Tiembla la tarde en San Telmo. Sopla, y enfría la piel, el aire que es más que una brisa, que es como un viento sureño que parece desconocer a los almanaques de esta ciudad y que le pega de lleno a la espalda descubierta de Coquette en su paso agigantadísimo por la calle Defensa. 

Es una salida de cocktails, un sábado en familia para Coquette y sus siete aliadxs. Este clan de ocho drags que conviven en el imaginario de una cotidianeidad hogareña querida y soñada. Juntxs conforman a House of Lepidópteros, una de las tantas casas drags de la escena ballroom porteña, y juntxs también acaban de tomar las calles ligeras y aledañas al Viejo Mercado de San Telmo.

Para la biología, los lepidópteros son una especie de insectos reales: mariposas diurnas y polillas de metamorfosis completa. Para la historia de esta casa, Lepidópteros fue primero el título de un proceso escénico que involucraba danza contemporánea, performance y arte drag; pero cuyo marco extracotidiano trascendió el formato de elenco y se fue construyendo en otra cosa, en una grupalidad con una impronta identitaria que comparte colectivamente la complicidad de ese momento exacto de transformación.

Mucho tiempo y muchas vidas antes que Vogue, el legendario disco de Madonna, inclusive precediendo a la revuelta de Stonewall, el voguing empezó a constituirse en danza en Harlem, Nueva York, en las primeras décadas de 1900. Hacia los 60’ la cultura ballroom ya estaba instalada en el ecosistema de la resistencia de los cuerpos afros y latinos que caben en la sigla LGBT, siempre y hasta entonces en Estados Unidos. El estigma y la persecución fomentó la colectivización de una necesidad histórica: constituir un espacio seguro. Por eso, homosexuales, queers y transgéneros se congregaron en hábitats cotidianos a los que denominaron, nada más y nada menos, como houses.

Para las ocho drags que sostienen a House of Lepidópteros, la disciplina artística del drag opera como “un vehículo de libertad creativa y de expresión política”; y la “casa” funciona como un espacio de deconstrucción y transformación, de intervención y producción. Las dos madres, Chunsha Fox y Allergya; una princess, Coquette, y cinco hijes: Puerka Hache, V.I.C., Flor Leuxxi, La Deseo y Divino Tesoro van constituyendo sus universos estéticos a partir de la poética que conlleva la propia mutación de sus cuerpos.

Han enchufado un parlante naranja para que amplifique pistas de electrónica y tech house en la esquina de Bolívar y Estados Unidos. Vecinxs y visitantes que dispersaban la tarde en una merienda con cerveza formaron una medialuna alrededor de este frente. Vasto despliegue sirve de escena para una pasarela sobre la que irán recorriéndola con las secuencias de Runway, Lipsync, Voguing y Old Way, suficientes para hervir la tolerancia de dos policías que se acercaron a interrumpir y reprimir la música.

Desde su surgimiento esta casa drag propone una grilla de actividades con el ánimo explícito de salir al encuentro de sus comunidades y territorios: prácticas abiertas en parques para lxs interpeladxs por estos estilos de danza, transmisiones formativas por redes sociales, salidas, intervenciones urbanas en las calles de San Telmo. Estrenaron hace poco el primer capítulo audiovisual en el que narran la vida drag de su casa, y participaron también de Emergencia, el primer kiki ballroom, llevado a cabo semanas atrás en la ciudad de Buenos Aires. El año pasado consiguieron que el Instituto para el Fomento de la Actividad de la Danza no Oficial les incluya entre lxs beneficiarixs del Prodanza y, por consiguiente, decrete a House of Lepidópteros como “la primera casa drag subsidiada del país”.

Refuerzan la idea de simultaneidad posible y necesaria entre dos paradigmas matriciales: la existencia drag como hecho artístico y también político. “Nadie en la casa se truca” dirán Chunsha Fox y Allergya, las madres. “Es una decisión. Es también interpelar a la cultura drag”. Se trata quizás de una época fundacional para el movimiento. En los últimos años la cultura ballroom desplegó nuevos modos de encuentro y relaciones en cada vez más geografías del mapa. El ritual en torno al voguebeat empezó a quedar más cerca, a desprenderse de la noche, y de la centralidad porteña. Por eso también seguirá siendo clave el diálogo y los intercambios que realicen entre las casas drags de la escena actual.

La última parada de la caminata ocurre en el atrio del mercado. Algunas drags se distribuyen entre las escalinatas y otras se entreveran con los comensales que les graban con sus celulares. En un rato culminará la sesión pública, la excusa de los cocktails, y todas volverán a su bunker para deshojar cada una de las capas y las texturas que montaron sobre sus personajes. “Hay algo que realmente a mí me emociona. Porque uno siempre fue buscando esos espacios de seguridad y de familia elegida. La palabra familia. Sí, somos familia. No vivimos juntes todavía, pero siempre está la fantasía.”