“Cuando pronuncio la palabra Futuro/ la primera sílaba pertenece al pasado./ Cuando pronuncio la palabra Silencio,/ lo destruyo”. Estos versos de la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012) podrían preludiar el excepcional trabajo del escritor estadounidense John Biguenet en Silencio, editado originalmente en 2015, que Ediciones Godot acaba de publicar por primera vez en el país, traducido por Matías Battistón. “Hoy en día el silencio también es una commodity, que se compra y vende a precios comparables con los de los bienes más codiciados. ‘Démonos el lujo del silencio’, escribe Jane Austen en Mansfield Park. Lamentablemente, el costo de ese lujo tiende a alejarlo cada vez más del presupuesto de la mayoría”, plantea Biguenet en un libro fascinante por el modo en que explora un concepto tan elusivo como inagotable.
De principio a fin, Biguenet (Nueva Orleans, 9 de marzo de 1949) deconstruye el silencio y rastrea las contradicciones fundamentales que los humanos enfrentan cuando lo buscan. La industria del transporte aéreo es de las más agresivas a la hora de cobrar por disminuir el escándalo que ellas mismas producen. Uno de los ejemplos que despliega son las salas VIP en los aeropuertos, “las más exitosas boutiques del silencio”, como las define. Estos espacios dejan en claro que “segregar el ruido del silencio es una manera de segregar entre clase y clase”. El escritor estadounidense explica que “el ruido es la aflicción de los pobres” y que “es un problema de clase”, como otras formas de contaminación. A nivel mundial, la brecha entre “la paz de los ricos y el bullicio de los pobres aumenta”.
En uno de los capítulos del libro, Biguenet repasa la representación del silencio a partir de la obra de John Cage 4′33″. “Así como el silencio y el sonido están entretejidos en el lenguaje, lo mismo sucede en la música, y los compositores han inventado un sistema de notación musical que, por lo menos en lo que respecta a la representación del vacío sonoro, no difiere demasiado del lenguaje escrito. Donde un novelista usaría un punto, un compositor pone un silencio”. El escritor estadounidense subraya que los silencios no son tan sencillos como parecen y que los músicos de jazz también “tocan” sobre silencios, “por más que nosotros no podamos escuchar esas notas inaudibles”. “El silencio es parte de la composición, no algo que se le resta –precisa-. De hecho, el silencio tiene una duración determinada, equivalente a una redonda, una blanca, una corchea o una semicorchea; es un silencio definido, integral a la estructura de la obra. Al figurar en una secuencia de notas, y al compartir con ellas la duración (…) el silencio podría entenderse como una nota que nunca se toca. Así que un compositor reparte el silencio casi como un escritor va puntuando una oración”.
Biguenet apela a su experiencia para narrar lo que le sucedió a él y a su familia cuando el huracán Katrina destruyó no solo su casa en Nueva Orleans, sino la ciudad donde nació y en la que vive actualmente. Entonces se refugió en Dallas, en la casa de su hermano, y pudo comprobar cómo se vio afectada su capacidad para leer. Para el escritor estadounidense, ganador del premio O. Henry por sus cuentos cortos, “la lectura es un acto de hospitalidad hacia la mente de otra persona, en el que silenciamos nuestra voz como gesto de cortesía hacia la voz de la conciencia ajena, una voz que alterna con nuestra conversación”. ¿Qué sucede cuando una circunstancia extraordinaria como un huracán impide silenciar la voz propia? Resulta imposible leer. Cinco semanas después cuando pudo regresar a Nueva Orleans a una clínica de día (la casa permanecía inhabitable), empezó a escribir columnas para The New York Times. En una de esas columnas mencionó que había perdido su biblioteca personal, 2500 libros que el agua había arruinado. Entonces los lectores de todo el país le enviaron ejemplares de algunos de los títulos que había perdido: los poemas completos de Elizabeth Bishop, una edición de los ensayos de Ralph Waldo Emerson, la traducción de Robert Fagles de La Odisea. Pero Biguenet no podía leer.
¿Es cierto que se leen las palabras escritas en un libro o en un artículo periodístico “silenciosamente”? El escritor estadounidense señala que recientes estudios neurológicos ponen en duda que la lectura silenciosa sea realmente silenciosa porque cada vez más evidencias apuntan a que el cerebro interpreta la lectura “silenciosa” como un fenómeno auditivo. “Leer activa espontáneamente procesos auditivos sin ninguna estimulación sonora -advierte Biguenet-. La palabra escrita produce una vívida experiencia auditiva casi sin esfuerzo”. Y agrega que los lectores “producen una voz interior, incluso cuando leen una narrativa donde no puede identificarse a nadie que hable”.
Hay un dictamen de Theodor Adorno, al final del ensayo “Crítica de la cultura y sociedad”, que ha sido muy citado: “Escribir un poema después de Auschwitz es barbarie”. Biguenet aclara que pocos saben que Adorno más tarde revió su pedido a los poetas para que no intentaran hablar de lo indecible: “La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar; de ahí que quizá haya sido falso decir que después de Auschwitz ya no se puede escribir poemas”. Entonces el escritor estadounidense establece una diferencia entre genocidio y tortura. “El genocidio busca silenciar; la tortura es el antídoto al silencio (…) El objetivo principal de la tortura es romper el silencio del torturado”.
Hacia el final del libro, Biguenet se pregunta por el futuro del silencio, después de leer un artículo sobre cómo los barcos interrumpen los llamados de las ballenas francas. Incapaces de comunicarse con las demás por el ruido submarino, pasan más tiempos solas. El silencio, tan necesario para el ecosistema, está en “peligro de extinción” por el ritmo frenético del mundo. En el horizonte inmediato el temor es que haya cada vez más ballenas solitarias.