La Princesa Montonera volvió a saludar a su pueblo desde el balcón de Almagro, con las manos en alto y, casi una década después, con el tamiz de las experiencias fundamentales de la maternidad y el feminismo. Diario de una Princesa Montonera, 110% verdad, por editorial Planeta, es mucho más que una reedición. Esta princesa se puso el pañuelo verde en la muñeca y trae nuevas narrativas sobre una historia que revisa, una vez más, porque es fanática de repensarlo todo, según parece. También trae en sus oídos una larga temporada de trabajo en Alemania (parte 2, “La fiesta modesta” (2011-2015) y la vuelta al país –en pleno macrismo-- para querellar en la causa RIBA por la desaparición de sus padres. “Mi pequeño Nüremberg”, se llama la tercera parte, dedicada a su participación en el juicio. Mariana Eva Pérez es la autora de este libro que sacudió narrativas sobre derechos humanos en su primera edición, en 2012, y hoy vuelve por más, con una edición definitiva que tendrá su presentación el 23 de marzo, a las 18, por el canal de Instagram de @planetadelibrosar, junto a Tamara Tenenbaum.

La escritora y dramaturga es también una investigadora académica, licenciada en Ciencia Política y doctorada en Literatura Románica en la Universidad de Konstanz (Alemania), con una investigación sobre las representaciones de la desaparición en la dramaturgia argentina del periodo 2001-2015. Escribió con humor y desparpajo sobre un tema en riesgo constante de ser atravesado por la solemnidad y los sentidos cristalizados. ¿Y a quién le puede parecer posible reírse de una tragedia colectiva? A una hiji (así menciona a les hijes de desaparecides) que salía de los moldes de los discursos románticos sobre la militancia, las luchas colectivas, y todas esas palabras que ella destierra como sentidos comunes, para buscar sus propias formas de nombrar. Formas y búsquedas que no son solitarias, sino construidas, también, en las conversaciones con amigas, colegas y compañeres. No es la única, no busca erguirse en ese lugar de excepción.

Primero fue un blog, que tuvo su club de fans. En 2012, la primera edición del libro, era el gesto rebelde de alguien que quería estallar sentidos. Lo hizo: provocó risas y llantos al mismo tiempo. Era eso y mucho más: una forma de contar que trascendía su historia sin apelar a las consignas. “Para mí hay algo de esto de las palabras, las palabras para nombrar, las palabras para pensar, las palabras que no permiten pensar, es algo que me resuena por muchos lados y que sostiene una búsqueda de más largo alcance. En algún momento, fantaseo con la idea de abandonar estos temas, de dedicarme a otra cosa. Pero ahora no estoy tan peleada con si este es el tema, me preocupa solamente cómo llevarlo y que no haga mal en el cotidiano, reivindico que hay algo valioso en esa búsqueda y que no es personal tampoco”, dice Mariana a Las12, durante una entrevista donde la entrevistadora incumple varias reglas. La menos grave, la de mantener una distancia con la entrevistada.

En 2021, la Princesa vuelve a sus relatos sin perder el humor jamás, pero con la certeza de seguir nombrando los dolores que siempre vuelven. La fascinación con Berlín, los chistes sobre la cárcel a los asesinos de sus xadres, la revisión de su vínculo con su abuela Argentina, a quien tras su propia maternidad puede reconocer en un lugar materno. Los sueños, ese lugar donde los fantasmas cumplen deseos, o aunque sea, recuerdan que ahí están. Los juegos infantiles que traen lo indecible. El corrimiento le permite hablar de nuevo, en tiempo presente, del “temita” como bautiza al terrorismo de estado y a la militancia por los derechos humanos, eso que le ocupó la vida como militante precoz (la esmóloga más joven, se autodefine) y luego, como investigadora (“la chica científica”), escritora, querellante. Y entonces, sale de lo que llama “el guetto” de los derechos humanos para buscar sentidos que no sean sobreentendidos. Cómo va a ser pasado eso que está tan presente.

La escritora no es su personaje, aunque tantos cruces confundan. La escritora tenía 15 meses cuando su madre Patricia Roisinblit y su padre José Manuel Pérez Rojo fueron secuestrados, el 6 de octubre de 1978, por un comando de la Fuerza Aérea. A José lo llevaron de su juguetería y a Patricia, embarazada, de la casa donde vivían. Mariana estuvo secuestrada un día. La dejaron en la casa de un primo, al que dedica uno de los últimos capítulos. La escritora encuentra las formas de contar cómo el terrorismo de estado le ocurrió a toda la sociedad, sin olvidar la inmensa crueldad que significó sobre algunas personas en particular. Patricia tuvo a su hijo, Rodolfo, en la ESMA, que fue apropiado por un agente de inteligencia de la Fuerza Aérea. En 2000, Mariana pudo encontrar a ese hermano que tanto había buscado. Y ese es otro de los temas del libro: la diferencia entre el relato --muchas veces edulcorado-- y la realidad cotidiana de un dolor bien presente.

--Parece claro el empeño en buscar un lenguaje propio para decir eso sobre lo que parece que ya está todo dicho...

--Sí, pero evidentemente no lo está. Estoy leyendo el libro de Mónica Zwaig, Una familia bajo la nieve, que no lo terminé, y paralelamente también estoy leyendo Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez, donde la cuestión de los desaparecidos aparece de esta forma, porque eso es lo que tienen los desaparecidos… aparecen. Hay algo que sigue trabajando y también en las generaciones que siguen. No voy a abundar en esto porque ya estoy bastante asustada de haber hablado de mis hijos en el libro, pero lamentablemente, lo que se va viendo, al hablar con amigas y amigos que han pasado por historias similares, es que los efectos de esto no terminan, no se agotan, en nuestra generación. Cada generación lo va a vivir de otra manera, perosigue operando y actuando. Me parece que los desaparecidos siguen gravitando socialmente sobre nuestro presente político. Hubo un intento muy grande de desactivar el tema durante el macrismo, y no pasó. No sé si vos estás siguiendo algún juicio. Ahora existe la posibilidad de seguirlos por youtube, es bárbaro lo que está pasando porque está participando mucha gente que normalmente quizás no hubiera podido, incluso, porque tienen que trabajar o lo que sea.

Para Mariana, su experiencia del juicio de la causa RIBA, que tuvo sentencia en septiembre de 2016, tuvo momentos de mucha soledad. Su propio testimonio, del que cuenta con el esmero que lo preparó, lo cuenta desde el chat de sus amigas. “La verdad es que ese chat es un relato que existió prácticamente en tiempo real, lo subí al blog esa noche, al día siguiente, porque era genial, yo sentía que no me lo podía quedar para mí sola. Y al momento de contar el testimonio, dije, ‘cómo voy a contar el testimonio’, que no me lo acuerdo, además. Tengo que ir a leer eso y las dos o tres notas de los medios digitales que cubrían. No vino nadie, ni siquiera vino Página a todas las audiencias. Así de solos estábamos en ese 2016. Yo tengo que ir a ese chat y después dije para qué voy a reconstruir eso, si esto ya está. Me pareció que estaba el gesto, que es bueno, que lo cuenten ellas”, dice Mariana. “Me cuentan mis amigas”, podría parecer una consigna, con perdón, pero es una decisión narrativa.

Si algo trae esta nueva edición del Diario de una Princesa Montonera es la recuperación del feminismo también como revelación de experiencias de violencia, que ni siquiera se habían advertido. Para eso habrá que leer el libro. “Así como el pañuelo blanco nunca fue mío, el pañuelo verde sí lo es”, se lee en la página 351. “Es un pañuelo para que usemos todas, un pañuelo que nos iguala, que no señala mi excepcionalidad sino que me disuelve en algo más grande y general, y por eso, por no ser solo mío, puede ser más mío que cualquier otro”, termina el párrafo.

Allí donde tanto se ha señalado una continuidad, Mariana hace un corte. “Yo de verdad ese pañuelo de Hijos lo tiré desaprensivamente, para mí era un trapo, nunca lo cargué de ninguna simbología. No así uno que era de mi abuela, y que está ahí guardadito en un nylon. Algún día capaz que uno de mis hijos me lo pida, a ellos les va a gustar tenerlo, no sé. Pero no es mío, no me lo voy a poner ni al cuello ni nada, en cambio al otro no me lo saco, y ahora es como un trapo de la victoria, lo sigo llevando, cambiando de mochila, cartera, no sé qué, porque ahora se resignificó así, porque para mí es tipo ‘miren, miren lo que conseguimos’. Me pasa al revés, no lo suelto. Para mí era importante, ese disolverse en otra cosa”. Ella, que se definió como “huérfana de la revolución y la derrota”, ahora puede cantar una victoria.

Ese disolverse en lo colectivo la convoca. Con la Compañía de Funciones Patrióticas, participará de una performance en la puerta de la casa donde fue secuestrada su madre, donde vivía ella, a los 15 meses, con sus padres. “Vamos a hacer algo con la baldosa de ese lugar y quizás con algo del libro. Vamos a estar varias compañeras del grupo de estudio sobre teatro del Instituto Gino Germani del que participo, y voy a ser una más. Digamos, vamos a estar todas haciendo lo mismo en la performance”, adelanta sobre esa propuesta.

La maternidad, ahora que se presupone deseada, lleva muchas páginas del libro. En su primer parto, en Alemania, y cuando descubre el miedo de quedarse sola con su hijo, una marca del terror vivido. También cuando anota el estrechísimo vínculo con sus hijes cuando tienen 15 meses. “Cuando ellos van cumpliendo cada uno los 15 meses, es un momento de mucha observación, de cada uno de ellos, del vínculo también. En el caso de cuando Tilo, tenía los 15 meses, fue darme cuenta de no… claro, cómo yo podía decir que no los conocí. ¿Quién nos conoce más que Tilo? Un bebé de 15 meses te conoce a un nivel tan sin palabras, también, pero tan profundo. Un bebé con el que podés estar todo el día, como había sido mi caso con mi mamá o mi papá”, dice ahora sobre eso que fue un descubrimiento: “Entonces fue decir, claro, está, no me lo acuerdo pero eso existió, fue real. Está, en algún lugar de mí está. ¿Y qué es lo que yo entendí ese día? Y… algo entendí, con quince meses el miedo lo entendés, la violencia la entendés. No es que no entendí nada. No, sí, entendí. Sin palabras, cosas que no tenían palabras, porque yo no tenía lenguaje tampoco, entonces qué palabras voy a tener, qué construcción de sentido iba a hacer de lo que estoy viendo, si yo no tenía lenguaje”.

Esa búsqueda de lenguaje, como otra búsqueda, la de justicia, forman parte de su vida. En los dos casos, prefiere ser auténtica. “Yo no tengo que agradar a nadie”, subraya, porque prefiere decir lo que le parece, aún a costa de malentendidos.

En el libro, que no se puede largar por lo magnético de su escritura, se combinan chistes con reflexiones y sobre todo, con la experiencia cruda. El segundo parto lo tuvo en Argentina. El mejor regalo que le hizo su abuela Site –el mundo de los derechos humanos sabe que así nombra a Rosa Roisinblit, la mamá de su mamá, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo—fue afrontar los gastos de un parto en casa, con todos los cuidados, con partera y neonatóloga. Fue un parto hermoso y en un momento, en la bañera, la Princesa cuenta. “El dolor me hacía pensar en Paty y lo dije, dije que no podía dejar de pensar en mi mamá. No aclaré que en su parto, en su segundo parto en la ESMA, pero no hizo falta. Gaby y Vendi ya conocían la historia familiar. Habíamos conversado mucho sobre eso. Entonces, Gaby, que se había quedado un poco aparte, junto a la puerta (‘yo estoy por si surge una complicación médica’) dijo muy suavemente: todos pensamos en ella, ella está acá, con nosotros”. Así lo cuenta en la página 348. “Con respecto a lo del parto de Nora y ese parto de mi mamá, para mí es una cosa… Esa tercera parte tiene distintas formas de la justicia, me parece que esa también es una forma de la justicia para mí. Es como, mi abuela, que no pudo --por más que lo intentó--, encontrar a su hija para que tuviera un parto digno a tiempo. No pudo darle eso a su hija, y me lo regaló a mí. El parto más hermoso que te puedas imaginar, no sé si eso queda claro en el libro. Fue muy reparador, muy sanador, muy espectral”, plantea Mariana Eva Pérez, la escritora que inventó una Princesa para contar el cuento sin intermediarios.