Como si fuera un secreto, ella nos cuenta su vida en una caminata. Salimos a recorrer el barrio del Abasto y la voz de Zoraida es una parte de nuestro cuerpo. Un teatro disimulado que sucede en nuestras cabezas pero que interactúa con lugares que desconocen que están formando parte de un relato. Así la calle se vuelve otra. Oficia como un escenario que conseguimos negociar con un movimiento que ni nosotrxs ni quienes se encargan de la dirección pueden controlar. Nos apropiamos de ese devenir urbano mientras convivimos con los demás, lxs que están ajenxs a esta forma sonora de la escena pero que nos miran porque entienden que algo sucede. Una cofradía de seres embelezados en sus auriculares idénticos, un tanto fosforescentes si la noche llega.
Zoraida Saldarriaga es una inmigrante venezolana que se dedica a tareas de limpieza. Su circuito cotidiano incluye el Teatro El Extranjero. Allí se despertó en ella un interés por las clases de actuación que terminaron en la realización de esta obra. Este encuentro hizo posible una variante sonora del teatro que hoy ocurre al aire libre: Zoraida la reina del Abasto. En una suerte de biodrama, la voz de la protagonista ofrece su biografía como una marca de autoría. Sus maneras de ganarse el sustento, sus momentos felices con sus hijos y su nuera, se mezclan con los sucesos sentimentales de sus amores y conquistas.
Su presencia desde la ausencia (ya que su voz está allí con nosotrxs pero Zoraida se convierte en un ser que imaginamos, a quien anhelamos ver y conocer porque en ese recorrido se genera una situación de intimidad) compone un realismo confesional que introduce en la escena la palabra de una clase social que no suele formar parte de las producciones artísticas.
Entonces tomar esa vida bajo los rasgos de una ficción implica entrar en un dispositivo social donde cada decisión pasa a ser determinante. Muchas estéticas han recurrido a los intérpretes no profesionales como un camino hacia una autenticidad indiscutible. El neorrealismo italiano construyó una poética ligada a la precariedad para encarar cualquier proyecto cinematográfico en la Italia de posguerra, pero que identificaba en esos personajes reales un modo de contar y una construcción de una actuación que nunca se desligaba de un valor de autoría en conjunto. Desde esa referencia se dieron indagaciones disímiles donde la cercanía con personas que brindaban la verdad de su drama no implicaban su participación en la elaboración general de la escena. Algo que podíamos ver en lo que se llamó El Nuevo Cine Argentino donde la incorporación de seres marginales, golpeados por ese entorno social a los que se hacía referencia en el film, eran vistos desde una interpretación ligada más a la clase social de lxs cineastas que de sus protagonistas.
Con el cambio de milenio el teatro comenzó a plantearse la posibilidad de experimentar en el campo documental y esto propició la aparición del género del biodrama que siempre se mostró más empático en el vínculo con las personas que elegía llevar a escena. Esta propuesta de Mariano Stolkiner establece un diálogo con ese género pero la figura absoluta de la voz de Zoraida, casi como una materialidad total, intervenida por un montaje sonoro realizado por Rafael Sucheras, cede la autoridad a la protagonista, especialmente desde el lugar de autoría. La construcción dramaturgia de Stolkiner es muy sutil, de algún modo le presta los recursos a Zoraida pero no altera la singularidad de su acción. Permite alojar sus cualidades y las características de su vida con mucho cuidado, sin opinar o calificar sus decisiones. Zoraida ha sufrido violencia de género, fue estafada por un hombre con el que convivía y encontró su manera de resolver el dolor a partir de la iglesia. Cantar un domingo en la misa es para ella una aproximación a la felicidad. Hay en el armado de la biografía una aprendizaje de la síntesis, un recorte que nos aproxima a un ejercicio de la escucha, a la trama de un monólogo que nos corre de cierta disponibilidad a un discurso previsible en la combinación de situaciones que se anudan.
El trabajo de Stolkiner es más eficaz en la medida en que se vuelve invisible porque el dispositivo busca que sea Zoraida la que cuente su historia, que descubra en la estructura de la ficción un modo de hacer de su biografía una narración de la que ella puede adueñarse. Contar implica pensar las cosas que nos pasaron y mirarlas con distancia. Zoraida se trasforma en este relato y nosotrxs la escuchamos mientras nos propone mirar la ciudad desde el ojo de su pertenencia, desde un recorrido que ahora nos involucra.
Zoraida, la reina del Abasto tiene como punto de encuentro
el teatro El Extranjero, los sábados a las 20 y 21 horas.