Describir los sueños ni bien despertar es una práctica sencilla que enriquece enormemente la vida onírica; en pocos días aquellas personas que nunca los habían recordado comienzan a llenar páginas y más páginas de su diario de sueños, el "sueñario", recomendado desde la Edad Antigua para estimular la rememoración onírica. El sabio Macrobio postuló en el siglo V que la investigación de los sueños depende ante todo del registro fidedigno del sueño reportado. En el siglo XX, Sigmund Freud y Carl Jung hicieron de la interpretación de estos registros una nueva ciencia sobre la mente humana, la psicología profunda.
Pero no es necesario frecuentar el diván psicoanalítico para relatar e interpretar sueños. Basta con un poco de autosugestión antes de dormir, junto con la disciplina de permanecer inmóvil en la cama al despertar, para que se abra la prolífica caja de Pandora. La autosugestión puede consistir en repetir, un minuto antes de acostarse: "Soñaré, lo recordaré y lo contaré". Al despertar, con papel y lápiz en la mano, la persona hará un esfuerzo de entrada para recordar lo soñado. Al principio la tarea parece imposible, pero rápidamente aparecerá una imágen o escena, aunque sea un tanto borrosa. La persona debe aferrarse a ella activando su atención para aumentar la reverberación de la memoria del sueño. Es este primer recuerdo, aunque sea frágil y fragmentado, el que servirá como pieza inicial del rompecabezas, la punta de la madeja que hay que desenrrollar. Los recuerdos asociados a él comenzarán a revelarse a través de su reactivación.
Si el primer día este ejercicio solo reporta unas pocas frases inconexas, después de la primera semana es frecuente llenar páginas enteras del sueñario, con varios sueños independientes recopilados después de un único despertar. La verdad es que soñamos durante casi toda la noche, e incluso en la vigilia, aunque a eso lo llamamos "imaginación".
El sueño es esencial porque nos permite sumergirnos profundamente en los subterráneos de la conciencia. En este estado experimentamos una amalgama de emociones, algo como una colcha hecha de retazos de emotividad. Pequeños desafíos, modestas victorias y derrotas cotidianas generan un panorama onírico en el que reverberan las cosas más importantes de la vida, pero que en conjunto tiende a no tener sentido. Cuando la existencia fluye mansa, es difícil interpretar el galimatías simbólico de la noche.
Por otra parte, no se puede negar, ni a las personas ricas, el derecho o la fortuna de ser atormentadas por pesadillas recurrentes, de íntimo significado. Pero para quienes sobreviven al márgen del bienestar, para los que realmente temen día y noche por su propia vida, para los miles de millones que no saben si mañana tendrán algo que llevarse a la boca, algo con lo que vestirse o donde dormir, soñar es casi siempre algo lacerante. En la vida del superviviente de guerra, del prisionero o del mendigo, el sueño es un tobogán de afectos en tonos deslumbrantes de vida y muerte, placer y dolor en los extremos del deseo.
El químico y escritor italiano Primo Levi, superviviente del exterminio nazi en Auschwitz, relató una pesadilla recurrente tras su doloroso regreso a Turín.
"Es un sueño que está dentro de otro sueño, distinto en los detalles, idéntico en la sustancia. Estoy a la mesa con mi familia, o con amigos o trabajando, en una campiña verde, en un ambiente plácido y distendido, aparentemente lejos de toda tensión y todo dolor, y sin embargo experimento una angustia sutil y profunda, la sensación definida de una amenaza que se aproxima.
Y, efectivamente, al ir avanzando el sueño, poco a poco o brutalmente, cada vez de modo diferente, todo cae y se deshace a mi alrededor, el decorado, las paredes, la gente; y la angustia se hace más intensa y más precisa. Todo se ha vuelto un caos: estoy solo en el centro de una nada gris y turbia, y precisamente sé lo que ello quiere decir, y también sé que también lo he sabido siempre, estoy otra vez en el Lager, y nada de lo que había fuera del Lager era verdad. El resto era una vacación breve, un engaño de los sentidos, un sueño: la familia, la naturaleza, las flores, la casa. Ahora este sueño interior al otro, el sueño de paz, se ha terminado, y en el sueño exterior, que prosigue gélido, oigo sonar una voz, muy conocida; una sola palabra que no es imperiosa sino breve y dicha en voz baja. Es la orden del amanecer en Auschwitz, una palabra extranjera, temida y esperada: a levantarse. Wstavac".
Con el número 174517 tatuado en la muñeca, Primo Levi murió en 1987 tras precipitarse por el hueco de la escalera del edificio en el que vivía. La policía trató el caso como un suicidio.
Fragmento del libro El oráculo de la noche del neurocientífico brasileño Sidarta Ribeiro, que desarrolla la historia y las especulaciones científicas acerca de los sueños, y que acaba de publicar Debate.