2019 fue un año de trabajo feroz para Acorazado Potemkin: a su habitualmente ajustada agenda de shows se le sumaron las celebraciones de su décimo aniversario y la grabación y lanzamiento, en tiempo récord para ellos, de su cuarto disco, Piel. 2020 iba a estar dedicado a presentarlo, pero la Covid-19 puso stop a esos planes y la banda, como todo el planeta, se vio obligada a recalcular. Durante el parate pandémico mantuvieron la quietud hasta que pudieron retomar tímidamente el contacto con el público con un show por streaming y, en diciembre, sorpresivamente volvieron al vivo en el anfiteatro de Parque Centenario. Nadie sabe cómo continuará 2021, pero el trío decidió tomar el toro por las astas, lanzarse a la aventura, subir la apuesta, intentar capitalizar la reducción de aforo que implica el protocolo de burbujas impuesto para los recitales al aire libre y adaptar a su caudal de público un espacio que en tiempos de la vieja normalidad les habría resultado quizás excesivo. Con ese envión, Juan Pablo Fernández, Lulo Esaín y Federico Ghazarossian se alistan para desembarcar, este domingo a las 19, en Mandarine Park (Av. Costanera y Av. Sarmiento).
“El hecho artístico es la música en sí misma. Lo que varía, en todo caso, es la calidad: cómo se va a escuchar, la puesta en escena, las luces, el sonido, la comodidad. Todo te potencia”, dispara Ghazarossian durante la entrevista con Página/12, ante el llamado de atención sobre la diferencia de entorno que significa el predio en la costanera, al atardecer frente al río, para un público habituado a escucharlos en otro tipo de lugares. “La banda se para igual en cualquiera de las situaciones. Nosotros nos cargamos de energía incluso ensayando”, continúa Lulo, y Juan Pablo Fernández completa: “En general tratamos de ir construyendo esa ronda/burbuja, esa cosa que va creciendo, que se canta, se comparte, se abre y se rompe cuando termina el tema. Y eso lo podemos tener en un escenario chiquito, en un barcito de Junín, o en un festival”.
-En sus entrevistas siempre aparece el concepto de proyecto de banda, con un plan muy específico, que tiene que ver con una ética laboral y musical.
J.P.F.: -Nosotros trabajamos mucho de la puerta para adentro. En el estudio tenemos nuestros tiempos, nuestras ideas de cómo debe ser la producción, la grabación. Pero hay otro momento en el que querés salir a tocar, hacer de esto una actividad, que el proyecto se sostenga, que genere ingresos. Para mí siempre es muy importante que la banda encuentre una agenda propia: realmente, ¿tengo algo importante que mostrar? Por eso en algunos momentos decidimos encerrarnos y decir bueno basta, nos ponemos a ver qué está pasando.
-¿Y la parte del goce?
J.P.F.: -Eso no lo hemos perdido nunca. El disfrute es innegociable.
L.E.: ¡Es que hacer canciones es la cosa más linda de tener una banda!
-Cuando abrieron el show en el Xirgu, donde compartieron escenario con la Fernández Fierro, Juan Pablo arrancó parafraseando “Algo”: "¿Vieron que en algo nos parecemos?". Habla de alguna manera de la antigua "rivalidad" tango/rock que en Acorazado hace síntesis.
J.P.F.: -¡Pero los que tenían problema con el rock eran los tangueros! (Risas) Era un discurso muy nacionalista, entendían el rock como algo extranjerizante. Para nosotros el rock siempre fue lo nuevo. Cuando el tango, en los 90 y los 2000, empieza a nutrirse de proyectos que estaban armados como banda y no como un músico o un director, de alguna manera lo que para mí traen es el formato de rock independiente: horizontal, cooperativo. Es una forma de entender el laburo colectivo y cada uno utiliza las herramientas que tiene. Nosotros somos gente del rock que entiende el rock de una manera natural. Ellos entienden el tango de una manera natural y capaz tenemos más cosas en común de lo que creemos.
-De todos modos, las generaciones del tango y del rock se acercaron y en definitiva, no dejan de ser músicas de jóvenes urbanos, sólo que de diferentes épocas. ¿Cómo ven las reacciones de algunos rockeros con actitudes “tangueras” a propósito de expresiones como el trap?
J.P.F.: -Ah eso es realmente una pavada. Hay que saber correrse y generar. Mejorar las condiciones de trabajo, de sonido, para que la gente joven, los chicos, puedan hacer cosas nuevas. Hay cosas que uno entiende más o menos, le gustan más o menos, pero en general la cosa de tribu, de gueto, del rock, nunca ayudó. Nosotros tenemos una forma de componer en la que siempre intentamos romper, mezclar. Yo siempre digo que el rock es una coartada: algo que te permite mezclar un montón de cosas y que siga siendo rock.
-Grabaron con Flopa Lestani y Mariana Päraway, musicalizaron poemas de Josefina Saffioti, hicieron versiones de temas de Lila Downs y de Adriana Calcanhotto, cuentan con el violín de Christine Brebes que, a esta altura, es casi una Potemkin más. Las mujeres estuvieron siempre presentes en la producción de la banda. ¿Cómo ven el foco que se puso sobre su participación en la música en los últimos años?
F.G.: -A mí me parece buenísimo y pienso que tendría que ser más todavía. Que baje esa cuestión machirula que siempre sobrevoló el rock. Cuando nosotros empezamos a hacer temas de autoras, yo me piqué muchísimo y pensé estaría bueno hacer temas de todas autoras latinoamericanas. Y no por demagogia, es porque nos gusta. La forma escrita de una mujer es diferente de cómo escribe un hombre. El nivel de transmisión de emociones, de sentimientos, es diferente.
J.P.F.: Y te pone en otro lugar, o en el lugar de otra. Para mí, el movimiento de mujeres le trajo aire fresco a todo lo que ha atravesado, todas las capas: políticas, ideológicas, culturales. Ha sido hermoso y un cimbronazo.
Está la reflexión: Juan Pablo. Está la detonación: Lulo. Está la intersección: Federico. En la entrevista con Acorazado Potemkin está todo repartido del mismo modo en que se reparte en su música. Es un discurso compacto, afinado, en el que Fernández, Esaín y Ghazarossian se adueñan y explotan los componentes de una intención que finalmente forma una sola respuesta. “Como un algodón de azúcar: no hay nada y de repente algo va creciendo y no sabés por qué. Así se va construyendo un mundito”, desliza Juan Pablo cuando se le pregunta sobre la génesis de las canciones. Un algodón de azúcar: pegajoso, áspero, extremadamente dulce y al mismo tiempo ingrávido, fantasmal, etéreo. La música de Acorazado Potemkin tiene una sensibilidad especial con la que logran hacer coincidir ese tipo de extremos. Una obra oscura y a la vez luminosa; espesa y transparente, rugosa y estilizada, introspectiva y expansiva, opaca y al mismo tiempo tan nítida. Un lugar donde la poesía convive con el desborde.
-¿Para qué sirven las canciones?
L.E.: -¡Yo toco para cambiar el mundo! (Risas)
F.G.: -Para alegrar la vida de las personas. Primero la de nosotros mismos, después la de los demás. La alegría para mí es que alguien se vaya con una melodía, una palabra en la cabeza. Y que eso le sume algo.
J.P.F.: -O para entender el momento que te toca vivir. Incluso para ir construyendo un lenguaje común, al menos entre nosotros tres.