El escritor que tenía a Rusia en su corazón llegó a Estados Unidos, desde la Francia ocupada, escapando del nazismo. El largo exilio había empezado mucho antes. Su familia aristocrática de San Petersburgo huyó a Berlín en 1919 por la revolución bolchevique. En la década del 40, Vladimir Nabokov (1899-1977) iniciaba en Nueva York el tránsito de una lengua a otra, ese “lento viaje nocturno de un pueblo a otro con tan sólo una vela para iluminarse”. Entonces escribió en inglés un poema, The Man of Tomorrow’s Lament (El lamento del hombre del mañana), protagonizado por Superman, en el que el superhéroe se lamenta por su incapacidad para consumar su relación con Lois Lane. Y lo envió a la revista The New Yorker, en junio de 1942. Charles Pearce, el editor de poesía, lo rechazó: “Creemos que muchos de nuestros lectores no lo entenderían”. Lo que no se destruye vence al olvido. Casi ochenta años después, el experto ruso Andrei Babikov encontró el poema de Nabokov en una carpeta en la Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Yale, según revela en un artículo publicado en Times Literary Supplement (TLS).
En el poema, Nabokov, cuyo hijo Dmitri (1934-2012) era un fanático de Superman, imagina al superhéroe paseando por un parque de la ciudad con Lois, obligado a llevar anteojos porque “de lo contrario/ cuando la acaricio con mis superojos/ sus pulmones y su hígado se ven claramente/ palpitando”. La voz del poema se aflige porque, aunque está enamorado, “el matrimonio sería como si cometiera un asesinato”, porque su “explosión de amor” podría matar a su futura esposa. Incluso si su “cuerpo frágil” lograra sobrevivir, Superman se pregunta: “¿Qué bebé monstruoso, derribando al cirujano, / se arrastraría hasta la ciudad asombrada?”. El autor de Lolita, novela que publicaría en 1955, le confesó al editor de poesía de The New Yorker que estaba experimentando “las dificultades más horribles y angustia al manejar un idioma nuevo” y le preguntó si podía considerar pagarle un honorario “lo más adecuado posible para mi pasado ruso y mis agonías actuales”. También le advirtió que hacia la mitad el poema era un poco “subido de tono”.
Babikov, el experto ruso que encontró el poema porque Nabokov le envió una copia a quien por entonces era su amigo, el también escritor Edmund Wilson (1895-1972), reveló que el origen del poema está en la portada del número 16 de la serie de cómics de Superman, en la que Clark Kent y Lois Lane observan una estatua del superhéroe en un parque de la ciudad. Incluso el comentario de Lois al final del poema -“¡Oh, Clark!, ¿no es maravilloso?”- está sacado de la portada, incluida la puntuación. “El cielo amarillo del parque, tal y como aparece en la portada, también capta la atención de Nabokov cuando su desafortunado héroe, al contemplar su propia incapacidad, reflexiona así: ‘no importa a dónde vuele, / con una capa roja, azul, a través del cielo amarillo, / no siento emoción’”, explica el experto ruso. “Pearce no podía imaginar que la negativa del New Yorker a publicar, quizá el primer poema del mundo sobre Superman, podría significar que el poema nunca aparecería en ningún lado. Tampoco podía prever que su colaborador, que escribió ‘cosas maravillosas’, se transformaría, a fines de la década de 1950, en un escritor de fama mundial, y que este poema rechazado de 1942 se convertiría en una de las páginas que faltaban en su biografía creativa”, precisó Babikov en el TLS.
Cuando escribió el poema “en el nuevo idioma”, Nabokov no era el autor de Lolita, el mismo que participaría en la adaptación de la novela para la película homónima que filmó Stanley Kubrick en 1962. Antes había publicado las novelas Mashenka (1926), Rey, dama, valet (1928), La defensa (1930), Gloria (1932), Risa en la oscuridad (1933), La dádiva (1934), Invitado a una decapitación (1938) y La verdadera vida de Sebastián Knight (1941). Después de Lolita llegaron más novelas como Pálido fuego (1962) y Ada o el ardor (1969). Póstumamente, su hijo Dmitri autorizó la publicación de una novela inconclusa, El original de Laura. Nabokov le había dicho a su esposa Vera que si moría antes de terminar el libro los manuscritos debían ser quemados. Vera ignoró la voluntad de su esposo y conservó las tarjetas en un banco suizo. A Dmitri le llevó más de treinta años decidir qué hacer. La justificación para publicarla la encontró en Franz Kafka, cuando le pidió a Max Brod que quemara los manuscritos de sus obras. “Nabokov obró de la misma forma al encomendar la destrucción del libro a mi madre”, comparó el hijo del escritor. Como un sobreviviente de papeles dispersos y confinados en archivos, el poema de Nabokov se recupera de las sombras vacilantes del rechazo.