántas otras revuelven el pensamiento sobre el mantra de época, “vinimos a cambiarlo todo”. Casi seis años después de la marea de NiUnaMenos, todavía hay que explicar ese pilar sobre el que se funda el edificio que nos articula todos los días, porque el patriarcado sigue en pie y en muchos casos ni siquiera tambalea. Hace mucho que esperamos que los comunicadores, referentes, deportistas o figuras rándom de la hegemonía pública masculina se expresen sobre los femicidios. O tal vez, en mi humilde deseo, que los varones cis en general se expresen sobre sus relaciones, sobre sus modos tóxicos de moverse por la calle, de ejercer la medicina, las leyes, el control de tránsito o la política exterior: que se expresen sobre sus privilegios, que dejen de pararse de manos cada vez que se habla de violencias para decir “yo no fui”, “yo nunca vi nada”, “a mí no me mires”, “yo acompaño”, “yo comprendo”, “yo también crío y soy responsable”, “yo también quiero marchar ¿por qué no me dejan?”.
Si circulan tantas violencias, hay muchas personas que las impulsan, y muchas más que las dejan pasar, lo cual las convierte en cómplices. No es tan sencillo desarmar ese engranaje, está cuidadosamente diseñado y tiene años de mantenimiento: las feministas vinimos a denunciar que anda muy mal y esperamos una interlocución a la altura del sismo. Detenerse a observar cómo se traman los vínculos interpersonales es parte de la tarea que lo cambiará todo y tiene la ventaja de que incluso se puede encarar en silencio: me pregunto cuántos varones leerán estas notas sobre el 8 de marzo, y cuántos sentirán, otra vez, que sólo los están señalando con el dedo.
Aunque personalmente no conozco otra forma de estar en el mundo que observando con lente amplificada todo lo que resta potencia y deseo para mujeres, lesbianas, trans y travestis, entiendo que muchas veces la eficacia de nuestras voces se relaciona directamente con su grado de aceptación social, y el feminismo no es la misma palabra para todas, aunque las violencias sean transversales.
Esperamos encontrarnos en la calle porque ahí es donde hacemos nido, rancho y espejo -y cada acierto o golpe se supura en ese ritual colectivo- pero no perdemos de vista que la captación del feminismo como moda nos puede poner de nuevo en el lugar revulsivo de ser quienes señalamos que, si tenemos un asesino que se siente libre de matar cada día, el trabajo por delante todavía es enorme. La escritora y política brasilera Manuela
D´Ávila dijo recientemente en una nota a Las12, suplemento de este mismo diario: “criamos niñas en la libertad pero seguimos educando a los varones en el machismo”. El ejército de pañuelo verde ya ha demostrado su potencia, ahora será el tiempo de encontrar la forma de que nuevos debates se corporicen en la sociedad y otros cuerpos se comprometan con el fin de las desigualdades.