“No lo puedo creer, necesito entender lo que está pasando, necesito que el abogado me contacte, quiero saber si mi marido está implicado, si es así, no quiero saber más. Pensé que después de lo que me hizo mi ex, él venía a salvarme la vida. Si es como dicen que es, se acaba mi vida”, dijo la cantante Laura Miller aún shockeada por la detención de su flamante marido Nicolás Traut, acusado de girar a su favor 3 millones y medio de pesos que pertenecían al municipio de 25 de Mayo. Miller y Traut están casados hace 9 meses y unos años antes, Miller se sentó a la mesa de Mirtha Legrand a hablar de ese ex que menciona al principio, llamado Romeo Turrín (no, no es un chiste, se llama Turrín, y era custodio de Fort). Turrín fue violento con Miller y ella lo denunció públicamente frente a la inacción habitual de la Justicia en casos de hostigamiento y lesiones que no te dejan al borde de la muerte, o directamente muerta, y Mirtha, con su tonito flaneur, le preguntó: “¿Pero vos qué hacías para que te pegara?”. De ese episodio inciático, que la puso en el centro de esa escena penosa que monta Jorge Rial cuando quiere hablar de violencia de género pero usando víctimas reales, Miller llegó a este presente tan triste, llena de memes y ridiculizaciones varias, incluso la de una escritora norteamericana homónima, a la que empezaron a llamar “chorra” en la red social del pajarito, y quien también se animó a bardear a la nuestra: “No debe ser tan famosa si una ‘escritora’ tiene más seguidores que ella” escribió, y con la mala suerte de haber subido hace pocos días un video donde se ve a su perro morder una zapatilla. “Están locos si piensan que les voy a devolver esto”, escribió Miller como si fuera el propio perro el que tipea, en ese recurso tan típico de la virtualidad donde se habla en nombre de quien se ve. Bueno, de ese tuit inocente se despliegan decenas de respuestas donde “chorra” se amplifica como predicado favorito de un rap que favean los justicieros. Algunos de ellos envalentonados por declaraciones políticas de Miller donde resume su opinión sobre el choriplanerismo como tumor social que Macri vino a barrer con hidalguía. ¿Quién es la chorra que chorea sin choriplanear, al final?” dicen todos ellos a coro, y aunque no coincidamos ni media palabra de un posteo largo y estigmatizante en contra de los piquetes que la cantante acompañó con una foto de la parte trasera de su cuerpo, donde se burla de la palabra “cumpa” y sale a revolear los méritos de su supuesto abogado, alguien debería ayudarla. Porque volviendo a esas palabras del principio, y entendiendo lo devastada que puede estar una persona si se siente estafada por su flamante pareja, ahora presa, en el ojo de una tormenta pública, esa necesidad pavorosa de tener un varón al lado que salve la vida, como si la vida fuera un bolero interminable que las mujeres encarnamos en la historia sentimental y que no tiene sentido si no es en serio y para siempre, como los príncipes de los cuentos, sigue vigente. Tambalea cada vez que movemos los cimientos de su estructura con nuestros saltos poderosos, los alaridos feministas que piden la cabeza del macho de una buena vez, para que nadie se sienta dueño de nuestros cuerpos ni nuestros destinos. Pero sigue vigente, y se delinea también cuando el imperio mediático insiste con verla destruida, arrasados sus recursos para salir adelante ahora que no tiene varón que la defienda (porque se dieron a conocer audios donde Traut amenazaba a Turrín).
Esta semana, Steve Stephens, ciudadano norteamericano, asesinó a un hombre de 74 años y lo transmitió en vivo por Facebook. Dijo que lo hacía en venganza por su ex novia, y todas las cosas horribles que ella le hizo. Por todas las cosas horribles que le hizo Traut, Miller dice que se acaba su vida. No sale a matar, se mata a ella misma. Para cuando preguntan qué es el patriarcado.