“Las malas madres no siempre saben qué comerán sus chicos al día siguiente, porque no hay ni mercadería ni plata en casa y están demasiado cansadas para fijarse si la ropa del colegio está en orden (¿qué orden puede haber si ni siquiera hay un ropero?) Son analfabetas, y a menudo apenas si pueden escribir su nombre en los documentos, o leen con dificultad, a los tropiezos, sin terminar de entender de qué se trata eso que leen. Viven en casillas precarias, muchas veces en una sola pieza que sirve para todo: cocina, dormitorio, depósito, todo en uno; igual que la cama, que sirve para que duerman varios. Y que es baño también, para higienizarse con el agua que se acarrea de la canilla pública en lo que venga: baldes, tachos improvisados, botellas de descarte”, dijo la antropóloga Ana Gorosito, integrante del Equipo Misionero de Género y Derechos Humanos, cuando volvieron a encarcelar por tercera vez a María Ovando.
“Históricamente la criminalidad femenina fue menor a la masculina. Sin embargo, a fines del siglo XIX y principios del XX había dos figuras en donde la criminalidad femenina sobresalía por sobre la masculina y eran los delitos de aborto y de infanticidio. Cuando una revisa las revistas especializadas de la época, había pocas reflexiones sobre quiénes eran las mujeres criminales, pero la prensa mostraba preocupación sobre la alta mortalidad infantil que era asociada a los 'malos' cuidados por parte de las mujeres, como los problemas en la alimentación o la falta de higiene”, explica Julieta Di Corleto, abogada, doctora en historia y autora del libro Las malas madres -Ediciones Didot-.
Según Corleto, cuando se fue asentando la criminología como una disciplina que pretende dar una explicación a la criminalidad urbana asociada a la inmigración, la criminalidad femenina no era tan evidente, pero se la pensaba asociada a una falla en torno a las funciones maternas. Las mujeres trabajadoras eran percibidas como peligrosas porque salían del ámbito de lo doméstico: “Se puede encontrar ese rastro hoy en la justicia y en la sociedad, el estereotipo de la mala madre”.
A pesar de que Ovando había recuperado su libertad gracias a un habeas corpus presentado por Nora Cortiñas y el Equipo Misionero de Derechos Humanos, Justicia y Género, y porque según el juez César Jiménez que dictó su excarcelación nunca existieron razones válidas para su segundo encarcelamiento, María está otra vez presa, lejos de su familia y de su casa.
“Necesitamos con urgencia una reforma judicial con perspectiva feminista para que no se estandaricen las situaciones y para que no se apliquen los estereotipos. El de mala madre criminaliza exclusivamente a la madre, como si todos los hogares fueran monoparentales y el cien por ciento de la responsabilidad fuera siempre de la mujer madre. Esta cuestión es muy clara en el caso de María Ovando y en el de Rosalía Reyes, mujeres que han sido criminalizadas como malas madres por no hacer lo que se esperaba de ellas”, detalla Denisse Pepinó, integrante del Grupo de Trabajo de Feminismos y Justicia Penal de Inecip (Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales).
El 18 de mayo de 2005, Rosalía Reyes llegó a su casa (en el partido de Villarino, a 30 kilómetros de Bahía Blanca) después de haber trabajado 14 horas en el frigorífico de pollos "La Gleba" de la Universidad Nacional del Sur. Tenía 3 hijos, que criaba sola y estaba embarazada, pero por miedo a un despido, ocultaba su panza con una faja y ropa grande. Si no trabajaba no cobraba, tampoco tenía vacaciones, aguinaldo ni licencia por enfermedad. Si bien le faltaba un mes para parir, ese día le dijo a su hija de 12 años que se iba a acostar porque se sentía mal, en seguida sintió un dolor muy intenso, fue al baño y en pocas contracciones y pujos, nació su hija. Rosalía se desmayó y cuando se recuperó cortó el cordón umbilical con un cuchillo de cocina porque se estaba desangrando. Como pudo lo ató y cuando fue a ver a su beba recién nacida, estaba sin vida. La psicóloga, a quién llamó para que atendiera sobre todo a su hija mayor, fue quien reportó el caso, la policía allanó su casa y la detuvieron. Estuvo presa un año y en 2006 la Cámara de Apelaciones y Garantías de Bahía Blanca le otorgó la excarcelación extraordinaria (la fiscalía había pedido prisión perpetua). Con miedo, se fue con sus 3 hijos a vivir al Gran Buenos Aires y en junio de 2009, cuando viajaba en la línea C del subte hacia Retiro, las cámaras de seguridad detectaron que tenía un pedido de captura: la detuvieron y la encerraron en la Cárcel de Azul (Provincia de Buenos Aires).
El 19 de febrero de 2020, el Tribunal Criminal N° 3 de Bahía Blanca, integrado por los jueces Daniela Castaño, Eduardo D’Empaire y Eugenio Casas, condenó a Rosalía a 8 años de prisión efectiva por “homicidio agravado por el vínculo mediando circunstancias extraordinarias de atenuación”.
“La justicia falla sin un mínimo análisis de los recursos, de la situación socio económica y en general, no sólo carece de perspectiva de género, sino también de perspectiva interseccional porque ser pobre y ser mujer son dos interseccionalidades que se suman, entonces es mucho más fácil decir 'esta persona es una mala madre' y que recaiga sobre ella todo el peso del aparato punitivo. Por eso, hasta que no haya personas, operadores y operadoras judiciales que investiguen y que analicen la situación y que posteriormente resuelvan con perspectiva de género interseccional, es muy difícil pensar que se deje de criminalizar la pobreza y de aplicar los estereotipos de género”, dice Pepinó, abogada egresada de la UBA.
Como en octubre de 2020 cuando se dictó la sentencia a veinte años de prisión “por haber permitido o no haber impedido el abuso sexual” contra sus hijas (en períodos en los que no estaban bajo su custodia) y fue arrancada del tribunal y cargada en el automóvil policial sin bolso y sin nada, esta vez María Ovando fue sacada a empujones de su casa y llevada a Posadas sin mediar palabras.
Según sus abogados defensores y quienes la acompañan desde siempre, los dos procesos judiciales por los que pasó (el primero fue por “abandono de persona por la muerte de su hija Carolina, de tres años, por desnutrición”) están basados en estigmatizaciones y cargados de violencia institucional y de género. “Los estereotipos de mala madre, que deberían parecernos absurdos a la fecha, pasan todo el tiempo”, dice Denisse. “Aún hoy se sigue condenando a la mujer bajo estereotipos de género como este de buena o mala madre, criminalizando a la pobreza porque es eso lo que se hace cuando no se contextualiza la situación del hecho y se las sigue condenando a las mujeres porque la cultura machista de quien investiga, analiza y condena aún está muy arraigada y si bien la capacitación en género es importante y las normas y el desarrollo legislativo que hemos estado impulsando los últimos años son importantes, no se ven después en la aplicación. Una reforma judicial feminista tendría que estar centrada en la aplicación de estas normas y en desarraigar todos los estereotipos”, señala Pepinó.
“Además de estereotipos (explícitos o implícitos) de género, se evidencia la presencia de un doble estándar. Sobre todo, en casos en los que el padre de los/as hijos/as han abandonado a la madre y lxs chicxs. El sistema penal sanciona con severidad a la mujer que no supo garantizar la salud o integridad de sus hijos/as, pero mira para otro lado respecto de quien los dejó a su suerte. Mientras se espera que las madres sepan y puedan hacer todo para asegurar el bienestar de sus hijos/as, el prejuicio de género acepta el abandono sin preguntarse de qué forma incidió en la suerte que corrieron sus hijso/as”, agrega Raquel Ascencio, coordinadora de la Comisión sobre Temáticas de Género de la Defensoría General de la Nación.
En palabras de Ana Gorosito: “Cada tanto, una de estas malas madres aparece en las noticias que la gente normal lee con espanto y reprobación. Por ejemplo, esa madre que llegó varias veces a la salita y al hospital con dos criaturas muy desnutridas, muy por debajo del peso y el desarrollo esperado para su edad. Cuando ambas murieron, el sistema sanitario registró la situación, denunció el caso, intervino el juzgado, las trabajadoras sociales redactaron sus informes ambientales y ella terminó presa (es el caso de Librada Figueredo). “Se hizo justicia”, aprobó aliviada la gente normal: una mala madre menos para seguir torturando a esas pobres criaturas, haciéndolas sufrir de hambre hasta la muerte. Gracias a las malas madres, la sociedad de los “normales” descansa satisfecha por las noches”.