Esta premiada novela de Laurent Binet es, esencialmente, una ucronía: cuenta hechos posibles que en realidad no sucedieron. Podría decirse que es una novela histórico-fantástica, aunque esa fórmula parezca un oxímoron. El libro plantea preguntas fascinantes, entre otras: ¿qué tipo de relación ficción-lector plantea una Historia de Europa y América en la que los invasores fueron los incas, no los españoles? ¿Con qué recursos la cuenta Binet?

Civilizaciones está cruzada por constantes nombres históricos, desde Cristóbal Colón, Carlos V, Atahualpa, Moctezuma, Lutero, hasta, en campos más cercanos al pensamiento y el arte, Cervantes, Miguel Ángel, Maquiavelo, pasando por instituciones como la monarquía o la Santa Inquisición, en una lista muy incompleta. La ironía bien trabajada que recorre el libro proviene en gran parte del contraste entre lo que se cuenta y lo que los lectores saben que pasó; de la combinación de Historia e invención. Por lo tanto, la novela no está pensada para lectores que desconozcan los hechos europeos y americanos desde los vikingos hasta el siglo XVI. Para el grupo (claramente una elite geográfica y cultural) de quienes cuentan con ese conocimiento, el humor del libro es desopilante en ciertos fragmentos, sorprendente siempre.

El tema general es el comienzo de lo que hoy se llama “globalización”, que aquí empieza en Europa pero se desarrolla sobre todo en sentido contrario y con centro en América Central y del Sur. Por eso, los nombres “Nuevo” y “Viejo” Mundo están invertidos: el “Nuevo” es Portugal, España, Francia; el “Viejo”, el Tahuantinsuyo, México, el Caribe. Para guiar a sus lectores, el narrador da nombres contemporáneos a la geografía y esa marca del siglo XXI se combina con tipos de discursos muy variados y cercanos a la época en que transcurren los hechos. Sin embargo, cuando se dirige al lector, el narrador lo imagina como alguien que da por verdadero lo que él está contando, como se haría en una novela histórica: “como todos saben”, afirma, para después contar, por ejemplo, el triunfo de Atahualpa sobre Carlos V. Y ese choque está en el centro del funcionamiento de la novela.

El método de construcción de Binet es la mezcla de discursos: desde sagas nórdicas, crónicas o poemas heroicos (las Incadas) hasta cartas, petitorios, principios religiosos, leyes y títulos típicos de la literatura del Siglo de Oro español. Después de una primera parte dedicada a la llegada de los nórdicos a América, mucho antes de Colón –parte que establece el tema geográfico esencial: los contactos marítimos entre Europa y América a través del Atlántico--, se pasa a un discurso muy variado sobre la lucha del Inca contra los reinos de la Europa en el siglo XVI y luego, a un final centrado en un joven Miguel de Cervantes Saavedra, que cierra el círculo geográfico y hace un viaje obligado hacia Cuba.

El mundo que narra Binet, ese remolino de culturas, lenguajes, conocimientos, es muy semejante a nuestro mundo actual. En la ucronía, el cruce de ideas humanas se acelera muchísimo con el fracaso de Colón y la llegada de los incas a Portugal. Los incas traen la modernidad. A partir de esa llegada, religiones y cosmovisiones como el catolicismo, el protestantismo, el Islam, el judaísmo, la religión del Sol de los Incas se cruzan, se enfrentan, tratan de borrarse, aprenden a convivir juntas (siempre en equilibrio inestable).

Como corresponde a una crónica cuya parte central es un triunfo cultural americano, el libro tiene cuatro partes, número esencial en las civilizaciones originarias. En la primera, segunda y última partes se narran varios viajes Europa-América. La tercera y principal es el viaje que hace Atahualpa, el Inca, en dirección contraria. Así, la novela explora sobre todo la mirada del Inca sobre Europa. Se lo muestra asombrado frente al salvajismo de la Inquisición y las quemas de brujas, las diferencias de clase, la forma en que funciona el oro (es decir, el dinero), y los principios que él considera absurdos en el cristianismo. Esa descripción invertida ocupa la mayor parte del libro y es por momentos desopilante y siempre, dolorosa. En esa parte, la tercera, se cuenta sobre todo la forma en que la “nueva situación creada por la irrupción de Atahualpa” modifica las cosas. El recién llegado establece una visión más tolerante, de mayor distribución de la riqueza y por algún tiempo consigue una Europa en paz. El humor es constante: entre otros ejemplos, el momento en que el Inca dice que no hace falta hacer una “reforma religiosa” sino una “reforma agraria”, o la construcción de la “pirámide del Louvre”.

La mezcla de culturas se puede rastrear en todos los niveles: por ejemplo, en las nuevas ceremonias y religiones mestizas, o en los nombres de los nuevos líderes políticos (duque Enrico Yupanqui; emperador Carlos Cápac). Tal vez el fragmento más impresionante para este tema, sea el de las cartas que se envían Erasmo y Thomas Moro, en el momento en que Enrique VIII de Inglaterra decide abandonar el catolicismo para casarse con Ana Bolena. En las cartas de los dos pensadores se muestra la forma en que ciertos hechos históricos pueden cambiarlo todo, desde los sueños a la filosofía pasando por la vida misma. Como han dicho tantos autores (en este momento, me viene a la memoria la poeta estadounidense Rita Dove y su “me fascina el individuo atrapado en la telaraña de la historia”), en Civilizaciones, la Historia y los hechos (tanto intencionales como absolutamente fortuitos) marcan la mente humana y el mundo, los transforman.

Podría haber sido así, eso dice Binet. Y de eso hablan las dos citas que la novela desarrolla a su manera: la primera, de Carlos Fuentes, “El arte da vida a lo que la Historia ha asesinado” (donde se confiesa la ucronía); y la segunda, que leída después de la novela, parece un comentario irónico sobre el estado de Europa en el momento de la expansión a América, en palabras del Inca Garcilaso, “Por esta behetría en que vivían, sin conformidad alguna, fueron facilísimos de conquistar”.