Ser feminista para mí implica en primer lugar una toma de conciencia individual que te permite ver las desigualdades que existen o persisten en razón del género, observarlas donde son evidentes pero sobre todo donde no es obvio, aprender a desaprender, a desnaturalizar, a pensar críticamente cuánto de lo que nos rodea tiene una raíz profunda en el rol que ocupamos las mujeres y las diversidades en la sociedad.
Frente a esa conciencia de la desigualdad hay tres actitudes posibles: aceptarla, ignorarla o considerarla injusta y sentir la necesidad de cambiarla. Esa última es la opción feminista, la que implica decidir no dejar nunca de mirar la desigualdad ni desentenderse del cambio que es necesario impulsar.
Entiendo que no hay una forma de ser feminista, ni mucho menos una forma correcta. Me siento parte de una lucha colectiva que convive con la diferencia. Me orienta la búsqueda de la mayor libertad posible para cada persona; el deseo de avanzar hacia una sociedad de libres e iguales en dignidad y derechos, entendiendo que hoy esa búsqueda y ese deseo de autonomía plena está condicionado por un conjunto de restricciones, desigualdades y violencias.
En mi experiencia como dirigente política, ser feminista implica siempre estar dispuesta a pagar costos porque, más allá de que estemos viviendo un momento de mayor permeabilidad social a nuestros reclamos, las feministas siempre incomodamos. Sobre todo cuando ocupamos espacios de decisión. Algo que es lógico porque nuestra lucha busca redistribuir el poder social, cuestionar los mandatos y por ende desacomodar un orden en que todos tenemos que volver a encontrar nuestro lugar, un lugar de mayor cooperación, más participativo y horizontal. De nada serviría reemplazar un orden injusto de dominación y subordinación por otro.
En esa lucha colectiva contra las desigualdades y las violencias las feministas, adherimos a un pacto por la erradicación de la violencia de género, un pacto que hoy es socialmente mayoritario pero que aún enfrenta enormes desafíos: no alcanzan las leyes, siguen faltando políticas públicas y estamos lejos de la transformación cultural que elimine la violencia y la discriminación en todas sus formas. Pero cada vez somos más los que nos comprometemos a acompañar a las víctimas, mientras trabajamos para atacar las causas y atender las consecuencias de este flagelo. La ley Micaela, la ley Brisa, los nuevos tipos penales y las distintas leyes de paridad son sólo algunos ejemplos de ese abordaje que fue producto de una construcción política transversal y con los que me comprometí e impulsé personalmente.
Nada me enamora más de la causa feminista que una profunda convicción sobre la capacidad de las mujeres para transformar el mundo, la forma de producir y reproducir, de cuidar, de trabajar, de ejercer el poder, de buscar soluciones alternativas e inclusivas. La enorme ampliación de derechos, de respecto a nuestra autonomía y libertad de decidir nuestros proyectos de vida, que significó la sanción de la Ley de IVE, se inscribe en ese compromiso intergeneracional que caracteriza al feminismo.
Hoy, a las puertas de la post pandemia, creo que es urgente adherir a un nuevo pacto feminista con eje en la participación de las mujeres en el mundo del trabajo, y por supuesto no me refiero al trabajo doméstico y de cuidados que cargamos sobre nuestros cuerpos y principalmente pagamos con nuestro tiempo, sino el acceso al empleo decente, formal y bien remunerado.
Porque cuando el mundo tuvo que redefinir cuáles eran los trabajos y los trabajadores esenciales se hizo muy evidente por un lado la diferencia entre el valor social de una tarea y el reconocimiento salarial y, por el otro, que la gran mayoría de esas tareas eran realizadas por mujeres.
La pandemia visibilizó la desigualdad de la carga del trabajo doméstico y de cuidados e inclusive del apoyo escolar por el cierre de las escuelas y la educación virtual. Pero sobre todo cuando la crisis económica se profundizó, también se manifestó en la mayor precariedad de su participación en mercado laboral, el desempleo y la pobreza. Cuando la humanidad necesitó quién la cuidara, tuvo que mirar a los ojos a las mujeres. Ahora necesitamos que esa certeza se transforme en reconocimiento, en igualdad de oportunidades y en progreso.
Nuevamente tenemos una gran oportunidad de construir un compromiso transversal de transformación, con eje en el trabajo y la inclusión, que ponga a las mujeres y las diversidades en el centro de nuestra propuesta. Juntas somos fuertes, unidas invencibles.
* Diputada Nacional y Secretaria Parlamentaria del Interbloque CAMBIEMOS