“De acá van a salir muertos o locos” le dice Adolfo Kushidonchi, comandante de Gendarmería que regentea la cárcel de Coronda poco antes del inicio del Mundial ‘78, a uno de los presos políticos alojados allí. El preso sabe que está escuchando una decisión tomada. También sabe que va a resistir. El gendarme se lo dice a otros presos, innumerables veces. Y lo sostiene con actos: corta las visitas, la correspondencia, los medicamentos. Usa parlantes para atormentar con música a todo volumen desde los patios y dentro de los pabellones. Los deja sin yerba mate, sin libros, sin recreos.
Los presos resisten, hacen gimnasia, hablan por las cañerías de los desagües, pasan noticias, toman clases de historia o se cuentan películas ¡hacen peñas los sábados a la noche! Escriben mensajes que salen al exterior. Resisten.
Esa es la experiencia que cuenta Del otro lado de la mirilla, un libro concebido como testimonio colectivo que tuvo su primera edición en 2003. En relatos anónimos, reúne los recuerdos de más de setenta ex presos políticos que resistieron en Coronda, entre 1974 y 1979. Y se convirtió en prueba acusatoria del juicio de lesa humanidad que en 2018 logró una condena de 22 años para Adolfo Kushidonchi y 17 para Juan Ángel Domínguez. El tercero ya había muerto cuando se inicia el proceso judicial que tuvo como abogados querellantes al equipo jurídico de HIJOS Santa Fe: “hijos de nuestros compañeros”, señalan los autores del texto.
La confección del libro los reunió en el espíritu colectivo que animó el tiempo en la prisión. “Nunca aprendí tanto como en esos años” dice José Kondratzky. “Veníamos de extracciones muy diferentes, entonces había mucha riqueza en el punto de vista, miradas y prácticas políticas muy distintas, eso refleja el libro” agrega Augusto Saro. Ellos son parte del colectivo de autores que se organizan como asociación civil para la edición del texto y toman el nombre de “El periscopio”, por la pequeña herramienta que les permitía controlar el movimiento de los guardiacárceles en los pabellones.
Realizan una segunda edición en 2008 y en 2020 se edita la traducción francesa, que toma el nombre de Ni locos y muertos. El texto se convierte en emblema, toma vida propia, impone justicia, atraviesa el tiempo.
Así, cuando el jueves a las 19 comience la presentación que en modo presencial y vía streaming se realizará desde la ciudad de Santa Fe, la historia política y social de la Argentina habrá dado un nuevo paso, en el camino de memoria, verdad y justicia.
La excusa será la publicación de la tercera edición de este libro sobre “memorias y olvidos” de ex presos políticos de Coronda. Sus autores fueron militantes de Montoneros, del ERP-PRT, y en esa zona litoraleña, en esos años, también de Poder Obrero. La huelga de Villa Constitución aportó los contingentes obreros. En el nordeste se extendía la práctica política desde los centros urbanos a los campos, la composición social carcelaria lo reflejaría: junto a los militantes militarizados, los obreros, los campesinos, los religiosos, los universitarios.
En diálogo con Página/12, Augusto Saro y José Kondratzky relatan la forma en que se gesta el libro, al hilvanar la realidad carcelaria con la trama de relaciones en la que se involucran cuando vuelven a verse, veinte años después. “Esto revaloriza el espíritu que nos unía” dicen. Y buscan tender puentes entre las luchas de entones y “lo que proponen las nuevas generaciones, la lucha feminista, la lucha ambientalista”. Reconocen que “las luchas son diferentes, la novedad hoy son los movimientos sociales y la micropolítica”, define Augusto.
El proceso que hoy cuentan entre reflexiones maduradas y risas genuinas se inicia con los primeros seis detenidos, “que son alojados junto a los presos comunes”, señala Augusto. Pero el grupo crece. “Llega a ocupar tres de los seis pabellones de esa cárcel de alta seguridad” agrega José. Más de 1.100 detenidos por razones políticas pasaron por Coronda, en el segundo penal más importante de Santa Fe.
--¿Por qué deciden que sean relatos anónimos?
Augusto Saro --Para que quede claro que es un trabajo colectivo. Porque son muchas voces que cuentan en algunos casos los mismos hechos, vistos de manera distinta, sus matices. Desde el momento más duro que pasamos, cuando en 1977, el 5 de julio, entra la Gendarmería y sacan a un compañero, Daniel Gorosito, se lo llevan, lo fusilan en Rosario. Hasta los otros compañeros que murieron por falta de atención médica.
José Kondratzky --Luis Ortolani, “el Nono”, estaba dando una clase de historia cuando entra Gendarmería. Era ya un dirigente y estaba vociferando por los sistemas de tuberías. Él vociferaba y otros retransmitían. Esa comunicación que teníamos fue un pilar del sostenimiento moral que nos mantuvo cuerdos, y vivos.
--¿Qué tipo de comunicaciones tenían?
J.K.--Estudiábamos, teníamos retransmisiones para materias, de lunes a viernes, y recreativas el fin de semana, alguien narraba una película, o un libro, los sábados era peña. ¡Con qué alegría esperábamos las peñas! “Frutilla verde” se llamaba… Porque estábamos encerrados por meses, sin salir, no había recreo. Nos castigaban siempre y, además, por cualquier cosa.
A.S.--No había reglamentos, era hoy sí y mañana no. Esto llevó a un quiebre paulatino del régimen que teníamos. Luego del conflicto de Villa Constitución, la vida política carcelaria se transforma en asamblearia. Ellos llevan esa impronta Coronda. Era un gobierno democrático y hasta ese momento teníamos un régimen digno.
Augusto fue detenido en abril del ‘75, cerca de Rosario, y hasta mayo del 79 estuvo en Coronda, luego lo trasladan a la recién inaugurada cárcel de Caseros --hoy demolida--, hasta fines de 1981, cuando es liberado.
José fue detenido en agosto del ’76, en Santa Fe. Allí estuvo hasta que lo trasladaron a Caseros, en 1982, antes de liberarlo.
J.K. -- Hoy viendo lo que fue la represión después, parece una suerte haber estado ahí, en Coronda. La cárcel nos dio la posibilidad de conocer a seres humanos invalorables. Y forjar relaciones que recuperamos cuando volvimos a vernos.
--¿Qué hicieron cuándo salieron en libertad?
A.S. --Los que no teníamos hijos nos apuramos a tenerlos. Yo tuve cuatro, fue un desquite inconsciente (risas).
J.K. --Ganarle tiempo al tiempo... Era todo muy difícil, mucho estigma. Y no nos dábamos cuenta de cosas como la relación con la pareja. Mi compañera (Graciela Suárez) que se va con la opción a Perú, cuando vuelve va a Santa Fe, por eso voy allá, para verla, porque vivíamos acá, en Lanús. Ahí me detienen.
A.S. --El lugar de almacenamiento de presos en la región fue Coronda, porque Resistencia era una cárcel federal, recibía presos de todo el país. Coronda era regional. Había santafesinos, entrerrianos, misioneros. Yo conocí el país en la cárcel, y la riqueza de las personas.
J.K. --El interior tiene un humor especial, es porteño es muy inmediatista, eso lo vi ahí. El humor nos protegía, y el humor negro desde ya. Cuando nos mudan al Pabellón 5, empezamos a perder derechos y forja la unidad de los presos. Antes de eso, teníamos oficios, panadería, carpintería, estábamos bien. Después ya no salíamos, pero seis celdas formaban un barrio y esa era la organización inicial.
A.S. --Tuvimos seis meses tranquilos y los aprovechamos en organización. La base fue la solidaridad. Formamos la comisión interna con las tres fuerzas: Montoneros, ERP-PRT, y Poder Obrero, más un delegado de Villa Constitución. Esto implica una negociación más fuerte por los derechos del régimen carcelario, directamente la dirección provincial de seguridad.
J.K. --Se armó un grupo grande, y somos los que todavía nos juntamos, ya desde ese momento no distinguíamos, ¿quién es ‘perro’ y quién es ‘monto’? Eso nace ahí. Por la conexión que teníamos y empieza cuando nos cierran las ventanas y empezamos a usar las cañerías, y el código morse para los mensajes. Vaciando las cañerías, vaciando todo el líquido, funcionan como un teléfono. Ahí vociferábamos y retransmitíamos. Podía haber sido un desastre y muchos, graciosamente decimos “fueron los mejores años de mi vida”. Nos dejó mucho.
--¿No se planteaban discusiones sobre las prácticas políticas?
A.S. --La interna se daba después, hacia adentro, entre las organizaciones que tenían fuerza guerrillera y las que no.
J.K. --Lo que después reproduce la sociedad, afuera, eran peleas internas nuestras también. Nuestra generación tuvo un desafío muy grande y lo pagó como pudo, lo atravesó y lo pagó.
A.S. --Pero la vida interna de la cárcel borró las diferencias para llevar adelante la resistencia. Esa comisión interna, a medida que se puso más duro afuera, peleaba más por los presos.
El director de Institutos Penales de Santa Fe era César Tabares en ese momento. Hoy la cárcel lleva su nombre. “Era civil, era compañero”, afirma Augusto. Y logró un régimen democrático dentro de las cárceles. En 1976 “lo sacan del Instituto y desaparece” añade José. Tabares estaba convencido de que las cárceles podían promover la reinserción y no ser “centros de tortura y exterminio, como lo fueron” señalan.
La gestión carcelaria asume entones lo que se llamó “Campaña de Pensionistas” en todo el país. Estaba destinada a los presos y a sus familiares. Porque buscaban hostigar y atormentar a los familiares, mientras torturaban a los presos. La comunicación a los presos se les hace esencial. En la logística de resistencia inventan “el periscopio”: “era un vidrio del tamaño de un botón, rodeado con una pasta de cenizas y miga de pan y lo sostenía por una pajita de escoba” explica Augusto. Funcionaba como espejo al sacarlo por los “agujeros respiraderos” del borde inferior de las puertas. “Eso permitía que mientras unos vigilaban los pabellones, los demás hicieran actividades. Lo llevábamos en la boca, si venía una requisa lo tragábamos”, agrega.
Ya liberados “hubo mucho tiempo donde no nos vimos --explica José--, cada uno recompuso su vida, hasta que, en una reunión de ex presos en 1999, nos damos cuenta que todos los ex Coronda estábamos juntos”, recuerda. “En general los grupos se armaban por identidades políticas, y ahí surgen los primeros escritos”, cuenta Augusto.
Todavía no había material escrito sobre memoria en las cárceles de la represión argentina. Eso los impulsó, y comenzaron un proceso donde los mails se superponían a las reuniones, entre Santa Fe y en Rosario. “En Semana Santa del 2000 lo definimos y en 2002 comenzamos a resolver la escritura individual, colectivamente --repasa Augusto--, lo importante fue identificarnos como militantes. Resistentes. Ni víctimas ni héroes. Y evitar los golpes bajos, porque hubo mucho dolor. Por eso los cuatro capítulos dedicados a los compañeros que murieron ahí, están distribuidos entre otros relatos, de cosas más estrafalarias”.
“Esta edición con el juicio cierra el camino que hicimos --concluye José--, fue muy importante poder condenarlos en el marco de los juicios de lesa humanidad. Y muy significativo por el momento en que lo iniciamos, fue mayo de 2003, había una reunión, íbamos en coche con ‘el Furia’ Borgert y Daniel ‘Biguá’ Mancilla, y hacía mucho frío. Y recuerdo viajar escuchando el discurso de Néstor Kirchner en el auto, y que no lo podíamos creer, sus palabras nos conmocionaron, fue muy emocionante”.
Presentación
La tercera edición de Del otro lado de la mirilla, se presenta el jueves 18, a las 19, en la Federación de Sindicatos de Trabajadores Municipales (FESTRAM) de Santa Fe, con la presencia de cuatro panelistas involucrados en este proceso: Lucila Puyol, secretaria de Derechos Humanos de Santa Fe y militante feminista, quien integró el equipo de abogados de HIJOS que representó a la asociación civil El Periscopio en la Causa Coronda. Patricia Traba, ex presa política de Devoto y autora del libro colectivo que cuenta esa experiencia, Nosotras. Daniel Yofra, secretario general de la Federación de Trabajadores Aceiteros de la República Argentina, hijo de un ex preso de Coronda. Y Victorio Paulón, dirigente de la CTA, ex preso de Coronda y miembro de El Periscopio.