Siempre en tránsito, entre Salvador y São Paulo. De alguna manera ese breve pasaje se volvió respuesta recurrente durante las últimas entrevistas que le han hecho a Luedji Luna. Y tiene su razón de ser: de algún modo define gran parte de su música.
Entonces: Luedji Gomes Santa Rita nació en Salvador de Bahía en 1987, en el barrio Cabula, aunque gran parte de su crianza fue en otra barriada: Brotas. De todos modos son zonas lindantes. Hija de una economista y un historiador, ambos activistas políticos y militantes del movimiento negro de Salvador. Antes que la música, quizás fue otra la herencia primera: la conciencia y la lucha racial. A punto de ingresar a la Facultad siguió de largo ese llamado: empezó a estudiar música. Y luego se volvió una presencia fija en el barrio de Rio Vermelho, allí en Salvador. Más precisamente en algunos bares de esa zona bohemia.
En algún punto de 2015 se fue a São Paulo. Más que con una mano adelante y otra atrás, desembarcó con su violão bien agarrada entre ambas y cierto repertorio en formación. Diríase un poco más: casi a punto caramelo. Y allí fue que su recorrido musical empezó cincelarse. Se afincó en los alrededores del barrio Barra Funda en São Paulo y ese resultó ser un lugar, un territorio de inflexión en el recorrido de Luedji. Por un lado, allí hay una escena de bares y lugares que se caracterizan por su ebullición musical. Ahí mismo se encuentra, además, el Memorial de América Latina, edificio proyectado y pensado por Oscar Niemeyer: algo debe querer decir. Por otro lado, en esa zona también se levanta una de las terminales más grandes–y más antiguas- de Brasil. Y ella ha contado repetidas veces que, a poco de llegar a la ciudad, pasaba largos ratos allí viendo el deambular, el ir y venir de inmigrantes, de viandantes recién llegados o prontos a irse. Un cuadro de una diáspora globalizada, una imagen proyectada. Y así fue que terminó de darle forma definitiva a su primer disco Um corpo no mundo (2017). La percusión, la canción, su voz. Esa tríada amojona aquel trabajo. Y por tradición y extensión enlaza con el candomblé y la creencia yoruba. "Banho de folhas" fue una especie de súper hit que la puso a sonar en loop en radios y en plataformas. Pero las habladurías ya corrían desde mucho antes y mucho más allá de Barra Funda: lo prístino de su canto era escucha obligada y celebrada.
Iban a pasar algunos años hasta su nuevo trabajo. Entre tanto ella quedó prendida de nuevas músicas: afro beat, afro house. También el jazz, cuándo no. Algo entrevió ahí. Y se coló entre ello. Su reciente y celebrado segundo disco Bom mesmo é estar debaixo d'água estaba casi listo para editarse hacia comienzos del año pasado pero la pandemia primero y luego su embarazo terminaron aletargando su publicación hasta fines de 2020. Aquí ella volvió a trabajar con Kato Change, guitarrista keniano. De hecho el disco se grabó entre Brasil y Kenia. Lo dicho: una pasajera en trance, entre la raíz y la modernidad. Así, entre Salvador, São Paulo y Kenia puede trazarse, en ese triángulo, el territorio musical a tres bandas de Luedji. “Si en Um Corpo no mundo yo buscaba una África ancestral, en Bom mesmo busco una África moderna, actualizada” explicaba ella en uno de los textos que circuló como presentación de este último. Hay momentos en los que Bom mesmo… más que un disco es un estado, un modo de respirar. De permanencia. Y si el primer trabajo fue África a la distancia en este fue en busca de África. Una presencia y cercanía literal. Si su primer disco podía entenderse como una especie de recorrido por el pago chico, un vínculo que rayaba directo con la raíz más tradicional, aquí el campo de acción se amplía, se agranda, se engorda. Se vuelve, así, ciertamente cosmopolita. La búsqueda de determinada sonoridad. Un primer disco más de raíz. Un segundo trabajo que, además de encontrar lo que permanece, busca lo actual, lo novedoso. Ella mismo dijo: esas otras Áfricas. Ambos comparten y están cruzados por el pulso y sonido de banda. Aunque son trabajos solistas, hay un ánimo de conjunto, de búsqueda colectiva que sobresale. Luedji es contemporánea a algunos otros nombres que, de alguna manera, forman parte de la nueva generación de músicos y músicas de Brasil que, desde haces unos años, están llamando más que la atención: BaianaSystem, Criolo, Pedro Dom, Liniker e os Caramelows, Francisco El Hombre, Emicida, entre otros. Si su debut estaba pensado desde la percusión, aquí están las cuerdas, los vientos, los teclados. Hay otra electricidad en el aire. Y mucho apunta hacia el jazz. Sobre todo, más desde el plano instrumental que vocal. Y en ambos, siempre, su voz y su canto. Para ejemplo quizás basten un par de canciones: "Recado", la que da nombre al disco y "Lençóis" son clarísimo ejemplo de ello. Levemente eléctricas, grooveras y gordas en su sonido. Y su canto inundando todo, siempre.
Y su lírica: conciencia y activismo negro, feminismo. Allí es que Luedji Luna traza su decir. Aquella militancia de madre y padre terminó impregnando gran parte de su obra, del pensamiento sobre el que orbitan sus canciones. En su reciente disco va más a fondo: no sólo comparte cuatro composiciones con las poetas Lande Owanale, Conceição Evaristo y Tatiana Nascimento (quien ya había convidado su parcería en el disco anterior) sino que retoma a Nina Simone a través de "Ain't got no" y a Sojourner Truth (abolicionista y activista por los derechos de la mujer) con "Ain’t I a Woman?": ambas canciones enlazadas forman un breve corpus a modo de manifiesto. Y con un swing imposible. Siempre prima el canto, el tarareo, lo dicho. De ello no hay despojo posible. Lo gravitante es su voz.
En un acto casi reflejo se pueden buscar comparaciones, ligaciones, sobre todo en un país que tiene hondísima tradición de cantoras. Pero la reacción queda trunca y el paralelo se desarma. Aunque por lo bajo se escuche un nombre susurrado: el de Milton Nascimento. Algunos encuentran similitudes en la aparición de uno y otra. La prensa especializada la ha ubicado –e insistido- casi siempre, bajo los rótulos de MPB, R&B y soul. El amplísimo campo de la MPB debería bastar pero lo cierto es que su recorrido y su búsqueda sobrepasan ese dique. Ella editó su primer disco solista recién a los treinta años. Por lo que premura no hubo, no hay, Y allí está: nada sobra en su nuevo trabajo.
Hay momentos que más allá del canto de Luedji no hay nada. Pareciera no quedar nada. Hay momentos que siguen a su canto en los que pareciera haberse disuelto todo. Todo es arena, polvo, nada en medio de una noche negra. Algo de belleza en medio de tanta muerte y fascismo en Brasil. Una voz nueva. Y hermosa. Tanto que vale decirlo dos veces: una voz nueva y hermosa.