La historia argentina creció en torno a personajes controvertidos. Cuando estos personajes mueren, aparecen las idolatrías pero también recrudecen las críticas. Esto pasa con él. Uno de los argentinos más presentes en el mundo, que será siempre recordado como uno de los nombres icónicos del siglo XX con que se identifica a nuestro país en el mundo, alimentando nuestro siempre mal cultivado chauvinismo.

Cuando viví en Italia me emocionó encontrar una devoción a él que superaba a la que ví en nuestro país, pero con menos controversias. Era sólo admirado por su talento. Allí nadie lo cuestionaba por su incorrección política, sus declaraciones públicas, sus amoríos extramatrimoniales o la compleja relación con sus hijos. Podía ser intolerante, agresivo, pero eso no oscurecía su inmenso talento. Fue siempre un ciudadano del mundo que puso a Argentina en el mapa. Tuve el privilegio de poder verlo desplegar su magia tres veces, y fue siempre en Rosario. Oportunidad que mis hijos no tuvieron, y por eso no me canso de contarles esa experiencia.

Nunca voy a olvidar el momento en que me enteré de su muerte. Todos ya habrán adivinado de quién estoy hablando, pero no tienen por qué saber lo que estaba haciendo. Era en 1992, yo vivía en Florencia y estaba tomando un café en el bar de siempre, enfrente de la Universidad, y en la primera página del Corriere della Sera leí que Astor Piazzolla, el mejor de los nuestros, había muerto. En estos días hubiera cumplido cien años. Gracias, Astor.