Un remate de Carlos Tevez que se va cerca del palo. Dos goles de Eduardo Salvio. Una pirueta en el área para cortar un centro y mandar la pelota al córner. El vuelo del arquero y la atajada a otro derechazo de Tevez decidido a colarse en un ángulo. Un tiro libre de Emanuel Reynoso, exquisito, que se estrella contra el palo y se acomoda en el fondo de la red. Parecen simples postales del 3-0 con que Boca le ganó a Independiente Medellín hace un año, por la Copa Libertadores, pero son mucho más que eso: esos recuerdos de la Bombonera, de hace exactamente 365 días, son los más recientes que el fútbol argentino tiene de sus hinchas en un estadio, antes de que la pandemia obligara a ver los partidos desde casa.
¿Habrían sido más eufóricos los gritos de cada hincha, de haber sabido que aquel sería su último aliento en mucho tiempo? ¿Habría disfrutado más ese murmullo inconfundible, cada futbolista, de haber imaginado que luego se encontraría con la soledad de las tribunas vacías? Aunque es imposible saberlo, en realidad, aquel 10 de marzo de 2020 ni siquiera iba a ser el último día sin público en nuestro fútbol: la perlita histórica iba a quedarle a River, un día después, en el encuentro en el que apabulló a Binacional de Perú por 8-0, pero ese juego se jugó de antemano ya sin público por sanciones dispuestas a los millonarios por la Conmebol.
Aunque cada hincha seguramente recuerde su propia despedida inconsciente de las canchas, lo concreto es que ese martes en La Boca fue la última vez que un estadio argentino tuvo público en sus tribunas. Dos días después, el Gobierno nacional anunciaría la continuidad del fútbol pero a puertas cerradas. Y una semana después, directamente se desvanecía la esperanza de seguir viendo a la pelota rodar en las canchas argentinas: fue un comunicado del Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación el que anunció la suspensión del deporte. La pelota, desde entonces, tardó 228 días en volver a rodar.
Cuando el viernes 30 de octubre el fútbol se reanudó con el torneo masculino de Primera División -la categoría nacional que inauguró los regresos escalonados a las canchas-, los hinchas argentinos ya se habían familiarizado con las escenas del fútbol sin su presencia. También con esa novedosa tarea de abrir un estadio gigante para que quede vacío.
La vuelta del fútbol a puertas cerradas llegó a nuestro país cuando ya en el mundo entero sus protagonistas se habían encargado de relatar que nada era lo mismo sin los hinchas. Lionel Messi había contado que era horrible jugar sin ellos. César Luis Menotti había asegurado que no podría ver un partido sin público y Pep Guardiola había dicho que, sin gente en las gradas, no tenía sentido jugar. Cristiano Ronaldo definió el sentimiento poniendo incluso a los fanáticos en el lugar central de la fiesta del fútbol. "La salud es lo primero, pero es triste -se sinceró el portugués-. Jugar sin hinchas es como ir al circo y que no haya payasos".
El fútbol argentino, con sus jugadoras, jugadores, cuerpos técnicos, auxiliares, dirigentes y hasta con sus hinchas al otro lado de las pantallas, empezó a comprender tal nostalgia en su dimensión real cuando llegó la hora de volver a jugar. El impacto, además, se hizo sentir también en el campo de juego: la última Copa Maradona, según un análisis de la agencia informativa AFP, arrojó menos victorias locales que ediciones anteriores de los torneos de Primera División.
Cuesta imaginarse las infinitas expresiones de cada hincha del fútbol extrañando su lugar en la cancha. Lo que sí quedará en la memoria colectiva, sin embargo, son esos hechos que se metieron en el calendario pandémico para conmover el corazón pero debieron vivirse en soledad, tanto adentro como afuera de la cancha. La emoción mediatizada por las pantallas y los abrazos vía celular habrán teñido los recuerdos de la vuelta a Primera de Platense después de 22 años o del festejo xeneize de la goleada de Boca a River por 7-0 que coronó al primer campeón femenino de la era semiprofesional. A puertas cerradas, también, arrancó la quinta aventura mundialista de Messi, con el sonido ambiente simulando los cantitos para abrazar al equipo en su debut en las Eliminatorias Sudamericanas con Ecuador.
Pero a la efeméride signada por el distanciamiento social le vale un asterisco con forma de gambeta. Porque esta crónica no puede pasar por alto que Diego Maradona murió en medio de este fútbol sin hinchas. Lo que sucede es que, allí, el pueblo que supo disfrutarlo y amarlo se inventó un estadio en calles y balcones, en colectoras y avenidas, y los aplausos que no pudieron bajar de las gradas salieron a terrazas y veredas para alentarse ante el dolor más grande que les estaba entregando el fútbol. Y para despedirlo a él.
Fue todo eso, pero también tanto más, lo que sucedió desde aquel 10 de marzo en el que un estadio tuvo en sus brazos a sus hinchas por última vez. Y si cuesta creer que ya haya pasado un año, más difícil es creer que nuestro fútbol sea lo mismo sin esa presencia inconfundible que cada hinchada argentina arroja al césped cuando es hora de jugar.