Es un secreto a voces: el israelí Avi Mograbi es uno de los más singulares documentalistas contemporáneos. Poco conocido por el público, la escasez de datos biofilmográficos en sitios como Wikipedia o el cinematográficamente omnisciente imdb colabora con ese desconocimiento. Como si se lo ninguneara, algo que se vuelve palmario en la versión en hebreo de Wikipedia: allí Mograbi directamente no existe. Por el contrario, Argentina no le ha dado la espalda: a lo largo de este siglo, el DocBsAs y la sala Lugones estrenaron prácticamente su obra entera.
Mograbi (pronúnciese “Mugrabí”) es un disidente político, condición poco frecuente en su país. Su militancia política lo llevó a ser portavoz de un grupo de soldados que se negaban a sumarse a las filas del ejército israelí durante la guerra del Líbano, iniciativa que le valió unos días en prisión. Posteriormente se unió a una organización de padres de jóvenes que rechazan cumplir con el servicio militar y fundó otra llamada Breaking the Silence, que recopila y difunde testimonios no oficiales de veteranos del ejército israelí. Es además miembro del Comité de Patrocinio del Tribunal Russell sobre Palestina, cuyo trabajo comenzó el 4 de marzo de 2009.
La otra peculiaridad de Mograbi es que en sus documentales el realizador no levanta el dedo acusador ni asume un tono grave. Por el contrario, sus películas son -o parecen ser- comedias. O al menos lo eran, hasta el momento en que, como cuenta en esta entrevista, la realidad de su país coartó en él todo humor o ironía. En sus películas más icónicas Mograbi representaba a un doble de sí mismo, y en ellas su vida cotidiana más crasa se entrechocaba con sus investigaciones políticas. Investigaciones que tanto pueden ser sobre una campaña política del ex Primer Ministro de derecha Ariel Sharon (en Cómo aprendí a superar mi miedo y amar a Arik Sharon, 1997), la coincidencia de su cumpleaños con el quincuagésimo aniversario de la fundación del Estado de Israel (¡Feliz cumpleaños, sr. Mograbi!, 1998), o la paradójica historia del pueblo israelí, que en un período que se cuenta en miles de años pasó de víctima a victimario (Venganza por uno de mis ojos, 2005).
El realizador acaba de abrir una página web en la que pueden verse online, en forma gratuita, sus nueve cortos y ocho largos. Éstos últimos subtitulados a varios idiomas, incluyendo el español.
-¿Qué lo condujo a abrir una página personal online? Le llevó unos años hacerlo.
-Hasta ahora manejé mal la distribución de mis películas. En un momento pensé en venderlas o alquilarlas online, pero comprendí que la promoción no se hace sola, lleva tiempo. De a poco comencé a subirlas gratis a YouTube, ya que mis películas tienen cierto éxito en festivales, muy poco en salas y ninguno de mi parte en lograr que las televisen. Me pareció que una página web es un buen lugar para que quien quiera verlas pueda hacerlo.
-¿Qué actividades políticas lleva a cabo en este momento?
-Estuve terminando una película en la que recopilo testimonios de soldados israelíes que sirvieron en los territorios ocupados, desde la Guerra de los Seis Días (1967) hasta el presente. Los testimonios fueron recogidos por miembros de Breaking the Silence, que es una organización de veteranos combatientes, destinada a hacer conocer al público israelí el funcionamiento de lo que llamo “la máquina de ocupación” oficial. Recurrí a los videoarchivos de Breaking the Silence, donde hay cientos de testimonios y creé lo que llamé Breviario para la ocupación militar. Se trata de un manual práctico que puede ser usado para cualquier ocupación, en cualquier parte del mundo, y que tiene el caso israelí en los territorios palestinos como “caso de estudio”. Sobre la base de ese manual hice mi película más reciente, que se llama (traducción literal) Los primeros 54 años, un breviario para la ocupación militar. Espero presentarla en junio en el Festival de Berlín, cuando se celebre la edición presencial de este año.
-Hábleme de Breaking the Silence.
-La fundamos en 2004. Es la única organización israelí que se ocupa de forma directa y sostenida del tema de la ocupación, con la intención de proveer el conocimiento necesario para poner fin a esa situación.
-¿Le ve algún futuro a la posibilidad de que el territorio que alguna vez se llamó Palestina se divida en dos estados, o que israelíes y palestinos convivan en un Estado único, en el que ambos pueblos tengan los mismos derechos?
-Hoy en día no estoy seguro de que pueda arribarse a la solución de los dos Estados, ya que en los últimos veintitrés o veinticuatro años Israel estableció 250 nuevos asentamientos judíos en los territorios ocupados. Hay 300 mil colonos en esos asentamientos. En Cisjordania viven dos millones y medio de palestinos y 600 mil colonos judíos, y no sé si Israel va a tener la voluntad de embarcarse en el esfuerzo enorme que implicaría la evacuación de semejante cantidad de personas. Y eso es lo que habría que hacer si se desea llevar a cabo la solución de los dos Estados. Por esa razón es muy posible que ya no pueda contarse con ella. A su vez, si se piensa en la solución de un único estado, que es lo que apoyo en términos éticos -que todos sean iguales y compartan derechos y deberes-, me pregunto si después de tantos años de conflicto eso no llevaría a un estado de guerra civil permanente. Cada una de estas soluciones presenta dilemas a resolver, es imposible anticipar el futuro. No estoy seguro de que quienes pensamos de la manera en que yo lo hago estemos en condiciones de liderar los cambios históricos que se requieren. Al día de hoy la derecha es la que está en el poder en Israel, y eso no augura cambios en la política oficial.
-¿Cómo surgió en usted la idea de ligar su intimidad con la vida política de su país, algo que hace veinte años no era tan común en el campo del documental como se volvió más tarde?
-Llega un punto en que uno se da cuenta de que lo que hace no es documentar “una realidad”, sino documentar la realidad que uno ve, tamizada a través de los propios ojos. El realizador está siempre presente en sus películas, aunque haya quienes quieren disimular esa presencia. Es más: el realizador es parte de la película, es un personaje más de la historia que cuenta. Aunque no aparezca como tal en escena. Fue así que con ayuda de otros documentalistas que comenzaron a incluirse como parte de “la escena”, comencé a darle vueltas a esa cuestión. Cuando decidí filmar el documental sobre Ariel Sharon me di cuenta de que, a partir de un momento dado, mi compromiso con el tema era tal que tenía que ser parte del asunto.
-Los documentales suelen ser considerados “un asunto serio”, en el que no hay lugar para la comedia. ¿Cómo se le ocurrió representar en ellos el papel de lo que podría llamarse un “documentalista-cómico”?
-Los documentales son, efectivamente, un asunto serio. Pero “serio” no quiere decir pesado ni panfletario. Un documental puede abordar un asunto serio con humor. Me acuerdo por ejemplo de un documental sobre una mujer con Alzheimer, filmado por su hija, que era sumamente divertido. Si vos sos de por sí una persona irónica o sarcástica, te surge naturalmente tratar las cuestiones más serias de ese modo. Si trasladás eso a tu trabajo, éste va a resultar irónico y sarcástico, sin necesidad de forzar nada.
-¿Representar ese papel le permitió abordar temas políticos de la mayor gravedad sin que esa gravedad se traslade al tono de la película?
-Cuando filmé el documental sobre Ari Sharon, la pregunta era cómo incluirme. En tanto él y yo estábamos en bandos opuestos (en ese momento yo militaba en un movimiento en favor de la deserción de la guerra que él había iniciado), yo sabía que no iba a aceptar participar de mi documental. Por lo tanto me vi obligado a “actuar” el papel de un documentalista “apolítico”, que se siente enormemente feliz por la oportunidad de entrevistar a semejante figura. Sus asistentes nunca investigaron mis antecedentes, por lo cual él no estaba al tanto de mi posición política. El problema es que cuando terminé de filmar y vi el material, lo que tenía no era el documental que había querido filmar -el monstruo que subyacía detrás de su máscara gentil y amable- sino el que había fingido filmar. Lo que tenía ante mí era la película de un tipo fascinado por Sharon, que no había registrado otra cosa que esa máscara. Entonces se me ocurrió representar justamente ese personaje, un documentalista que deja de lado su integridad para filmar la imagen oficial del Primer Ministro, como forma de poner a mi “personaje” en cuestión.
-¿Por qué a partir de Venganza por uno de mis ojos abandonó ese personaje, para pasar a incluirse en sus películas como el “verdadero” Avi Mograbi?
-El personaje de mis películas se llama Avi Mograbi. Pero no se corresponde exactamente conmigo. Es más liviano, incluso políticamente. Yo le presto mi cuerpo, mi nombre, parte de mi personalidad, pero no somos exactamente iguales. Diría que él es un Avi Mograbi posible. Pero no exactamente el Avi Mograbi que soy. En algunas de mis películas, como Venganza por uno de mis ojos, la realidad que documento es tan trágica, tan triste, tan terrible, que frente a ella perdí mi sentido del humor. En la escena en la que le hago una entrevista telefónica a un amigo palestino que desde hace seis semanas está encerrado bajo toque de queda en la ciudad de Belén, su situación es demasiado seria, y me toca demasiado, para tomarla irónicamente. De allí que el personaje que represento en Venganza… se parece más a quien soy “en realidad”.
-En esa película traza una línea histórica y mítica que se remonta hasta el martirio en la fortaleza de Masada por parte de resistentes israelíes, en tiempos del Imperio Romano, hasta la actualidad, en la que su país pasó de oprimido a opresor. ¿Cómo se explica este recorrido aparentemente paradójico?
-Es difícil de entender. Es muy común que la gente que sufre violencia familiar de niños, como llegan a adultos se comporten como lo hicieron sus padres. A primera vista parece increíble. ¿Cómo alguien que sufrió esa violencia en carne propia puede ejercerla sobre sus hijos? Es posible que con el Estado de Israel suceda algo semejante. Seguramente los psicólogos tendrán una explicación mejor que ésta, pero es la hipótesis que se me ocurre.
-Z32 es una película sumamente incómoda, por el modo en que cuestiona la razón bien pensante. El protagonista es un veinteañero agradable, de izquierda incluso, que confiesa que en el ejército participó de la ejecución de dos civiles palestinos a sangre fría. ¿Se puede ser una buena persona y a la vez un criminal de guerra, o se trata de un juego de máscaras, como la puesta en escena de Z32 sugiere?
-La gente es más compleja de lo que muestran las películas de Hollywood. En la realidad los villanos no tienen colmillos afilados, tal vez no griten o expresen agresión en su vida privada. Igualmente, no estoy seguro de que el protagonista de Z32 sea exactamente un villano. Obviamente no es una víctima, pero sí es víctima de la historia del país que lo formó. Creo que nadie debe resignarse al papel de víctima, debemos rebelarnos ante la forma en que se nos cría y se nos educa. Pero este soldado es conducido por su familia y por el sistema militar que rige en este país a la idea de que las órdenes están para cumplirlas, y que los palestinos son un enemigo duro, que se la pasa haciendo la guerra. En su vida privada es un buen chico, pero durante el servicio militar se convierte en criminal de guerra. Estoy seguro de que en la historia argentina también hay criminales en contra de la humanidad que en su vida privada se comportaron como gente de lo más amable.
-¿No es raro que siendo usted un disidente político sus películas cuenten con financiamiento de organismos oficiales?
-Es una de las paradojas de este país. Es un estado democrático (siempre que seas israelí y tengas la condición de ciudadano, claro), pero a la vez es un horrible estado militar, si sos palestino y vivís en Gaza o Cisjordania. En su faceta democrática, para quienes cumplen las condiciones mencionadas hay una libertad de pensamiento y de palabra considerables. Es cierto también que en los últimos dos o tres años esas libertades sufrieron un montón de ataques, y la cosa se pone cada vez peor. Mi última película, por poner un ejemplo, no recibió ningún apoyo financiero estatal. Aunque todavía falta exhibirla ante una de esas fundaciones, que tal vez libere sus fondos, no sé qué ocurrirá.
-¿Qué clase de recepción y circulación tienen sus películas en Israel?
-No se exhiben en salas de cine. Sólo en televisión, aunque eso no sucedió con la anterior, Between Fences. Pero son bien consideradas en festivales o en cinematecas extranjeras, por lo cual es posible que hayan tenido más espectadores en Francia que en Israel. Menciono a Francia porque es el país en el que tienen mejor recepción. Muchas de ellas se estrenaron en cine o se exhibieron en televisión.
-¿Habrá ocasión de ver algún día en Argentina Los primeros 54 años, un breviario para la ocupación militar?
-Espero poder volver por allí a presentarla, pero en tiempos como los que vivimos es imposible asegurarlo. En último caso siempre va a estar la posibilidad de verla online, en el nuevo sitio (risas).