El último libro de cuentos de la escritora uruguaya Fernanda Trías comienza con un lánguido trio de amor –un varón y dos chicas-- narrado desde el punto de vista de la tercera, la que se suma tardíamente a una pareja ya formada, para dotarla de rareza, complejidad y “experimentación”. El relato se llama "Anatomía de un cuento" y podríamos pensar que por más de una razón. Por un lado hay una observación exhaustiva de esa combinación de los cuerpos, lo que potencia o lo que lastima, como un tetris que se da tanto en la cama como en la mente de cada integrante. Por otro lado, el cuento también muestra su interior, como en aquella famosa pintura de Rembrandt, Lección de anatomía. La narradora piensa y escribe sobre el modo en que ese relato debería ser contado; por eso lo que nos llega es un conjunto de notas sueltas que fue tomando en un intento de alguna vez darle forma a aquellas experiencias amorosas. Es un cuento fragmentario, desmontado, en el que la intensidad de las vivencias emocionales se contrapesa con el razonamiento literario en un procedimiento muy virtuoso, que nos prepara para un libro notable.
Fernanda Trías (1976) es una de las autoras más interesantes del panorama de la literatura contemporánea latinoamericana. Montevideana de nacimiento, ha residido algunos años en Buenos Aires—y algunos de estos cuentos transcurren aquí--, y también en Berlín, Nueva York, Valparaíso, Madrid y Bogotá donde vive actualmente. Se formó con Mario Levrero, de quien fue amiga y discípula. Hizo también el máster en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York; obtuvo diversas becas y distinciones como la Unesco-Aschberg para escritores, el Premio a la Cultura Nacional de la Fundación Bank Boston y el Premio para escritores latinoamericanos organizado por Revista Eñe, Casa de Velázquez y la Secretaría General Iberoamericana. Publicó las novelas Cuaderno para un solo ojo (2002), La azotea (2001; Premio Nacional de Narrativa/MEC, 2002), La ciudad invencible (2014), la plaqueta de relatos El regreso (2012). Este libro, No soñarás flores, que acaba de ser publicado por la editorial argentina Paisanita, fue nominado al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez como uno de los trece mejores libros de cuentos en habla hispana de ese año.
Se trata de ocho cuentos que llevados adelante casi en su totalidad por jóvenes narradoras mujeres, con alguno que otro muerto en el placar. Esto es y no es figurado. Son relatos de gran intensidad, una textura de colores fuertes y voces que tienen que probarse en un tono más alto, porque la vida les está pasando por arriba. La violencia explícita, la enfermedad y la muerte, la soledad áspera del migrante en una ciudad desconocida, atraviesan a las protagonistas de estos relatos.
El tapiz del libro nos presenta a estas mujeres en distintas experiencias del presente, en distintas ciudades del mundo, siempre desangeladas, narradas en un tono de un realismo que se detiene en las emociones y sensaciones de un modo muy vívido. Son personajes que no parecen tener demasiados interlocutores y es en el mismo cuento donde su voz se abre como una flor de un día. El segundo relato tiene como protagonistas a dos amigas de la infancia, ambas trasplantadas a Europa, donde la vida cruza en un viaje a un pueblo de Francia donde sus clásicas diferencias se ponen en juego de un modo trágico. En el que continúa una camarera viaja en subte a altas horas de la noche y reflexiona sobre su pasado, sentada al lado de los homeless y adolescentes ebrios, que circulan a esa hora. El siguiente cuento transcurre también en una madrugada en el que una chica no puede dormir, mientras su joven amante tiene pesadillas. Acaba de conocerlo, está entusiasmada y sin embargo no puede evitar desconfiar y hurga en todos los dispositivos electrónicos disponibles para encontrar algo, una señal que confirme su angustia.
El quinto y el séptimo cuento despliegan, desde distintas perspectivas –para utilizar un término de Trías-- una anatomía del fin de una relación amorosa. En el primer caso se trata de un vínculo muy lejano, que dio por resultado una hija, a quien la protagonista prácticamente no conoce y a quien se reencuentra cuando es una adolescente. No hay demasiadas explicaciones de este abandono, ni hace falta que las haya. Es la crudeza de ese momento, la dificultad de poner en palabras una decisión tajante que se tomó en el pasado, lo que se muestra. En el otro, llamado "La medida de mi amor", también lo narrado son las consecuencias más que las causas. Sola, en el bar de una plaza de un pueblo de provincia, una mujer repasa la última pelea con una pareja violenta, que le dejó una mano vendada. Como no puede reparar nada de lo dañado, la chica compra todo lo que vienen a ofrecerle: medias de lana, manteles bordados y otros objetos inútiles que van a rodearla mientras llegan mensajes de su ex aun amenazándola, diciéndole cosas como “¿No ves que este odio es la medida de mi amor?”.
El sexto y el último cuento la densidad y la aspereza de las vivencias de los anteriores toma una dimensión muy carnal. En el primer caso se trata del relato directo de un sepulturero sobre su oficio, reflexiones que solo alguien que tiene un trato cotidiano con la muerte, puede permitirse. Su voz se rodea de otras voces de mujeres que describen esos momentos cruciales, a veces absurdos, en que la muerte ingresa en la vida de alguien. La muerte no tiene nada de abstracta, ni de inefable: es algo palpable, concreto, que se narra con texturas, olores, procedimientos, mínimos detalles.
En el relato que le da título al volumen -- el ultimo, el más extenso, casi una nouvelle-- la protagonista es como todas las de este libro, una chica solitaria. Son los meses posteriores a la muerte de su padre y ella trabaja cuidando a una anciana. Su rutina calcada se interrumpe al conocer a un grupo de personajes que también acaban de perder a un ser querido y quedaron igual que ella, como esas personas que les amputan un brazo y lo siguen sintiendo. La cofradía ensimismada y lúgubre tiene un devenir centrífugo y cada vez más extraño. Entre la autocompasión y la crueldad, esta chica encuentra una salida al escribir un diario contando los sucesos. Un cuaderno, embalado y escondido en un cajón para que alguien lo encuentre alguna vez, como después de un naufragio. Esas palabras escritas con el ritmo de la desesperación, concluyen con un crescendo el pulso del libro. Y terminan de delinear la gran potencia de estos relatos. Escritos en la urgente búsqueda de claridad, con el anhelo de que esa escritura border, pasional, abra paso a una nueva vida.