“Es su turno, doctor” escribieron unos niños en la pared de la escuela de Deraa, al sur de Siria, el 6 de marzo de 2011. Con el impulso de la Primavera Árabe, que se había llevado puesto a dos dictadores de la región, Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, ahora el turno era del sirio Bashar al Assad, portador de un diploma de oftalmólogo.
Los niños de Deraa fueron secuestrados y torturados por las fuerzas de seguridad con la brutalidad habitual que los caracteriza, pero esta vez despertó la conciencia de miles de personas que se arrojaron a las calles el 15 de marzo para reivindicar pacíficamente su derecho a una vida digna, tal como había sucedido meses antes en Túnez y Egipto. Así comenzó y continúa la revolución siria: con el anhelo de libertad y dignidad. Luego vino “la guerra siria” y más tarde “la crisis siria”. Pero lo primero fue la revolución, y lo cambió todo. Muy poco se habla ya de las organizaciones de base, las técnicas de resistencia no violentas y desobediencia civil: muy poco se habla del pueblo sirio, su derecho a la libertad, a la dignidad y su más básico derecho a la vida.
La potencia de las manifestaciones, que rápidamente se hicieron masivas, quebraron la distancia entre las personas, esa distancia que crean los regímenes totalitarios, que minan la solidaridad entre las personas, las aísla y las condena a la más absoluta soledad. “Aunque vivíamos juntos, estábamos separados. Tu vecino era tu vecino, pero si decías algo incorrecto, podías terminar en la cárcel”, comentaba el periodista Ramy Jarrah. Esta Siria de “paredes con oídos” fue edificada por Hafez al Assad, el padre de Bashar, tras un golpe de Estado en 1971 que lo mantuvo en el poder hasta su muerte en 2000. Su autocracia se solidificó sobre la base de una amplia red de corrupción en alianza con una extensa red de servicios secretos: los mukhabarat. Éstos no son necesariamente agentes especiales; puede ser un compañero de la universidad, un diariero, un vecino que tiene la misión de reportar comentarios o actividades contrarias al régimen o potencialmente “peligrosos”. Así, se construyó un entramado de desconfianza mutua al punto de que todos sabían que, en cada aula, reunión familiar o lugar de trabajo había mukhabarat prestos a entregar a cualquier persona en cualquier momento. La discrecionalidad propia de la práctica hizo que nadie confíe en nadie y que las cárceles estuvieran llenas de opositores y enemigos personales de los mukhabarat, que además controlaban la mayoría de la actividad comercial del país.
Hafez al Assad preparó durante años a su hijo mayor Basel para que lo sucediera tras su muerte, pero éste murió en un accidente automovilístico en 1994 y así, inesperadamente, el “doctor”, que se encontraba alejado de los asuntos familiares viviendo en Londres, debió prepararse para el cargo, que asumió en 2000. Los primeros años parecieron dar algo de aire a la sociedad siria con la apertura de servicios de telecomunicaciones e internet. Sin embargo, rápidamente se desarrollaron nuevas estrategias de censura, persecución política y corrupción habilitadas por las modernas tecnologías y sectores de la economía relacionados.
Cuando comenzaron las revueltas, Bashar llevaba más de una década en el poder y, en vez de dar un paso al costado como Ben Ali y Mubarak, iniciar una transición democrática y negociar algún tipo de acuerdo, le declaró la guerra a su propio pueblo. “Asad o quemamos el país” ha sido desde entonces la consigna de las fuerzas leales al presidente a lo largo de esta década de masacres, desplazamientos forzados, pérdida del patrimonio histórico del país, surgimiento y fomento de la radicalización de los grupos islamistas y un largo etcétera.
“La Siria que vos conociste no existe más”, así comienza y termina el libro La tierra empezaba a arder de la escritora argentina de origen sirio Cynthia Edul, y que relata su viaje al país de sus ancestros en octubre de 2010. La tierra ardió, y la Siria de al Assad es un país que no existe más. Millones de sirios y sirias en el exilio, en campamentos de refugiados y en las cárceles del régimen siguen anhelando construir una Siria libre y democrática en aquella tierra arrasada por el fuego.
Carolina Bracco es Politóloga y Doctora en Culturas Árabe y Hebrea. Profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.