Entre las obras de arte que me conmovieron cuando viajé a Europa por primera vez, hay una que me impactó profundamente y que he vuelto a ver, como un compromiso obligado, cada vez que he visitado París. Se trata de Les Grandes Décorations de Nymphéas de Claude Monet, un conjunto de ocho inmensas pinturas que se exhiben en el Museo de la Orangerie. Se la puede considerar una única obra, lo que hoy llamaríamos una instalación, ya que Monet las pintó pensadas para ser exhibidas tal como se las pueden ver actualmente, decidiendo el orden y la forma en que esos gigantescos paneles (dos metros de altura y más de noventa metros de longitud en total) serían colocados, en unas salas ovales creadas expresamente a su pedido y en cuyo diseño colaboró con el arquitecto Camille Lefèvre.

Ya desde 1914 Monet tenía la intención de donar al estado francés un conjunto de obras de su vasta serie de nenúfares o ninfeas, ofrecimiento que finalmente se concretó al finalizar la guerra, pero que sufrió muchos vaivenes ya sea porque Monet no estaba conforme con sus trabajos, o en otros momentos porque no le garantizaban un espacio expositivo de acuerdo a sus deseos. Pero el mayor obstáculo que encontraron estas obras, que Monet denominaba Decoraciones, fue la vista del artista. Las cataratas comenzaron a molestar a Monet ya a partir de 1910, y fueron generándole progresivamente cada vez más dificultades para su trabajo. Con el correr de los años, Monet comienza a pintar en tamaños cada vez mayores y utilizando pinceles más anchos, evitando los detalles que le requerirían una vista más aguda. Se resistía a operarse porque no tenía ninguna garantía del resultado. En 1922 escribe en una carta: “(…) quería aprovechar el resto de vista que me quedaba para terminar algunas de mis Decoraciones. Me equivoqué. Pues finalmente no he tenido más remedio que aceptar que las estaba echando a perder, y que ya no era capaz de hacer nada bello. Y destruí varios de mis paneles. Hoy estoy casi ciego y he tenido que renunciar a cualquier trabajo”. Pero luego de recibir un tratamiento con gotas que le mejoran la visión del ojo izquierdo, decide operarse el derecho a comienzos de 1923. Los resultados no son los esperados y Monet encuentra muy difícil adaptarse a las lentes especiales que debe usar (con un vidrio esmerilado que opaca la visión del ojo no operado). Encuentra una gran distorsión en la visión de los colores mediante el ojo derecho, pero la aprovecha para experimentar. Pinta un mismo motivo cubriéndose alternativamente cada uno de los ojos y obtiene dos cuadros completamente distintos, uno en el que predominan los colores fríos y otro (el que tiene cataratas) dominado por los cálidos. Luego de momentos de desesperación y abatimiento, mediante unas nuevas gotas y un nuevo juego de lentes Monet consigue recuperar una visión lo suficiente aceptable para continuar con sus pinturas y las rehace incansablemente tratando de conseguir los efectos deseados. “Trabajo duro en mis Decoraciones con el fin de que puedan estar listas en el plazo estipulado” le escribe a su galerista Durand-Ruel en noviembre de 1923. Sin embargo, nunca termina de estar conforme y los plazos se van prorrogando una y otra vez, al tiempo que son construidas, según su diseño, las salas para albergar los paneles. En enero de 1925, muy disconforme con su obra escribe, en una carta a Pierre Bonnard, “(…) maldigo la idea que tuve de donarlos al Estado. Y no voy a tener más remedio que donarlos en un estado deplorable que me entristece mucho”. Continúa trabajando insistentemente en los paneles, pero su salud se deteriora y en setiembre de 1926 le escribe a Clemenceau “Si no recupero las fuerzas suficientes como para hacer lo que deseo en esos paneles, estoy decidido a donarlos tal y como están”. Monet muere de cáncer de pulmón el 5 de diciembre de 1926 y Les Grandes Décorations de Nymphéas se inauguran el 17 de mayo del año siguiente.

Foto: Gilda Di Crosta

Esta instalación de Monet es en cierta forma heredera de los Panoramas, espectáculos ópticos del siglo XIX, que consistían en unos espacios circulares cerrados, en donde el espectador al entrar se veía rodeado por las imágenes que cubrían el interior del edificio, habitualmente vistas de ciudades, batallas o paisajes exóticos. La intención era crear en el visitante la ilusión de estar dentro de ese espacio figurado que se extendía hasta el infinito. Monet, en cambio, hace otro uso del espacio, fundiendo la superficie –real– del cuadro con la superficie –representada– del agua. En sus pinturas el ojo no penetra hasta el infinito, sino que la mirada queda atrapada entre las coloridas y gestuales pinceladas que solo ofrecen una imagen realista al ser vistas de lejos. Cuando el espectador se acerca a los paneles, la representación de los nenúfares, la superficie del agua y la vegetación y las nubes reflejadas en ella –motivo de los cuadros de Monet– se disuelven en un caos de pinceladas aparentemente anárquicas: pura materia, una danza de colores que vibran entre sí y cuya relación con la representación se pierde, atrapando al ojo, que no logra reconstruir una forma coherente. Cuando el espectador se aleja, el ojo reconstruye el paisaje, un paisaje a media distancia, en el que no hay horizonte ni casi profundidad. Antes bien, los colores parecen flotar en el espacio, como sucede con los reflejos del agua sobre el techo y piso de un acuario.

Obra cumbre del impresionismo, esta obra se ve ahora como precursora del expresionismo abstracto, relacionándola con las pinturas de Jackson Pollock y el período abstracto de Philip Guston. Aunque nunca he pintado en un estilo similar, esta instalación me abrió los ojos a las posibilidades de la pintura como medio. Estar sentado, en silencio, en una de esas enormes salas ovales, es uno de los placeres que espero poder volver a experimentar. Y ahora que yo mismo estoy comenzando a sufrir de cataratas, esta obra de Monet, realizada en lucha contra las dificultades físicas, adquiere para mí un nuevo valor.

Foto: Daniel García

Daniel García nació en 1958 en Rosario, donde vive y trabaja. Expone desde 1981. Mayormente autodidacta, en 1981 cursó estudios sobre el color con Eduardo Serón. Durante 1991 y 1992 asistió en Buenos Aires a un taller coordinado por Guillermo Kuitca becado por la Fundación Antorchas. Ha participado en numerosas muestras colectivas como la 47º Bienal de Venecia, en 1997, VI Bienal de La Habana (Cuba, 1997), 1º y 2ª Bienal del Mercosur (Porto Alegre, Brasil, 1997 y 1999) y “De Ponta-Cabeça”, I Bienal de Fortaleza (Brasil. 2002). Hay obra de su autoría en diversas colecciones públicas: Museo Castagnino+macro, Rosario; Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires; Malba, Museo de Arte Latinoamericano, Colección Costantini, Buenos Aires; Museo Emilio Caraffa, Córdoba; Museo Dr. Juan Ramón Vidal, Corrientes; Museo de Arte Contemporáneo, Salta; Museo de Arte Contemporáneo, Bahía Blanca; Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, y Hess Art Collection, Colomé, Salta y Napa Valley, USA.