No todo puede pasar de largo, ni ser callado ni disimulado, o por lo menos hay que oponer resistencia al cerco larretista que se tapa con escándalos paridos por operaciones. No todo puede ser reparado con sencillas disculpas, como las que pidió este miércoles el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós. Qué fácil: pidió disculpas porque tardía e improvisadamente miles de mayores de 80 años fueron humillados y castigados no ya por la ineptitud organizativa del gobierno porteño, sino precisamente por la organización ideada para una vacunación que el gobierno porteño llevó meses no alentando, y en la misma semana sirvió de excusa para que diputados de su partido promovieran la privatización de las vacunas.
Ni siquiera un médico como Quirós se dejó ver vacunándose, quizá porque no lo haya hecho, no lo sabemos: ¿Se vacunó Quirós? Si públicamente admitió la necesidad y efectividad de las vacunas ante un virus que ha causado decenas de miles de muertos, ¿por qué ningún funcionario de ese gobierno se vacunó o se dejó ver vacunándose? La respuesta más sencilla, aunque tentativa, es que los integrantes de la oposición al gobierno nacional no soportan la rápida provisión y aplicación de vacunas --la más ágil de la región en proporción con extensión y cantidad de habitantes--. No soportan el cambio de relato al que se ven obligados ahora que, de “veneno” y “gripecita”, se escucha hasta en sus votantes el clamor por la vacuna.
Esa oposición politizó tan burda y arteramente la pandemia que quedó rehén de sus socios de ultraderecha, que propiciaron el boicot a las vacunas a través del zafarrancho que fue “el movimiento antivacunas”, alicaído y deshecho por la realidad. Pasaron de negar la pandemia a la demonización de las vacunas, a reconvertirse en tiradores de bolsas mortuorias con los nombres de los “vacunados vip”, incluyendo el de Estela Carlotto, que tiene 90 años y esperó su turno. Ay, la hilacha.
Esa exhibición obscena que luego se repitió con otras bolsas del mismo tipo arrojadas en las puertas de unidades básicas son la mejor prueba del guión esquizo y tanático que ahora ha virado hacia la conveniencia de que el Estado delegue en los privados la compra de vacunas y que se vendan a precio de mercado en las farmacias.
¿Explicó el ministro de Salud porteño, finalmente, ante la lluvia de quejas por lo menos de quienes no los votaron a ellos --los que los votaron sabemos que se tragan sus cuitas en silencio, porque los cohesiona el espanto que les provoca el peronismo-- al advertir que el diseño del plan de vacunación en CABA no es equitativo ni igualitario, sino preferencial? No es bajo la mesa, es a la luz pública que vemos cómo afiliados y socios tienen coronita en la ciudad más rica del país. ¿Nos enteramos si las vacunas que van a parar a planes de la salud prepaga se distribuyen a cambio de algo? ¿Se modificó ese diseño, pese a lo que significa que los afiliados al gremio que utiliza los servicios del Sanatorio Guemes, o los socios de los planes prepagos del Alemán o el Italiano tuvieron dónde registrarse antes que el resto de los mayores de 80 años de esta ciudad? No. No lo sabemos. Nadie pregunta. Nadie investiga.
Después del día de la vergüenza mayúscula de ver gente en la recta final de sus vidas hacer colas de horas al rayo del sol, sin sillas, sin agua, sin voluntarios que los ayudaran a soportar el desquicio de la tardía convocatoria a “los comunes”, el ministro Quirós admitió el error excusándose en que “fue demasiada gente” --a la que ellos mismos le habían dado los turnos-- y en que “muchos fueron con acompañantes”. Si Quirós fuera chef o mecánico, quizás uno podría sorprenderse de su increíble falta de planificación, pero es un médico. ¿No sabe qué significa tener más de 80 años? ¿En serio? ¿No sabe que a los 80 se llega en tantos casos con la cadera operada, con artritis, con hipertensión o con mareos o desorientación? ¿Y de verdad cree que puede pedir disculpas y ser disculpado por “no haber previsto” esa aglomeración que provocó dolor, aturdimiento y desesperación? A Quirós no lo van a disculpar las víctimas de su ineptitud, lo disculpan los medios que riega su gobierno con pauta millonaria.
Hay un sadismo político que sale a esta altura por los esfínteres no controlados de una fuerza política que no está preparada ni es proclive al cuidado. La derecha articulada con la ultraderecha, que es eso lo que hay, se ve obligada por la “circunstancia pandemia” y por la provisión masiva de vacunas del gobierno nacional, que no esperaba, a la tarea del cuidado que implica diseñar un plan de vacunación. Lo hace mal porque lo hace sin ganas. Van por la rentabilidad, siempre, no falla, hasta cuando es cuestión de vida o muerte. No saben cuidar, ni quieren aprender.
Fue el primer día, el martes, cuando vimos lo que tenían mente. El miércoles comenzaron con los gazebos y las sillas: el acting del cuidado no es el cuidado.
El neoliberalismo descarta, no cuida. Descarta lo que no es rentable. ¿Qué es lo opuesto al cuidado? ¿El descuido? A veces. Otras, es la crueldad. La derecha y la ultraderecha, que como se vio en Formosa y en la exhibición atroz de las bolsas mortuorias actúan entrelazadas, se cohesionan desde la crueldad. Va más allá incluso de lo que conceptualizan: lo actúan. Ahora están en carrera para sacarse de encima en sus distritos el cuidado de sus poblaciones, y proponen que los que pueden que las compren a su farmacia amiga, y los que no, bueno, ya se verá.
Esas fuerzas políticas de matriz cruel sienten revulsivamente la obligación estatal --presente en todo el mundo-- de ser eficientes en el cuidado, que implica planificar, tramitar, divulgar, disponer lo necesario para que los argentinxs se sepan contenidos en un registro y sean informados sobre sus respectivos turnos, que sean recibidos por voluntarios preparados y amables, y controlados por si se produce un efecto no deseado. Tuvieron, mucho tiempo. Les dieron las vacunas. Y lo que hicieron fue ejercer su crueldad. Los secos de corazón, los angurrientos, no soportan estas transiciones impensadas en las que necesariamente deben dar sin recibir.
Lo que pasó esa semana los dejó al descubierto. Son ese martes horrible, en el que presenciamos uno de los actos de descarte más atroces que se recuerden. Siempre serán ese martes.