“Indagar en las culturas y en los espíritus se convirtió en una necesidad para acercarse a la huella que el sufrimiento dejaba en la mirada de los hombres”, reflexiona uno de los múltiples narradores que conforman Mandíbula, novela de Rodolfo Yanzón, donde diferentes planos de una misma realidad se irán entretejiendo lentamente para Samodi, un abogado porteño que viaja a la ciudad formoseña de Clorinda para defender a un cliente acusado de asesinato en una circunstancia difícil de desentrañar si antes no se comprende el universo cultural de sus habitantes.
“Comencé a escribir lo que luego fue Mandíbula días después de la muerte de mi viejo, era un relato que hablaba de explorar un lugar agreste, un modo de conectarme con aquellas cosas que me unían a él”, dice Rodolfo Yanzón. Y al momento de pensar en la literatura, afirma que escribe para escapar de los eufemismos del discurso jurídico y descubrir aquello que ese discurso oculta. “En el ingreso a la Facultad de Derecho, en plena dictadura, me encontré con un lenguaje frío, sin alma, que debí aprender para avanzar en la carrera, no sin angustia, en claustros oscuros. El choque se profundizó cuando comencé a trabajar en el poder judicial en los últimos años de la dictadura. Me conecté con textos sustanciosos en talleres literarios; narraciones con aromas, calenturas y compromiso con el sufrimiento humano y la lucha por sobrevivir, en lugar de esa imagen tediosa del buen padre de familia que enseñaban en la Facultad como modelo de humanidad. Todo eso sucedía mientras, poco a poco, me metía en la lucha sindical y por los derechos humanos”.
En relación a su novela, Mandíbula, agrega: “El texto se fue conectando con un caso penal en el que defendí a un baqueano acusado de la muerte de un cazador furtivo y el relato tomó otra dimensión. Lo dejé un tiempo pensando en lo que quería contar. Me sumergí en distintas lecturas, sobre todo históricas, hasta que la forma se hizo más visible, contar un caso penal en un marco natural desconocido con una impronta cultural muy marcada y extraña para la gente de ciudad. Que el relato se inicie con una cita de Goethe afirma un compromiso, contar desde una verdad dejando en claro el lugar desde el que miraba, tomando partido. Ser sincero pero no imparcial, algo tan extraño en estos días. La imparcialidad es uno de los puntos de la novela, como también, los intereses en juego que rodean el caso y el modo en que inciden en quienes deben tomar decisiones”. Un thriller guaraní, un relato de viajero, dice Ricardo Ragendorfer desde la contratapa.
Rodolfo Yanzón agrega un caso penal como hipérbole de nuestra propia historia, una historia de desarraigados y olvidados y, por consiguiente, una de vencedores y vencidos y de cómo estos últimos deben encontrar su camino a pesar de las pérdidas y las derrotas. Están las leyes de los hombres; pero también las otras, ancestrales; y es justamente a esa zona de conocimiento que accederá Samodi una vez que acepte representar como abogado defensor a Antonio Cabaña, nacido y criado en Laguna Neck, cerca de Laguna Blanca, baqueano de oficio y dispuesto a llevar hasta las ultimas consecuencias su condición de inocente frente al delito que se le imputa. “¿Cómo pueden decir que lo maté, si tomaba tereré con él?, se preguntó el preso a modo de queja”. Interrogante que podía pasar desapercibido para muchos pero no para Samodi, hombre de experiencia y de refinada cultura, tan sensible a las palabras.
A partir de ese momento Rodolfo Yanzón despliega una técnica narrativa sumamente interesante y original que consiste en poner en diálogo una gran variedad de textos que comienzan a configurar diversas tramas aparentemente secretas, pero que irán cobrando sentido y profundidad conforme se avance en la investigación, el reconocimiento del lugar, la relaciones mercantiles en la triple frontera, y, sobre todo, la idiosincrasia o cosmología de un sector siempre postergado por quienes tienen el poder. “La tercera vez me llamó desde Buenos Aires”, dirá Maia Torales, una mujer con la que Samodí generó una amistad durante el viaje a Clorinda y que bien podría asumir la dimensión simbólica de una Sibila. “Estaba interesado en hablar del tereré. Es algo muy importante para la defensa de mi cliente, me dijo. Yo quedé pasmada, pensé que estaba haciéndome una broma. Le pregunté que necesitaba saber, y me dijo todo. Todo es nada, le dije. Así que traté de darle forma por mi cuenta a lo que pedía”.
En Mandíbula confluyen relatos históricos,ya sea el origen del tereré y la función que tenía para los nativos hasta la llegada de los jesuita, o las consecuencias de la guerra de la Triple Alianza, los mitos fundacionales y leyendas de la cultura guaraní con todo lo que concentra ese idioma como una forma tan particular y necesaria de ver y habitar el mundo, las tradiciones pictóricas, la literatura ligada a los mitos griegos donde se ponen de relevancia una gran variedad de similitudes, mientras se va resignificando la cruda e injusta realidad por la que debe pasar Antonio Cabaña en prisión. “Cuando lo llamé a Buenos Aires para preguntarle cómo iba el asunto de Antonio, me dijo que no había novedades y habló de un trabajo sobre los hombres de la zona. Como estaba interesado en la lucha de los guaraníes para retener sus tierras, le conté de la guerra que enfrentó a guaraníes de las misiones jesuíticas con españoles y portugueses en el siglo XVIII” Entre la jurisprudencia y el género policial, Rodolfo Yanzón retoma con Mandíbula la tradición de la novela histórica para ponerla al servicio de reflexiones de fondo en torno a la condición humana, la importancia de la diversidad cultural en un mundo que es a la vez heredado y cíclico por mucho que lo ignoren los opresores de siempre.