El año pasado distintos economistas de la elite internacional consideraban probable una ola de defaults en los países no desarrollados. La explicación era que el efecto macroeconómico de la pandemia –con subas de los gastos, caída de los ingresos y retroceso del Producto- iba a obligar a muchas economías a entrar en cesación de pagos de la deuda.
A un año de iniciarse el freno de las actividades no esenciales en los países occidentales (lockdown) los centros de investigación financiera comenzaron a hacer el balance sobre el estado de las deudas en los mercados emergentes y de bajos ingresos.
La conclusión de los informes es que –a pesar de los pronósticos sombríos- las economías consiguieron seguir refinanciando sus vencimientos (de capital e intereses), incluso en mercados de elevada vulnerabilidad con altos ratios de endeudamiento. Mozambique o Cabo Verde son dos ejemplos con pasivos que se acercan al 100 por ciento de sus respectivos PIB.
El Instituto Internacional de Finanzas (IIF) fue una las entidades que intentó encontrar explicación al error de pronóstico que adelantaba una ola de incumplimientos. Entre los factores que resalta figura la iniciativa global de suspensión del servicio de deuda que permitió a los países más pobres la posibilidad de posponer vencimientos con acreedores del G20.
En la lista de economías que pudieron recurrir a esa opción a partir de mayo del año pasado figuraban 73 países. El 60 por ciento de esas economías usaron esta rueda de auxilio con un alivio de pagos cercano a los 5000 millones de dólares. China fue el país que más colaboró en este frente al dejar de cobrar más de 2000 millones.
El segundo elemento que encuentra el IIF para intentar explicar que no hubo defaults masivos es el aporte de liquidez que hicieron los organismos multilaterales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. El volumen del crédito otorgado se incrementó en torno de 30 por ciento hasta los 120.000 millones y se ofrecieron otras asistencias directas.
El tercer factor fue la capacidad de varios países no desarrollados para cubrir con la emisión de bonos locales sus necesidades financieras. El mercado de los bonos domésticos se duplicó en las economías pobres en 2020: los relevamientos marcan colocaciones por más de 105 mil millones de dólares.
La incertidumbre de comienzos del año pasado sobre el mercado de deuda global parece estar disipándose con el correr de los meses. Uno de los datos que lo muestra es que en el primer trimestre de este año sólo 18 de 73 países recurrieron a la iniciativa global para la suspensión de servicios de deuda con el G20. En 2020 habían sido más del doble.
Las condiciones de liquidez extraordinaria en el mundo, tasas de interés cercanas a cero y el regreso de capitales a las economías no desarrolladas parecen por el momento haber alejado los fantasmas de incumplimiento de pagos masivos.
Sin embargo el año recién comienza y la vulnerabilidad es elevada para el mundo en desarrollo. Desde nuevos frenos a la economía por efecto de la pandemia hasta el estallido de burbujas de activos en los mercados desarrollados como Estados Unidos. Esto sin considerar los problemas que deja la crisis sanitaria en la producción, el empleo y la pobreza.
Por este motivo la discusión sobre el futuro de la deuda global no está saldada entre los economistas. ¿Hubo un error de pronósticos (con lecturas apresuradas sobre la capacidad de reacción de la arquitectura financiera internacional) o si simplemente hubo un error de timming, y más temprano que tarde terminarán ocurriendo una ola de defaults?