Desde Londres
Las crisis de la familia real británica son cíclicas, se proyectan misteriosamente por todo el planeta y terminan con un diplomático barrido debajo de la alfombra. Este exitoso cocktail de institución medieval, vértigo mediático y dinámica familiar disfuncional genera un sorprendente revuelo global sin afectar en nada la supervivencia de la monarquía británica, que siempre renace más o menos intacta de las cenizas del melodrama.
Los escándalos de la realeza son parte del año político y social británico, casi una tradición en este país que tanto venera los rituales y la pompa. La entrevista del Príncipe Harry y su esposa devenida superestrella Meghan Markle fue emitida el domingo en Estados Unidos y el lunes por la noche en el Reino Unido, donde alcanzó un rating superlativo de más de doce millones de televidentes.
Como suele suceder, el Palacio de Buckingham reaccionó con parsimonia medieval a la noticia que se venía debatiendo desde mucho antes del domingo. La corona estaba aparentemente tan en ascuas como el resto de los mortales sobre la bomba que tenían el nieto Harry y Meghan, los duques de Sussex, aunque estaba al tanto de que el contenido sería explosivo. El martes por la noche, luego de dos días de tormentosos titulares y debates, el palacio sacó un escueto comunicado de 61 palabras.
El comunicado era diplomático, rehuía definiciones fuertes y revelaba alguna que otra cosa entre líneas. “Toda la familia se entristeció al enterarse en toda su dimensión lo difícil que han sido los últimos años para Harry y Meghan. Los temas que fueron mencionados, en particular el racismo, son preocupantes. Si bien puede haber diferentes versiones sobre lo ocurrido, tomamos muy seriamente estos temas y serán abordados por la familia de manera privada. Harry, Meghan y Archie, serán siempre amados miembros de nuestra familia”.
Según escribió John Arlidge en el vespertino “Evening Standard” el comunicado fue una obra maestra de las relaciones públicas. Contenía una exhibición de empatía (tristeza por el sufrimiento del nieto y su esposa), un reconocimiento de la gravedad de los temas (racismo), una sutil versión alternativa a lo dicho por Meghan y la decisión final de resolver cualquier malentendido “privately”. Esta última parte del comunicado cierra el círculo: el hecho privado vuelto público debe regresar a la esfera privada.
Nadie sabrá nunca en qué medida se abordarán los temas planteados, si alguna vez se aclarará alguno de los enigmas del caso, todo será comidilla mediática y social hasta que inevitablemente aparezca un nuevo ángulo, más revelaciones u otros personajes reales en la picota. Candidatos no faltan: el príncipe Andrew y el caso de pedofilia, el destino del heredero del trono, el príncipe Carlos y su esposa, la hasta hace no tanto ferozmente resistida Camila Parker-Bowles, las cuentas impositivas reales en tiempos de pandemia.
Por el momento sigue la onda expansiva que ha dejado la acusación más dura de Meghan: la de racismo. La pareja señaló que un miembro de la casa real había preguntado durante su embarazo qué tan “colorido” iba ser el nuevo vástago de la familia real. Meghan y el Príncipe aclararon que no habían sido ni la reina Isabel II ni el príncipe Felipe, pero dejaron en aire, como una sortija, la identidad del presunto/a responsable.
Este jueves, emboscado por la prensa durante una visita oficial a una escuela, el hermano mayor de Harry, el príncipe William, contestó escuetamente a las preguntas que le vociferaban a la distancia los periodistas diciendo que hablaría con su hermano y agregando, ya en apurada huida de las cámaras, que la familia real no era “para nada racista”.
Los medios en la picota
En la entrevista con Oprah Winfrey, la duquesa de Sussex apuntó también contra el racismo y la persecución mediática sugiriendo que entre la falta de apoyo de la casa real y la voraz prensa amarilla británica había quedado al borde del suicidio.
La casa real no parece llevarse demasiado bien con las mujeres, sean las que vienen de afuera –Camila, Lady Di, Meghan– o las que vienen de adentro, como la princesa Margarita. Y los medios aprovechan estas fracturas internas para ese deporte social británico que son los escándalos de la realeza. Eso sí, el detalle del racismo añadió un tono más alto e intolerable respecto a las acusaciones que hubo con Camila (adúltera y luego divorciada) o Lady Di (inadaptada a los ritmos reales) o la misma Margarita (alcoholismo y bohemia).
Los medios quedaron partidos por la mitad ante las acusaciones de Meghan. “Desde el principio, salieron al ataque e incitaron al racismo”, dijo Meghan en la entrevista. El martes el director de la Sociedad de Editores Ian Murray dijo que esta declaración “fue hecha sin presentar ninguna prueba concreta”, que “los medios buscamos la verdad sobre los que están en el poder o son celebridades y tienen posiciones de influencia”, y remató con que “estamos orgullosos respecto a nuestro rechazo de todo racismo”.
La declaración de la Sociedad de Editores fue duramente condenada tanto por algunos miembros del consejo ejecutivo como por más de 160 periodistas de color y editores del “The Guardian”, “Financial Times” y "HuffPost”. Según los periodistas, la declaración de la Sociedad de Editores era “risible”, “prueba de que la industria mediática sigue negando lo que sucede en su propio seno”. “La Sociedad de Editores debió servirse de los comentarios de la duquesa de Sussex para tener una franca discusión sobre la manera de evitar una cobertura racista en el futuro”, señalaron en un comunicado.
La polémica hizo rodar cabezas. Ian Murray renunció este jueves a la dirección de la Sociedad de Editores. El polémico y patotero presentador del programa matutino del canal ITV “This Morning”, Piers Morgan, abandonó el estudio de forma intempestiva cuando fue cuestionado por un colega sobre su declaración de que “no le creo ni una palabra a Meghan”. El ataque de Morgan contra Meghan recibió más de 41 mil quejas del público al organismo regulador de los medios, Ofcom.
A raíz del incidente al aire y de la queja de los televidentes, Morgan terminó su contrato con ITV, pero no se arrepintió ni un segundo de sus declaraciones. “No creo casi nada de lo que dice y creo que el daño que le hace a la monarquía británica y a la Reina en momentos en que el Príncipe Felipe está en el hospital es gigantesco y despreciable”.
El gobierno británico no se ha pronunciado al respecto, pero un secretario de estado y lord Conservador, Zac Goldsmith, se encolumnó detrás de los anti-Meghan. Según Goldsmith, “Harry está torpedeando a la familia” y es además un pelele porque “lo que Meghan quiere, Meghan obtiene”.
De eso no se habla
Es extraordinaria la diferente cobertura que tienen los escándalos financieros de la corona. En febrero el “The Guardian” publicó que la familia real había presionado en 1973 para modificar una ley de transparencia financiera y exceptuar a las empresas de la corona de estar abiertas a la mirada pública. En la práctica esto significa que la fortuna de la reina, que recién empezó a pagar impuestos en 1992, es invisible a los organismos de control parlamentario y mediático.
Estas noticias, que apuntan al verdadero corazón de la monarquía, no reciben gran cobertura. La Reina, como jefa de Estado, es financiada por una subvención soberana, calculada como un 25 por ciento de los ingresos que salen del “Crown Estate”. El “Crown Estate” es un portafolio inmobiliario y de tierras de propiedad pública que tiene como titular al monarca de turno. El 75 por ciento de sus ingresos van al tesoro británico, el resto a financiar los gastos de la corona, unos 76 millones de libras el año pasado más los nunca revelados gastos en seguridad. En los cálculos de Forbes, los activos de la corona superan los 25 mil millones de libras.
La cobertura mediática es mucho más generosa con romances, chismes, infidelidades, peleas y traiciones. En cuanto se acalle el griterío sobre Harry y Meghan, seguramente reaparecerá en escena su tío, el príncipe Andrew, vinculado a un caso de pedofilia por unas fotos comprometedoras y su amistad con el multimillonario Jeffrey Epstein, que terminó en la cárcel y se suicidó a los 66 años. El público tiene mucho más interés en estos escándalos que le ponen color a los días chatos de la pandemia que en intricados problemas fiscales de la corona.
Nada nuevo bajo el sol. La abdicación de Eduardo VIII en 1936 no se produjo por su amistad con Adolf Hitler sino por su decisión de casarse con una divorciada estadounidense, Wallis Simpson. Uno de los escritores más conocidos de la época, Evelyn Waugh, escribió en su diario que “la crisis Simpson ha sido una gran diversión para todos”. Según la columnista del “The Guardian” Marina Hyde, estamos viendo el mismo espectáculo. “Lo que el público quiere es un buen dramón, un caos total, villanos grotescos y una pelea a muerte en la que tomar partido por alguno de los dos bandos”.