En febrero de 2020, la Berlinale fue el último gran festival de cine en tener una edición enteramente presencial, antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara la situación de pandemia. Y poco más de un año después, la Berlinale 2021, que culminó el fin de semana pasado, fue a su vez el primero de las grandes ligas en llevar a cabo una versión ciento por ciento online, dedicada a la prensa internacional y al European Film Market, que funcionaron como caja de resonancia para dar inicio a la nueva temporada cinematográfica, que de ahora en más habrá que pensar en formatos híbridos, con lanzamientos simultáneos en salas y plataformas virtuales.

Entre medio, Cannes 2020 nunca puedo llevarse a cabo y la Mostra de Venecia y el Festival de San Sebastián, en pleno verano europeo, realizaron ediciones presenciales de emergencia, con programas reducidos y aforos limitados en sus salas. Por lo tanto, esta edición de la Berlinale que acaba de concluir era una prueba de fuego en varios sentidos. Por un lado, debía demostrar que aun en plena pandemia el cine mundial sigue vivo, que hay producción suficiente no sólo en cantidad sino también en calidad. Y, por otro, que ese cine importa y que tiene muchas cosas para decir sobre el tiempo presente.

Sin ir más lejos, es el caso de la película ganadora del Oso de Oro al mejor film, Bad Luck Banging or Loony Porn, del rumano Radu Jude, rodada en plena pandemia y que en un tono farsesco ofrece una mirada particularmente crítica sobre la hipocresía y la violencia simbólica de la sociedad de su país. Atributos que, queda claro, no son solamente locales: la hostilidad hacia una docente que defiende sus derechos como mujer ante una horda de padres biempensantes, las consignas conspirativas que enuncian en voz alta algunos de ellos (citando, cuándo no, a Bill Gates y George Soros) y la prepotencia del dinero y la agresión publicitaria que el director revela en la vida cotidiana de Bucarest no son muy diferentes a las que se pueden experimentar hoy en Buenos Aires. Eso no le impide a Radu Jude señalar especificidades, como la connivencia de la Iglesia de su país con los sectores más reaccionarios e incluso su complicidad con el régimen de Nicolae Ceaușescu, pero esa tampoco esa una prerrogativa de la sociedad rumana, por cierto.

La libertad formal y la irreverencia del film de Jude se pueden encontrar también, de modos muy distintos, en muchos otros títulos de la Berlinale 2021 rodados o concluidos en pandemia. Por ejemplo, en Hygiène sociale, del canadiense québécoise Denis Côté, premiado como mejor director en la nueva competencia paralela Encounters. Rodada enteramente al aire libre y con una muy deliberada distancia social, la película -cuya puesta en escena recuerda las de ciertos films de la pareja Straub-Huillet, pero con un humor zumbón- está estructurada a partir de una serie de tableaux vivants en los que tanto sus personajes como sus diálogos juegan con todo tipo de anacronismos. Algo así como traer el pasado hacia el presente. Lo curioso del caso es que Côté tenía el guion escrito hacía más de cinco años, pero fue en pleno confinamiento que encontró el modo de llevarlo a cabo, con apenas un puñado de dólares.

Hygiène sociale

Con algo de ese mismo espíritu lúdico y una equivalente economía de medios trabajó el argentino Ignacio Ceroi en Qué será del verano, su segundo largometraje, donde pone en juego una serie de cajas chinas que se abren unas dentro de otras a partir de unas cintas de video encontradas supuestamente en una cámara comprada de segunda mano y que dan pie a todo tipo de historias y viajes que se suceden unos a otros.

Esta película participó del Forum del Cine Joven, donde a su vez otra producción argentina, Esquí, de Manque La Banca, obtuvo el premio de la crítica internacional. La opera prima del director del cortometraje T.R.A.P. (Berlinale Shorts 2018) contrasta de manera aleatoria e impertinente dos mitos de origen: por un lado, la leyenda de los alemanes que hicieron de Bariloche (ciudad natal del director) el mayor centro de esquí de América latina y, por otro, la del pueblo mapuche, originario de la región y convertido de facto en la clase prestadora de servicios del turismo regional. El sostenido plano de la modesta tumba de Rafael Nahuel, asesinado por la espalda por un prefecto durante un operativo represivo del gobierno anterior, no deja lugar a dudas sobre el destino que eventualmente le puede esperar a todo aquel de sangre mapuche que reclame por el derecho a sus tierras.

El Gran Premio Especial del Jurado de esta atípica edición de la Berlinale fue para la película japonesa Wheel of Fortune and Fantasy, de Ryusuke Hamaguchi, un film de una maestría y sofisticación poco comunes, que confirman el talento que el director ya había insinuado en Asako 1 & 2, presentada en Cannes 2018. Con muy pocos elementos, manejados del modo más simple y austero, el cineasta japonés es capaz de elaborar un tapiz de una rara complejidad conceptual donde el erotismo tiene un lugar central sin que se vislumbre siquiera un solo desnudo.

Wheel of Fortune and Fantasy

El cine asiático tuvo otros puntos altos en la competencia oficial con Introduction, del prolífico realizador coreano Hong Sang-soo, que ofreció una de sus películas más enigmáticas, y en el Forum, donde se destacó A River Runs, Turns, Erases, Replaces, de la realizadora china (radicada en los Estados Unidos) Shengze Zhu. La película de Zhu está constituida por una serie de viñetas de Wuhan después de que la ciudad china fuera declarada libre de Coronavirus. Mientras las imágenes muestran de qué modo sus habitantes, recostados sobre las riberas del majestuoso río Yangtsé, van regresando a la normalidad, unos pocos intercambios epistolares dan cuenta de la tragedia que acaba de tener lugar y que se cobró tantas vidas en esa ciudad de dónde habría salido el virus que todavía tiene en vilo al mundo.

El cine documental, justamente, volvió a exhibir su energía y creatividad en la Berlinale 2021. En la competencia oficial, la alemana Maria Speth demostró con Herr Bachmann und seine Klasse ser una digna heredera del Nicolas Philibert de Ser y tener, al proponer el preciso retrato de un maestro veterano y su clase de sexto grado íntegramente compuesta por hijos de inmigrantes de orígenes muy distintos, que deben aprender a convivir no solamente en el país que les dio asilo sino también entre sí mismos. Por su parte, la película ganadora de la sección Encounters fue Nous (Nosotros), de la realizadora francesa Alice Diop, conmovedor documental que a través de unos pocos apuntes de la familia de la directora, originaria de Senegal, da cuenta también de la vida cotidiana en los suburbios de París de algunas de esas muchas vidas que se suelen ir sin dejar huellas y de las que ella se empeña en recuperar sus trazos.

Nous 

También francesa, À pas aveugles, de Christophe Cognet, recupera las escasísimas fotografías que llegaron a tomar de modo clandestino los prisioneros de los campos nazi de exterminio y reconstruye las condiciones casi imposibles –“a ciegas” como sugiere el título del documental- en que fueron tomadas, reveladas y enviadas al mundo exterior. Exhibido en el Forum, se trata de un gran film sobre el que valdrá la pena volver en detalle más adelante.