La violencia de género, el trabajo precarizado, las tareas de cuidado, los crímenes de odio parecen estar en loop, no frenan. Convivimos con todo esto desde que tenemos memoria de la desigualdad. Pero hay cosas que cambian, hay recorridos y contextos. Para pensar hacia dónde queremos ir, veamos dónde estamos y de dónde venimos.
En marzo de 2016 por primera vez se convocaba en este país a un paro multitudinario de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Fue poco después de la fecha emblemática de Ni Una Menos que brotó desde adentro un 3 de junio de 2015. En el intervalo entre uno y otro evento solo pasaron meses, pero la realidad ya era muy distinta: había finalizado el mandato de la primera mujer presidenta electa durante dos períodos consecutivos de la Argentina, y accedía al gobierno el primer presidente proveniente de un partido de derecha neoliberal no tradicional. Aquel que durante ese tiempo no tuvo verguenza en ser llamado “el feminista menos pensado” por la titular del Instituto Nacional de las Mujeres, Fabiana Tuñez, activista histórica sin respaldo del movimiento feminista. Nadie se comió esa curva.
En 2018 hubo una nueva ola empujada por el debate del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso, después de un diciembre agitado contra la reforma previsional, sin presupuesto social y con las consecuencias de las políticas económicas arreciando. Todo ese año las concentraciones fueron creciendo hasta lograr un triunfo histórico el 13 de junio en la cámara de diputados. En julio ocurrió el asesinato de Micaela García. Su imagen con la frase ni una menos fue conmovedora en muchos sentidos, éramos nosotras, movilizadas para que no haya un femicidio más. Mica era militante, se organizaba con sus amigas y compañeras para pelear por un mundo mejor. Al final de ese año la actriz Thelma Fardin denunció a su abusador Juan Darthes. Ella y sus compañeras dijeron: mirá como nos ponemos. El caso escaló mediáticamente, y los cuestionamientos hacia Thelma también. Pudimos ver en vivo cómo se juzga a las personas que denuncian: ¿no se lo habrá buscado? ¿no está queriendo un poco de fama? La respuesta fue: yo te creo hermana.
El año 2019 también tuvo su paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Entre todas las reivindicaciones figuraba primero el aborto legal, junto con el rechazo a la deuda con el FMI y el fin de las violencias. Un año después se recuperaba el gobierno para un proyecto democrático y de las mayorías, conquistando el aborto y frenando la fuga de la deuda. El movimiento feminista fue un sujeto político fundamental de la resistencia al macrismo y de la gesta democrática. Ese año volveríamos a cambiar la historia.
Lo que vendría después era inimaginable e inesperado. La pandemia mundial nos trajo otras condiciones de vida. Los cuidados y tareas domésticas, la falta de trabajo, la protección del hábitat, las responsabilidades comunitarias. Muchos temas que nos cuesta visibilizar se pusieron de relieve. Pero las brechas de ingresos y la precariedad laboral son la realidad de la mayoría de las mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. Las estadísticas de la violencia y la desigualdad nos muestran que hay cosas que no cambian, incluso algunas parecen empeorar.
¿Qué agenda tenemos que construir en la actualidad? ¿Qué estrategias nos damos para desarmar las violencias estructurales y las brechas de género? ¿Qué condiciones tenemos para lograrlo?
El gobierno del Frente de Todes ha decidido jerarquizar áreas, escuchar reclamos y postular la construcción de la lucha contra la violencia de género como política de Estado. Hay compañeras feministas con diferentes responsabilidades en el Estado, el movimiento logró filtrarse por lugares impensados.
Uno de los mayores desafíos de la militancia feminista dentro y fuera del Estado es avanzar hacia transformaciones de fondo a través de propuestas y experiencias que no repitan los limites y fallas existentes en las politicas públicas y el sistema de justicia. Necesitamos pensar nuestras estrategias, balancearlas y mejorar urgentemente.
Esto supone debatir con aquellas respuestas que se ensayan cometiendo errores ya comprobados. Es un problema encapsularse en el reclamo contra las violencias que nos ubica en un lugar victimizante. La política construida desde el miedo conduce a la demagogia punitiva que no cambia nada sino que refuerza las desigualdades existentes. Los proyectos que apuntan a aumentar las penas no conducen a ninguna solución. Darle más atribuciones a la propia justicia sin replantearla, fortaleciendo el sistema de penas, abonando a una política de exclusividad de la denuncia implica un problema y expresa un límite grave para resolver la violencia de género así como la consecuente implementación del castigo selectivo hacia los sectores populares, crecimiento de la población en cárceles, etc. Esto no significa desconocer la búsqueda de justicia de familiares, al contrario, necesitamos mejores políticas de reparación y acompañamiento.
Queremos preguntarnos y pensar colectivamente: ¿Qué implica una reforma feminista de la justicia? ¿Cómo la imaginamos? ¿Cómo no caer en la trampa de generar respuestas formales a problemas que son de fondo?
En primer lugar valoremos la práctica feminista de generar diálogos diversos y debates que nos enriquezcan y nos permitan ir por más. En el otro extremo de los planteos punitivos también se encuentran aquellas formulaciones que apelan exclusivamente a cuidarnos entre nosotras, abonando implícita o explícitamente a un discurso anti estado. Pensar que la única solución es entre amigas no solo es restringido, sino que es una idea liberal que tiene como resultado que quienes menos tienen la pasen peor. Por el contrario, necesitamos más Estado y más comunidad organizada.
El rol de las políticas públicas y del Estado es garantizar derechos para lo cual hay que construir justicia social y distribuir los recursos, intervenir especialmente en favor de quienes están más lejos de alcanzarlos. Si la concentración de la riqueza es cis-sexista, repartir la torta tiene que ser la prioridad feminista. Para que exista una democratización real del acceso a los bienes y servicios hay que favorecer la participación de mujeres, lesbianas, travestis y trans en todos los ámbitos.
Algunos aportes para compartir y pensar el tipo de políticas que necesitamos contra la violencia y las desigualdades:
-Políticas de redistribución económica. No solo la violencia económica es la menos nombrada e identificada, sino que es lo que le falta a todas las políticas de género que se ensayaron hasta ahora: pensarse integralmente, dando soluciones, interviniendo no solo en la asistencia sobre la urgencia, sino trabajando en respuestas materiales, habitacionales y laborales, con el objetivo fundamental de la autonomía económica. Ejemplos muy positivos de estas políticas son la moratoria previsional que favoreció especialmente a mujeres sin aportes jubilatorios, y la AUH que igualó las asignaciones para la población que está fuera del mercado laboral formal.
-Articulación y democratización de los recursos existentes. Registro federal unificado de femicidios, paridad en la justicia y democratización en el acceso, para una justicia sin privilegios, patrocinio gratuito para personas víctimas y familiares directos, abordar una legislación de protección ante violencia institucional y policial, territorialización de la atención con sistemas unificados de valorización y predicción de riesgo. Para esta propuesta se necesita participación de la sociedad civil: los proyectos y experiencias de promotoras comunitarias son una gran experiencia en este sentido.
-Propuestas de capacitación con acciones de seguimiento para trabajar en las fuerzas de seguridad y en todos los ámbitos públicos y privados, que estipulen pautas para el ingreso y permanencia de quienes participan en la institución. La ley Micaela y la Ley de Educación Sexual Integral no pueden convertirse en un requisito formal sin profundización y sin herramientas para su implementación permanente. Las organizaciones sociales tienen mucho que aportar en este aspecto.
Hay mucho camino por recorrer, pero también mucho hemos transitado. Para valorar el esfuerzo es necesario ir por más, cambiar un sistema desde la raíz. Construir políticas transversalmente, apoyándonos en las compañeras. Desarrollar experiencias nuevas de institucionalidad, registro, sistematización. Estas son solo algunas líneas para seguir pensando. Puentes que estamos creando para desarmar todo lo que somos y poder rearmarnos en una comunidad política de derechos.
*Socióloga, Directora del Observatorio de género y Políticas Públicas, Referente del Frente Patria Grande.