No se sabe bien quién ni en nombre de quiénes preguntó formalmente al Vaticano si el clero católico puede bendecir las uniones homosexuales. En todo caso no fue en nuestro nombre, cosa que la respuesta oficial de dos páginas (publicada en siete idiomas, no sea cosa que algún curita de morondanga alegue desconocimiento de la lengua) deja bien en claro.

El decreto vaticano, elaborado por la oficina de ortodoxia del Estado Pontificio, la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue negativa, lo que no puede sorprender a nadie.

Mucho más sorprendente es que en los fundamentos de esa negativa (que, se aclara, no se aplica a las personas homosexuales sino a los actos que realizan y los encastres físicos a los que se entregan) se insiste en caracterizar a la sexualidad homosexual como “intrínsecamente desordenada” dado que el plan de Dios, para las uniones matrimoniales, es que éstas contribuyan a la creación de una nueva vida, cosa que las uniones homosexuales no están destinadas a conseguir (está la ciencia, pero ese es otro enemigo del que podemos prescindir en estas líneas).

Dios, dice el documento, “no bendice ni puede bendecir el pecado: bendice al hombre pecador, para que reconozca que es parte de su plan de amor y se deje cambiar por él”.

De modo que, señores, señoritas y señorites, la Iglesia no bendecirá ninguna unión que no reproduzca la moral héteropatriarcal.

TODAS LAS BODAS

Pero aclaremos los tantos, porque nuestras uniones han sido bendecidas innumerables veces. Escribo esto en el exacto día del décimo aniversario de mi casamiento con Sebastián Freire, a quien le agradezco la paciencia durante todos estos años que nos han llevado a las bodas de aluminio (lo que no se oxida) o, si consideramos incluso los años de noviazgo, a las bodas de porcelana (lo que se cuartea). ¿Ante quién o quiénes bendecimos nuestra unión? Ante el Estado argentino, ante nuestros amigos, ante Sebastiano mártir, que presidió la fiesta ya decana y hubiera presidido también el festejo de este aniversario, si la Peste (para la que el mismo santo sirve de protector) no nos lo hubiera impedido. Y San Sebastián, lo sabe cualquier catequista, está más cerca de Dios que los funcionarios vaticanos. O sea: nuestra unión, si así lo quisiéramos, también estuvo bendecida por Dios, porque es tanta idolatría pensar que una estatuilla es aquello que representa como arrogarse el derecho a la representación de la voz divina.

Vivimos en pecado y desarrollamos una sexualidad intrínsecamente desordenada (que los testamentos caracterizan como onanista, un desperdicio). No sólo eso, sino que además disfrutamos de ella. Y no sólo eso, sino que desarrollamos formas de amor que decididamente son una protesta contra el orden de la moral héteropatriarcal.

Dicho esto, agradezcamos a la Iglesia su negativa a bendecir lo que hacemos y lo que somos porque gracias a esa posición que ve como inmundicia lo que desde nuestro punto de vista es belleza, es seguro que seguirán reproduciéndose las disidencias sexuales, en rizos espiralados cada vez más sutiles (algunos de ellos, para las personas de mi generación, son ya casi incomprensibles).

HIJXS DEL PECADO

Doy un ejemplo: hace unos días yo esperaba que mi madre se recuperara de una intervención quirúrgica menor en un famoso nosocomio de la zona norte de la provincia de Buenos Aires, puesto bajo el patronato del Opus Dei. Sabido es que en situación de espera es difícil leer o mirar una serie en el celular así que me dediqué a escuchar conversaciones. Las señoras hablaban de comuniones, negocios de ropa para esos acontecimientos, intercambiaban números de celulares para invitarse al lanzamiento de nuevas líneas de textiles.

Para no gritar, decidí abrir la aplicación Grindr y de inmediato me asaltaron los que imaginé de inmediato como hijos de esas señoras: tenían 18 y 19 años (ninguno más de 21) y las cosas que me proponían ruborizarían al libertino más afiatado. Por supuesto, como no soy de la zona y hay ríos en los que ya no pesco (un poco por aburrimiento, otro poco por falta de tiempo), me quedé meditando. Lo que pensé entonces vale ahora después del Decreto condenatorio del Vaticano: Gracias, gracias, gracias, querida Iglesia Católica Apostólica Romana (lo mismo podría agradecerse a cualquier otra iglesia monoteísta).

Gracias a Ustedes, cono ha señalado la Dra. Taube (esa eminencia danesa invocada por El beso de la mujer araña de Manuel Puig) nuestros hijes, hijas e hijos, tan necesaries para poder continuar nuestras vidas de pecado, seguirán reproduciéndose porque nada es más claro que el deseo de apartarse de una norma violenta que ha producido de manera directa tantos crímenes y torturas, tantas decapitaciones y hogueras, tanta pena. Les mandamos un Papa Peronista pero no hay caso. Dios es el Amor (o viceversa). Nosotres somos el Amor. Ustedes son un Terror antiguo.