La crisis política que se expresa en estas semanas en Paraguay como consecuencia del colapso de la política sanitaria que lleva días ininterrumpidos de movilizaciones, muestra algunos elementos novedosos y otros estructurales que indican, en parte, el carácter recurrente de las mismas y las configuraciones políticas de antaño.
Hace más de medio siglo, la ANR (Partido Colorado) centraliza el juego político e intenta monopolizar la representación de las crisis. Desde por lo menos el stronismo (la añeja dictadura paraguaya) hasta hoy, el Partido Colorado ha comandado el ordenamiento de todo el sistema político. La misma crisis que sacó al “dictador supremo”, comandó la transición a la democracia, habilitó y monitoreó al luguismo (2008-2012) y, en lo que parecía su fase final, salió en busca del empresario que, al igual que Stroessner, no pertenecía a esa “casta” política. Horacio Cartes (2013-2018) tenía como cualidad principal no formar parte de ninguna de las estructuras partidarias caducas -en efecto, en su campaña no hubo banderas coloradas- y, sin embargo, pudo salvar al partido. Creó su corriente interna, juntó voluntades, armó un padrón y hoy desafía en paridad a las elites políticas (propias y ajenas). En fin, la nueva derecha latinoamericana -pero también Trump- aprendió de las dificultades que implica lidiar con el partido y también a advertir que no alcanza con ser empresario, sino que es preciso controlar parte del Estado.
Fracasado el intento de reelección presidencial de Cartes, llegó Mario Abdo Benítez, el representante de la tercera posición. Un presidente prolijo y sin pretensiones, sin bases y sin control partidario, parte de esa burocracia agrietada que nadie desea, pero que todos necesitan. “Marito” el presidente de la transición del propio partido. Tono calmo, familia ensamblada, la Biblia y la prenda de la paz. Stronista por lazo filial, moderno por imposición de la época.
Claro está que el proceso no pasó a espaldas de una ciudadanía televidente o televisada. La política no es sólo juego de élites y en cada manifestación, el pueblo puso sus muertos. Desde aquella memoria colectiva del “marzo paraguayo”, cuando se produjeron masivas protestas contra el presidente Raúl Cubas Grau (1998-1999) y el general Lino César Oviedo tras el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, varios marzos parecen reactivarse. El marzo del 2017, con la quema del Congreso cuando el presidente Horacio Cartes intentó promover una enmienda constitucional para habilitar la reelección presidencial, hasta el presente, donde la crisis sanitaria y el deficitario manejo gubernamental mostró con crudeza la capacidad política del actual presidente. Si la pandemia no vino a poner en crisis al capitalismo, sí vino a mostrarnos cómo funciona, siendo Paraguay un escenario privilegiado de esta tesis. No sólo tiene el último turno mundial para conseguir vacunas, sino que tiene un Estado diezmado, sin recursos, pero con una corporación empresarial que cada día tiene mayor capacidad de acumular. Al precio de la soja no le llegó el Covid. Pero la cuarentena hizo colapsar a una economía urbana y campesina mayoritariamente informal.
Si Mario Abdo Benítez llegó sin controlar el partido, mucho menos podía dirigir el Estado. Y la pandemia reclama estatalidad. Como las piezas endebles de un gobierno que no terminó de llegar, fueron cayendo los ministros de Salud y Educación, la ministra de la Mujer y el jefe de Gabinete.
No es la primera vez que, ante una crisis, las élites políticas apelan a la figura del juicio político -introducido con la reforma constitucional de la primavera democrática de 1992- para destituir presidentes. Pensada en su origen como una herramienta de control y regulación sobre el Poder Ejecutivo, se convirtió en una prenda de negociación entre las fuerzas partidarias como de condicionamiento del Poder Legislativo al Ejecutivo. El juicio político es la fantasía que conservan las elites políticas para dirimir conflictos de orden superestructural. Así, creyeron terminar con Fernando Lugo, hoy posicionado junto al Partido Liberal para un próximo round electoral. La pandemia aplazó las elecciones municipales (2020), pero todo indica que la postergación de estos comicios le dio un nuevo cariz, diluyéndolos en una prematura carrera presidencial ya en marcha (2023). De ella participan todos los que buscan erosionar el último ratio de legitimidad presidencial.
Paraguay vuelve a estar frente a su propia crisis. La continuidad de Mario Abdo Benítez quedará sellada por Horacio Cartes. En tanto, el pueblo sigue en las calles, reclamando la intervención de un Estado soberano.
*Sociólogas (UBA-IEALC) .