Aunque no lo crean, en la actualidad hay muchas mujeres que sienten vergüenza por calzar 40 o más. Presten atención en las zapaterías. Las de pie grande siempre pedimos un número más chico y después decimos: ¿es de horma chica? ¿Me traés un número más? Y así vamos subiendo de a poco. Como si el dosificar disminuyera el tamaño real de nuestros pies.

Que tengo un amor desmedido por los zapatos no es ninguna novedad. En el ranking de recuerdos sagrados de la infancia y adolescencia, los zapatos ocuparían el primer lugar. ¡Pocas cosas deseé tanto en la vida! Soñaba con ellos, siempre eran los protagonistas de mis películas: el zapatito de cristal de Cenicienta, los zapatos rojos de Dorothy en El Mago de Oz, las botas bucaneras de Julia Roberts en Mujer Bonita, los tacos aguja de Bettie Page, las sandalias blancas de Marilyn Monroe en la película La comezón del séptimo año, o los Manolo Blahnik de Carrie Bradshawen en Sex and de City. Todo eran zapatos para mí. Quizás, la prohibición de usarlos haya despertado un deseo incontrolable por ellos.

Este gusto se encontró rápidamente frente a una amenaza: a medida que crecía, mis pies también lo hacían. Les confieso que hasta el número 39 no me preocupé, pero pronto llegó el 40, seguido el 41 y casi sin darme cuenta, el 42. En ese momento pensé: ¿estoy condenada a usar zapatillas toda mi vida? ¿Qué mujer calza 42? ¿La hermana de Pie Grande? No, chiques. Es más común de lo que ustedes creen. Tan común como la exigencia sobre femineidad a la que las mujeres están expuestas.

La belleza es una construcción social que se nos impuso como herramienta para lograr éxito, ser aceptadas y fundamentalmente, para conquistar. Este concepto de «lo femenino» estuvo mucho tiempo asociado a todo lo pequeño. Una mujer debía ser fina y delicada. Debía tener todo chico, los pies, la cintura, las manos, los tobillos, la nariz. Y claro, si nos comparan con la imagen de Cenicienta, todas somos Fiona. ¡Es ridículo! A pesar del desajuste evidente entre realidad – ideal, ese concepto de belleza fue sostenido y difundido de manera masiva por los medios de comunicación en los últimos dos siglos.

¡Qué condena la construcción política cultural de una mujer! Sé que siempre existieron diferentes cánones de belleza, durante décadas fuimos sometidas a todo tipo de torturas para cumplir con el modelo establecido. Los chinos, por ejemplo, tenían una tradición milenaria de vendar los pies de las mujeres para que no les crecieran. ¿Pueden creer que haya sido abolida recién a mediados del siglo XX? Más de la mitad de las chinas en ese momento aún sufría esta tortura.

Definitivamente, los pies son un fetiche para muches y algunos le buscaron explicación esto: Sigmund Freud sospechaba que la retorcida mente humana sustituía simbólicamente al pene por los pies. De hecho, existe un ridículo mito urbano que sostiene que los hombres de pie grande están bien dotados. ¿Habrá alguna conexión entre esta asociación y la necesidad de castrar pies grandes?

Recuerdo muy bien la primera vez que me compré un par de zapatos porque sentía tanta vergüenza de calzar 42 que mentí, y me llevé unas botas más chicas, en número cuarenta que nunca usé y terminé regalando. Debo admitir que los zapatos de número chico suelen ser más lindos y vistosos; y eso no tiene nada de malo. El problema es cuando el canon nos deja afuera y no contempla la diversidad de cuerpos y tamaños posibles de humanidad. ¿O las patonas no tenemos derecho a usar zapatos?

Hace unos años me enteré de que una de las mujeres más icónicas y glamorosas de la historia también calzaba 42, la fabulosa Jackie Kennedy. Y ella también vivía acomplejada por sus pies. Una mujer que tuvo mucho de lo que supuestamente cualquier mujer de esa época deseaba, que era admirada por su belleza y elegancia, y que se casó con un hombre buen mozo, presidente. Sin embargo, en ese punto no se salvó de ser presa del prejuicio y los estereotipos de belleza. Ni Jackie Kennedy se salva de esta presión y sé que nos va a costar, pero ¡es hora de romper la horma y el molde!