Las cripto-virtudes de Damien Hirst
Reza el dicho popular que cuando hay hambre, no hay pan duro. Y cuando hay gula, ¡menos que menos!, como viene a ejemplificar el excelentemente cotizado artista inglés Damien Hirst, tan ducho en hacer dinero como en despilfarrarlo (el pasado año él mismo contaba que su descalabro lo había arrimado a cuentas en números rojos). Ha llamado la atención los pasados días cómo el reputado varón ha incursionado por primera vez en las criptomonedas, “un gesto inusual para un artista de primera línea”, según explicaba ArtNews, medio especializado en estas lides. El debut ha sido con una flamante serie de impresiones llamadas Las virtudes, ocho cerezos en flor que refieren a justicia, valor, misericordia, cortesía, honestidad, honor, lealtad, control; o sea, las ocho virtudes del bushidō, léase el camino del guerrero, según el autor nipón Nitobe Inazo, que narró al público occidental este código ético del samurái. “Las flores son optimistas y brillantes, pero frágiles, al igual que nosotros y espero que Las virtudes nos recuerden que siempre debemos aprovechar al máximo cada momento”, las palabras del puntillista Hirst, que vía redes sociales también dedicó unas, ejem, poéticas palabras a las criptodivisas: “Es difícil para cualquiera de nosotros confiar en algo en esta vida, pero de alguna manera lo hacemos, e incluso encontramos el amor. Y amo el arte. Y amo el mundo de las criptomonedas. Y estoy feliz y orgulloso de poner mi creencia en Bitcoin y Ether”. Ciertamente conmovedor. Dicho lo dicho, volaron las impresiones numeradas, firmadas por el prestigioso señor, a un valor de tres mil dólares la pieza, si se optaba por más vetustas modalidades (tarjetas de crédito o de débito). El camino del aggionardo héroe, sí, señor, cimentado por la tienda en línea de arte contemporáneo Heni Leviathan, que también se inauguró así con esta posmoderna forma de pago, cada vez más aceptada en el mundillo artístico.
Robota consagrada
Hace casi dos años, se presentaba la prístina Ai-Da como “la primera robot artista del mundo”, a la par que expresaba su entusiasmo por “aunar arte y tecnología y, a la vez, plantear una discusión ética sobre el futuro”. Palabras “enseñadas” a la ultrarrealista humanoide por su creador, el merchante y galerista inglés Aidan Meller, que reunió a un equipo de especialistas para dar rienda suelta a su criatura. Criatura de 1.75 de altura, brazos robóticos y cámaras en sus cautivantes ojitos color avellana; una Terminator sensible con inclinación por la pintura y la fotografía gracias a su compleja composición “a base de distintos programas informáticos y de inteligencia artificial, hardware, silicona y aportaciones humanas”, según detallaba su Victor Frankenstein. En aquellos días, la parlanchina Ai-Da (llamada así en honor a la matemática pionera Ada Lovelace) ya había probado sus virtudes en el papel, capaz de retratarse a sí misma y a terrícolas a ojo alzado, conforme demostró en su primera y muy exitosa exposición en el Saint John’s College de Oxford, donde sus piezas -algunas abstractas- se vendieron por elevados montos. Así las cosas, armada de microchips en los ósculos, manos y brazos articulados y algoritmos varios, la robota tiene ahora renovada chance de demostrar su talento nato en uno de los grandes museos de Londres. Será el Design Museum, a pasitos del Támesis, el que dará a la humanoide una oportunidad con la que ¡cantidad! de personas sueñan, en vano: la de exponer flamantes selfies (sin necesidad de cámara, obvio es decirlo, el ojo ya oficia como tal) y autorretratos pictóricos en un espacio de renombre, en su mayor muestra a la fecha. Nótese la ironía de que, según la institución, la exposición que abrirá sus puertas en mayo servirá como advertencia “sobre nuestra dependencia de los gigantes tecnológicos en un mundo impulsado por los datos”.
Filo detrás de las paredes
Muy recientemente, tuvo a bien la revista mensual Reader’s Digest avisar a estadounidenses que habitan casas antiguas: “Si tu hogar fue construido antes de 1970, es muy probable que haya hojas de afeitar en las paredes” ¿Suena a película de terror? Evidentemente, pero según la perenne publicación, es más habitual de lo que podría creerse que nomás derribar ciertos muros para una refacción, caigan a raudales decenas y decenas de hojas finas, de doble filo, oxidadas. Así lo constata la empresa de remodelación JWE Remodeling and Roofing, de Pennsylvania, contando que “nos han llegado a llover navajitas al demoler un viejo techo de yeso, ¡por suerte nadie salió herido!”. Hay motivo detrás del asunto, y nada tiene que ser con potenciales asesinos (no sería tan descabellado considerando que Estados Unidos detenta el puesto número uno en seriales) sino con cierta costumbre que se instaló en los años 50, tras popularizarse la maquinilla de dos piezas, de mango reutilizable, que a comienzos del siglo XX inventase Gillette. Al parecer, cuando los varones comenzaron a saltarse la visita al barbero optando por cortar su propio vello facial, surgió un problemita: ¿qué hacer con las cuchillas usadas? En los años 30 y 40, se acostumbraba quemar la basura y esparcir las cenizas en los jardines, pero las resistentes hojas de afeitar sobrevivían las altas temperaturas, deviniendo flor de peligro para quien anduviese en patas por el pasto. Así que, en la década siguiente, se pensó una solución: los botiquines habitualmente empotrados del toilette tenían, al fondo, una ranura para descartar las gillettes, que caían hacia el vacío... de las paredes. Ocultas, claro, hasta que a alguien se le ocurriese tomar el mazo para demoler. Nuevos métodos de afeitado y nuevos gabinetes hicieron que la costumbre menguara, sobra decir.
Padre nuestro que estás en los cielos
“Buscamos fotos de las acciones que por unos días convirtieron las calles en un ámbito colectivo, olvidando por un instante diferencias futbolísticas, políticas y de clases sociales: la ceremonia interrumpida por la represión, la vigilia performática, los gestos de agradecimiento, de dolor y el traslado…”, reza la convocatoria de Un dios salvaje, proyecto que, en vez de centrarse en Diego Armando Maradona, lo hace en las escenas de un duelo compartido, aún en curso, de la honda zozobra que para tantísimos ha significado la pérdida del ídolo. Altares improvisados, homenajes en clubes, en bares y en hogares, ofrendas, murales, tatuajes con la figura del adorado deportista: de todo como en botica en las más de 800 imágenes que han recibido hasta el momento los creadores de la propuesta, el fotógrafo Kala Moreno Parra y el filósofo y ensayista Adrián Cangi, desde distintos puntos del país. De Tucumán a Córdoba, de Rosario a Buenos Aires, siguen llegando fotografías (de profesionales, de amateurs); lo harán hasta el 20 de marzo, cuando cierre la recepción de pics. “Lo que estamos intentando es que quede un archivo de la memoria común de esta despedida”, explica Cangi sobre una iniciativa con distintas aristas: muestra virtual en el sitio oficial de Un Dios Salvaje, sí, además de muestras callejeras, en gran formato, de las imágenes seleccionadas y premiadas por un benemérito jurado. También textos ensayísticos sobre Maradona (por caso, de Horacio González); y la edición de un fotolibro que saldría el venidero 25 de noviembre, cuando se cumpla un año del fallecimiento del legendario futbolista. “Ya luego, donaremos lo reunido a la fototeca de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) para que se conserve, se valore y esté disponible para la consulta pública, en tanto creemos que es un material sumamente valioso”, agrega Moreno Parra sobre la culminación de una propuesta que, dicho está, hace hincapié en cómo afectó la pérdida de “este dios caído, este dios pagano, un semidios que emergió de los juegos y que remite a una cultura anterior a la cristina”, en referenciadas palabras de Cangi. El guiño a la sacralidad, de hecho, está a la altura del complejo personaje, porque, como explica Adrián, “hay dos figuras para evocar un dios: la del que vence en el campo de los héroes, la del que vence a la muerte en la vida. Y Diego efectivamente venció héroes de una cultura del espectáculo, y venció a su propio corazón en varias muertes anunciadas. Ese tránsito amplió un umbral para la mistificación de esta figura, que transitó la frontera entre mito e historia como cuerpo vivo, sensible, unitario, cuando generalmente es algo designado a los muertos”. Agrega además que “sagrado quiere decir ‘lo que no puede ser dividido’; en ese sentido, es de alto interés cómo la cultura neoliberal con sus formas pulcras del poder lo ha querido purificar, limpiar de sus propias contradicciones, dividir la razón del jugador de la razón de la vida”. Más sobre el proyecto en http://www.undiossalvaje.com.ar/