Luís Rovisco habla. Luís Rovisco ríe. Luís Rovisco canta. Luís Rovisco baila. Él es el technoboss –o así imagina serlo– de una empresa dedicada a la venta de servicios de seguridad, alarmas y aledaños; el protagonista del último largometraje del portugués João Nicolau, cuyas dos películas previas –A Espada e a Rosa (2010) y John From (2015)– formaron parte de la Competencia Oficial del Bafici en sendas ediciones del pasado. Luego de su debut en el Festival de Locarno, Technoboss recorrió encuentros cinematográficos de todo el mundo y ahora le toca abrir el juego de la 8° Semana de Cine Portugués en Buenos Aires (el miércoles 10 a las 18.30, en la terraza del Centro Cultural Recoleta.
En la pantalla, Rovisco (el actor no profesional Miguel Lobo Antunes, abogado y reconocido gestor cultural en su país) reparte su tiempo entre las recorridas por campings, geriátricos y hoteles, donde instala sofisticados equipos de vigilancia, y el contacto frecuente con su hijo y su nieto, mientras ingresa en una etapa nueva y diferente de su vida, signada por las más de seis décadas transcurridas desde su nacimiento. El encuentro con personas desconocidas y otras que regresan del pasado –como una exnovia, encargada de la atención al público en un establecimiento hotelero– le dan forma a un film muchas veces sorprendente, siempre lúdico e inteligente.
Con dejos lejanos del cine de Aki Kaurismaki y una construcción del protagonista que comparte el norte humano y ético de los films de Otar Iosseliani, extravagante en el mejor sentido posible de la palabra, alternando el absurdo con la emoción y el humor con una afilada reflexión sobre la existencia, Technoboss termina imponiéndose como una particularísima aproximación a un género cinematográfico extinto, el musical, al tiempo que vuelve a demostrar las posibilidades del cine como un lugar de experimentación y libertad, lejos de etiquetas y formatos preestablecidos. “Me interesaba crear una situación donde pudiera observar a un personaje fuera de todo el juego social, ya sea el familiar o el laboral”, afirma Nicolau en comunicación exclusiva con Página/12 desde Lisboa. “La primera imagen que se nos ocurrió, tanto a mí como a la coguionista Mariana Ricardo, fue la situación de manejar un auto. Cuando conducimos largas distancias, el automóvil se convierte en una cápsula de intimidad; un ámbito privado que, sin embargo, tiene contacto con lo público. Tal vez por pudor elegimos un auto, y no un baño o una habitación”. Para el realizador, ese fue el origen de la futura película: un hombre manejando su auto en la ruta. Luego, llegó el momento de crearle una profesión, que terminó siendo la de representante comercial (e instalador, aunque no demasiado al día con la tecnología) de sistemas de seguridad.
“Fuimos construyendo el guion a partir de esa tensión entre lo privado, lo íntimo, y aquello que forma parte de la vida exterior -continúa Nicolau en perfecto español-. En particular el trabajo, pero teniendo en cuenta también la relación con los miembros de la familia. La idea siempre fue hacer un estudio de personaje, tal vez más profundo que en mis películas anteriores. Debo decir que, en este momento de mi vida, lo que más me interesa y lo que más me gusta de hacer películas son los ensayos. Es una instancia donde todo es posible, donde no está presente el estrés del rodaje. Hay mil maneras de hacer películas y muchos de mis colegas se basan estrictamente en la improvisación, o bien sólo le dicen al actor lo que debe hacer el día anterior, pero a mí me encanta tener tiempo para pasarlo con la gente que estará delante de cámara. Sobre todo si son no profesionales, como es el caso de Miguel Lobo Antunes. Las razones son dos. En primer lugar, porque no me parece bien poner de golpe a un no profesional frente a un equipo de treinta personas. Por el otro, porque, paradójicamente, cuanto más ensayas más posibilidades para improvisar tienes”.
-Como en A Espada e a Rosa y, en cierta medida, también en John From, el artificio está presente en pantalla de manera ostensible. No sólo por la aparición súbita de la música y el canto, sino también por el uso de fondos artificiales o escenas claramente filmadas en estudio.
-Technoboss es una película que necesita que el espectador juegue el juego que propone. De otra forma, sería mejor dejarla de lado. Se trata de dispositivos o entradas a un mundo distinto a aquello que llamamos realidad. La primera secuencia de estudio surge de forma tan súbita que casi nadie lo espera y se sorprende. En John From esa irrealidad se iba metiendo en la película de una manera menos directa.
-¿Cómo llegó Miguel Lobo Antunes a interpretar el rol principal? Luego de ver la película, resulta imposible imaginar otro rostro y otro cuerpo en su lugar.
-Es una historia curiosa, porque el guion estaba ya muy construido y sabíamos que el protagonista iba a tener que cantar y pasar por matices muy diferentes a lo largo de la historia. Estábamos convencidísimos de que el encargado de darle vida a Rovisco debía ser un actor profesional. Vimos a casi todos los actores dentro de un rango de edades, entre los 55 y los 75 años. También a algunos cantantes. En mis películas previas, el reparto estaba integrado por profesionales y no profesionales, pero los roles centrales están interpretados siempre por actores sin experiencia previa. Y aquí terminó ocurriendo lo mismo, a pesar de nuestras intenciones iniciales. Lo cual demuestra que no se trata de algo programático, sino que es así como terminan resultando las cosas. Finalmente, para Techonoboss había dos o tres opciones de profesionales que resultaban interesantes, pero ninguna me enamoraba. Una noche me invitaron a una pequeña fiesta en la cual también estaba Miguel. A él lo conocía por su trayectoria pública, ya que trabajó mucho tiempo como programador en centros culturales importantes. Lo vi mientras bailaba y hablaba con los otros invitados, y cómo a veces se alejaba para observar a la gente. Su imagen me quedó grabada, y al día siguiente conseguí su contacto y lo invité a comer. La primera reacción a mi pedido de que viniera a un casting fue decirme que estaba loco, pero justo se había jubilado y, luego de pensarlo, su respuesta final fue "¿por qué no?". En la audición, su actitud ya era similar a la que queríamos ver en Rovisco, divirtiéndose pero con una ética de trabajo impecable. Y eso fue todo: nos conquistó por completo. Me siento muy afortunado de haberlo encontrado y de que haya aceptado embarcarse en esa aventura.
-¿Cómo definiría, en pocas palabras, al personaje de Rovisco?
-Por un lado, se trata de un típico hombre de clase media. No tiene un trabajo muy interesante ni una casa súper bella. Es divorciado, como le ocurre a mucha gente. Pero tiene algo que, creo, lo define y lo torna un poco peligroso e inusitado en esta sociedad: está bien consigo mismo. Creo que eso es lo que más lo define. También es alguien que está ingresando en una nueva etapa de su vida, una etapa que el cine no suele contemplar: la de las personas mayores. Es interesante, porque así como un niño que ingresa a la escuela primaria por primera vez o como un joven que se asoma a la sexualidad, o como alguien que descubre la paternidad, Rovisco también está en un momento de cambio. Y no lo niega.
-El acercamiento al terreno del musical y el humor es absolutamente idiosincrático. ¿Debería ser el cine un espacio de libertad absoluta, o son necesarias algunas reglas narrativas y formales?
-La música es parte vital de mi vida. Antes de comenzar a trabajar en el cine como montajista formé parte de varias bandas con amigos. Me considero un músico aficionado y siempre fui un coleccionista de discos (de hecho, las veces que he ido a Buenos Aires lo pasé muy bien recorriendo disquerías de usados). Es por eso por lo que la música forma parte esencial de mis películas. En el caso de Technoboss, quise probar, muy conscientemente, de qué manera se relaciona hoy el espectador con el musical clásico, que a mí me encanta. El tema es que no se pueden hacer musicales porque el espectador ya no es el mismo. Pero la memoria está presente y me interesaba investigar cómo se podía tratar la materia musical, la canción popular, en el cine de hoy. Estamos rodeados de música: en casa, en el auto, en el subte, en el supermercado, cuando nos bañamos. ¿Por qué entonces es tan especial la música en el cine? No me refiero a la música incidental, desde luego. Como es un discurso distinto al habla… Hay algo que el cine exige, un supuesto realismo, que el musical rompe por completo. Para la película invitamos a tres compositores distintos, que venían de ondas muy diversas, para que trabajaran juntos. En cuanto a la comedia, creo que la cosa tiene más que ver con el espíritu, no tanto como un efecto que busco lograr algo en el espectador. Creo que Technoboss convoca más a la sonrisa que a la risa. Es algo intrínseco al proceso creativo y tiene que ver con una manera de ver el mundo.