Para quienes han alimentado su cinefilia en la escuela ultrapop de la programación televisiva de los 80, cargada de género, irreverencia y la decisión de abordar el cine no sólo como la expresión más moderna del arte clásico, sino como un universo lúdico y espectacular, sin dudas la sección Nocturna será su lugar en el mundo del Bafici. Dedicada a alimentar las trasnoches del festival, representa la posibilidad de conseguir resultados positivos en la búsqueda de lo más extraño, intrigante y entretenido del panorama del cine contemporáneo. Acá un recorrido posible, lamentablemente incompleto, por un listado en el que resulta difícil decidir qué película escoger y cuál, por desgracia, dejar pasar. Ya se sabe: el tiempo es el bien más preciado y escaso en un festival de cine.
Directo desde las montañas suizas, gentileza del polaco Greg Zglinski, Animales pone en escena un complejo mecanismo siniestro en el que lo consciente y lo inconsciente (¿o tal vez subconsciente?) tejen una trama que desafía los límites lógicos de la narración. No por nada Pablo Conde, programador del Festival de Mar del Plata y responsable ahí de Hora Cero, la sección hermana de esta Nocturna, señala el carácter inspirador que Relatividad, obra del artista plástico holandés Maurits Escher, tendría en el guión de Animales. Una acomodada pareja vienesa decide tomarse un tiempo lejos de la rutina, para encarar nuevos proyectos y poner distancia con la crisis que los acecha. En el trayecto atropellan a una oveja en la ruta y a partir de ahí todo comenzará a enrarecerse hasta esfumar los límites de real. Una película que tanto puede vincularse desde lo estético con el espíritu onírico de Algunas chicas de Santiago Palavecino o los trabajos del inglés Peter Strickland, como con aquel cuento tan citado por Borges en el que no se sabía si el protagonista era un emperador chino soñando ser mariposa o una mariposa que soñaba ser emperador.
El policial más oscuro y el efectivo cine coreano hacen pie en la sección a través de Asura: la ciudad de la locura, de Kim Sung-soo, que a pesar de la rima que aligera la versión local de su título, responde a la perfección a lo más ominoso y violento de un género en el que dichos elementos no suelen escasear. Clásica historia de detective infiltrado en una organización delictiva, Asura remite a Infernal Affairs, obra maestra de los hongkoneses Alan Mak y Wai-Keung Lau, tan buena que consiguió que Martin Scorsese se aventurara a filmar un remake, la recordada Los infiltrados. Para el final Asura guarda una escena de alto impacto y violencia desbordada que trae a la memoria aquella inolvidable coda de Tiro de gracia, de Phil Joanou y Michael Lee Baron (otra dupla), apología de la cámara lenta.
El documental como ficción (o viceversa) es el juego de espejos que parece proponer Empatía, del estadounidense Jeffrey Rovinelli: un retrato crudo y directo, no por ello exento de lívida belleza, de una prostituta de alto nivel, al que el eufemismo de escort no consigue quitarle del todo la mugre de la palabra más tradicional (y despectiva) utilizada para definir esa profesión a la que tantas veces se define como la más vieja del mundo, en lo que constituye uno de los más directos actos de desprecio por el lugar de la mujer en el mundo y uno de los menos discutidos. Por el contrario Empatía intenta justamente corporizar una mirada humana de la realidad cotidiana a la que se exponen las chicas que deciden, por opción o falta de ellas, dedicarse al oficio de alquilar el propio cuerpo. Habrá que ver si la mirada estilizada y su circunscripción al mundo de la prostitución high class consigue aludir a un universo mucho más amplio y monstruoso, que incluye el secuestro, el tráfico y la esclavitud clandestina de personas.
Dentro del terreno de lo explicito no libre de provocación se encuentran Fluidø, de la taiwanesa Shu Lea-cheang, y Las misándricas del canadiense Bruce LaBruce, Número Uno en eso de provocar. La primera plantea una hipótesis futurista en un mundo en el que el HIV ha sido erradicado, pero donde algunos que portaron la enfermedad conservan como secuela la capacidad química de producir una potente droga que tanto es perseguida por la policía como por las corporaciones. En tanto que LaBruce, habitué del Bafici, esta vez se infiltra en un comando radical de liberación femenina que combate el patriarcado, quienes reciben a un soldado herido que llega en busca de auxilio, en el momento en que se disponían a lanzar su ataque final. Ambas películas son excusa para que sus directores se permitan volver a jugar con los cuerpos, las identidades y las infinitas posibilidades que las personas tienen en la actualidad de modelarse a sí mismas a imagen y semejanza ya no de Dios, sino de su propio deseo.
Como si se tratara de un cuento de hadas gótico, La bruja del amor, de Anna Biller, cuenta la historia de una joven bruja con ganas de enamorarse y ser amada, quien lanzada a seducir y hechizar hombres acaba resbalando hacia la locura. Sólo que aquí esa locura procede del deseo de una mujer que perteneciendo a una clase que históricamente ha sido rechazada, temida y cazada por los hombres, intenta encajar en un molde que no es el suyo: la mujer sumisa y dispuesta a los deseos del otro. Un argumento que parece abordar la tradicional idea del amor romántico como un instrumento de alienación, útil para seguir sometiendo a la mujer a un rol que ya no la satisface, porque tal vez nunca lo haya hecho.
Como un evento inevitable, el nombre de Takeshi Miike vuelve a formar parte de las trasnoches baficianas. Suerte de copia en negativo (¿o positivo?) de Asura, La canción del topo-Capriccio de Hong Kong también se mete en el universo de los infiltrados, pero desde el delirio más absoluto; tratándose de Miike, no podía ser de otra manera. Esta vez el encargado de convertirse en doble agente es un detective que cuenta con el despreciable mérito de ser el graduado con peores calificaciones en la historia de la academia de policía. Como suele ocurrir en gran parte de su filmografía, el inclasificable japonés da vida a un ejército de freaks dispuestos a entregar la versión más absurda, caprichosa y descontrolada de la realidad y, tal vez por eso, la más fiel a un mundo cada vez más desbocado, incomprensible y ajeno. La presencia de una película de Miike es motivo suficiente para justificar la existencia de la sección Nocturna. Pura felicidad.
La sección –extensa, heterogénea e imperdible– se completa con la francesa Terapia, de Nathan Ambrosioni; El vacío, de los canadienses Jeremy Gillespie y Steven Kosntaski; La niña con todos los dones, del escocés Colm McCarthy; Prevancha, de la también británica Alice Lowe; Rey Dave, de otro canadiense, Daniel Grou; la vietnamita KFC, de Lê Bình Giang; Sabuesos del amor, del australiano Ben Young; Higanjima: la isla de los vampiros, del tocayo de Miike, Takeshi Watanabe; la croata Goran, de Nevio Marasovic; y Buena suerte, de Chung Mong-hong, también de Taiwan. Y para un menú bien completo, una colección de cortos animados del estudio suizo Hélíum Films.