Quien haya venido siguiendo últimamente los pasos de Robert Fripp –alma mater permanente de King Crimson, en todas sus formaciones y épocas, y nombre ligado a trabajos en común con Peter Hammill, David Bowie, Peter Gabriel y Brian Eno, entre otros–, en particular su iniciativa de subir a su canal oficial de You Tube una pieza musical cada semana, su “Music For Quiet Moments”, hasta completar cincuenta entregas, podría haberse cruzado también con varias noticias anunciando, algo que pudiera parecer un tanto extraño: su flamante incorporación a la campaña #FreeBritney, en apoyo y defensa de la llamada princesa del pop, Britney Spears, caída en desgracia, entre problemas médicos y litigios judiciales y familiares.
La serie de Fripp, “Música para momentos tranquilos” (o “de calma”), constituye, con cada una de sus piezas, un “paisaje sonoro ambiental”, en palabras del mismo artista, quien las ofrece como “algo que nos nutra y nos ayude a superar estos Tiempos Inciertos”. La incertidumbre, claro, es una referencia indudable a la provocada por la pandemia del Coronavirus –ya en su “año II”–, y pareciera que, ante los actuales y endemoniados tiempos revueltos que nos tocan vivir, Fripp les opone una “ralentización”, un momento de calma, un detenerse a respirar, y a oír, a partir de la creación musical y su difusión electrónica y digital, en aras de recentrar y/o reconcentrar a cada ser, agobiado en su trajín cotidiano. Dice: “Los momentos tranquilos son cuando dejamos el tiempo a un lado para estar tranquilos. A veces, los momentos tranquilos nos encuentran. El silencio se puede experimentar con el sonido y también a través del sonido; en un lugar que consideramos sagrado, o tal vez en un tren subterráneo lleno de gente que se precipita hacia Piccadilly o Times Square”. “Los momentos tranquilos de mi vida musical”, asegura Fripp, “expresados en Paisajes sonoros, son profundamente personales; pero absolutamente impersonales: abordan las preocupaciones que compartimos dentro de nuestra humanidad común”.
Cada pieza musical ha sido ejecutada en vivo, donde priman las cuerdas y los teclados, además de la guitarra de Fripp, que se luce varias veces, y consta de variadas duraciones y tipos, incluyendo ciertos “ambientes musicales” que recuerdan a las “estructuras de repetición” de Philip Glass –tributarias, a su vez, de los métodos literarios de William Burroughs–. Por ejemplo, la primera, “Pastorale”, tiene algo más de seis minutos, y agrega la información de que se tocó... ¡en Mendoza!, el 3 de junio de 2007. La segunda, “GentleScape”, de trece minutos, ocurrió en Barcelona, el 24 de julio de 2009. La tercera, “Times Stand Stills”, de nueve minutos, en Pershore, el 16 de junio de 2006. Y, entre las últimas, por caso, la número cuarenta y cinco, “Elegy”, dura poco más de catorce minutos y se oyó en París en 2015.
Por otra parte, contrasta, asombra y hasta divierte esta música tranquila y excelsa con otra serie de videos que el mismo Fripp junto a Toyah Willcox, cantante, actriz y esposa del músico, fueron subiendo en paralelo, ahora en el canal de You Tube de esta última. Distintas apariciones, juegos y humoradas –¡Fripp con un tutú negro “bailando” El lago de los cisnes!–, y otro ciclo musical: “Toyah & Robert’s Sunday Lunch”, con covers de viejos clásicos y hits del rock y el metal.
Así, Fripp y Willcox arremeten con “Paranoid” de Black Sabbath, “Smoke on the Water” de Deep Purple, “Welcome to the Jungle” y “Sweet Child O’Mine” de Guns N’ Roses, “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana, “Anarchy in the UK” de Sex Pistols, “School’s Out” de Alice Cooper, “Black Dog” de Led Zeppelin, “Enter Sandman” de Metallica, “Purple Haze” de Jimi Hendrix, “Girls, girls, girls” de Mötley Crüe y más temas, hasta “Toxic”, de la susodicha Britney. Fripp acompaña con su guitarra, prolijamente ataviado, como siempre, con camisa, corbata y chaleco –cuando no se disfraza para alguna ocasión en particular, como en Halloween o Navidad–, y Willcox, que canta, se “caracteriza” con diversas vestimentas, implementos y aparatos –una bicicleta de ejercicios, o una raqueta de tenis, por ejemplo–. La escenografía suele ser la cocina, aunque han aparecido también algunos “escenarios” sorprendentes. Las risotadas de ambos hacia el final de cada video (como si fueran las de Martin Scorsese con Fran Lebowitz en la miniserie Pretend It’s a City), tras el saludo hasta una próxima entrega, permiten el surgimiento de alguna sospecha o duda en torno a la “sinceridad” de los carteles que enarbolan al final de “Toxic”: “Britney estamos con vos”. Como es habitual –y más allá de lo que haya podido despertar el reciente documental Framing Britney Spears–, suelen ser muy lábiles las comunicaciones electrónicas y las producciones audiovisuales en cuanto a sus niveles o grados de humor y sarcasmos, ironías y alusiones.
Estos videos de covers, de no más de dos minutos de duración, en algunos casos con decenas de miles, en otros con cientos de miles de visitas (o “vistas”), además de divertir, con sus números, ¿podrían suministrar indicios de algo? ¿Rankings, gustos musicales, franjas etarias convocadas a recordar la “banda de sonido” de sus vidas? ¿O, es más sencillamente, un modo de acercamiento o invitación a conocer a un gran artista musical, de una manera tan “empática” como graciosa y popular?
Willcox ha dicho que le propuso a su pareja hacer lo videos porque lo notaba algo encerrado en sí mismo, con poca comunicación, y buscó una manera activa de que “se abra”. Fripp tiene actualmente más de veinte mil suscripciones a su canal, donde se encuentran sólo las obras de “Music For Quiet Moments”, mientras que Willcox, con un canal que tiene material desde hace trece años, cuenta con más de ciento veinte mil.
Del modo que sea, muy probablemente los videos seguirán apareciendo, en ambos canales, mientras dure la pandemia. Y, aunque no se crea en Dios ni en la monarquía (pero sí en la música), no hay nada mejor que desear: “¡Larga vida al rey Fripp!”. Las solidaridades misteriosas que se tejen, en este caso, entre los brillos de la otrora artista juvenil del pop –con un caso judicial que podría llegar hasta el congreso de los Estados Unidos, en un debate sobre “libertades”, debido a la, para mucha gente, injusta tutela paterna– y la llamada “música erudita”, entre las variantes del rock, el punk y la actuación, y la masividad online, demuestran nuevamente que la cultura no se puede compartimentar, que es un todo orgánico, vivo, fluyente, interconectado. Y que artistas impensados pueden estar ligados, con humor, guiños y, tal vez, alguna secreta complicidad.