“Quiero agradecer a las amas de casa, con Lita de Lazzari ahí presente”, decía el ex presidente Carlos Menem en un acto a principios de los años noventa refiriéndose a la presidenta de la Liga de Amas de Casa, famosa por su consejo para combatir la inflación: “Camine, señora, camine”, “hay que caminar y buscar precio”.
Una vez más en Argentina la inflación es la principal preocupación del gabinete económico (y social). El índice de precios al consumidor (IPC) de febrero mostró un aumento del 3,6% mensual y un 40,7% de variación interanual. Cada vez parece más lejos la meta del 29% que había previsto el gobierno para este 2021. La Canasta Básica Alimentaria, que marca la línea de indigencia para una persona adulta, alcanzó los $7.953 y la Canasta Básica Total que indica lo que se necesita para no ser pobre (e incluye servicios básicos además de alimentos), unos $18.769.
Aunque el personaje de Lita de Lazzari suene anacrónico -al igual que la figura del ama de casa en un contexto en el que una de cada dos mujeres trabaja por un salario o busca hacerlo, una de diez está desocupada involuntariamente y al menos 4 de cada 10 es jefa de hogar-, la tarea de la administración de los recursos, allí donde hay que estirar el mango para llegar a fin de mes, sigue siendo una tarea feminizada, no reconocida y obligatoria para muchas.
Suele decirse que la inflación afecta más a quienes menos tienen. Y así es. Desarmar de qué manera afecta más no es sólo dar cuenta de todo lo que no se puede comprar porque los ingresos no alcanzan. No es sólo señalar que el aumento de precios de los alimentos, por encima del resto de los rubros, es mucho más dañino para quienes destinan la mayor parte de sus ingresos a productos básicos. Es también pensar el tiempo que insume y las formas de vida a la que obliga tener como tarea cotidiana el cuidado del bolsillo.
El estereotipo de cuidadora se replica para la gestora del hogar: la que sabe mejor dónde venden los productos que se necesitan, cuánto cuestan y dónde conseguirlos más baratos. La que prepara la olla popular y sirve en el comedor comunitario, como si se tratara de intuiciones natas y no de un producto de la división social del trabajo.
¿Por qué aumentan los precios?
Como recuerda el historiador Ezequiel Adamovsky en una columna en elDiarioAr, la figura de Doña Rosa a la que se dirigían los funcionarios y periodistas menemistas tenía que ver con un desplazamiento del discurso político de lo público (dirigido al pueblo, a la ciudadanía) al espacio privado de lo doméstico.
Se trataba de enseñarle a esa señora quiénes eran los culpables de que el tomate esté tan caro. A esa figura, diremos, la completa quien fuera la mejor alumna de los economistas neoliberales y los periodistas que enseñaban que el problema eran los sindicatos, las empresas públicas y todo lo que tuviera algún sello estatal. Subida a un tanque de guerra o pasando lista de las ofertas de supermercados en su programa pagado por la televisión pública, Lita de Lazzari se erigía como la representante por excelencia de las doñas rosas. No sólo explicaba las causas del aumento de precios, sino que también daba una solución consecuente, por supuesto individual, privada, misógina y voluntarista: el rol de la mujer es caminar en busca de ofertas.
Por si quedara alguna duda sobre la orientación de la Liga de Amas de Casa que Lita presidió, organización fundada en 1956 “para combatir la inflación” y que aún existe bajo la misma misión, su última publicación, de marzo de este año, es un “agradecimiento a Coto” por sus donaciones a la Liga durante la pandemia.
El discurso a lo doña rosa persiste sobre todo en antros como twitter, aunque ahora encarnado en figuras masculinas: los economistas “libertarios” que culpan a la actividad estatal, en particular a la emisión monetaria, ante cualquier aumento de precios.
Si descartamos las lecciones de Lita y compañía y volvemos a preguntarnos por qué aumentan los precios, para no caer en el mismo error de la estrechez de miras adjudicada por los neoliberales al estereotipo del “ama de casa” -apenas preocupada por el precio de los alimentos y por el bienestar de su marido- conviene pensarlo como un fenómeno multicausal. Echarle la culpa sólo a los oligopolios y su pasión por aumentar los precios sería caer en simplificaciones similares. La política cambiaria, la manera en la que se discuten los salarios, el precio de los commodities y la definición de qué precios se regulan y cuáles no, hacen a la larga lista de razones que explican la inflación.
En lo inmediato, se avecina una discusión sobre las tarifas, que hoy forman parte de los precios regulados (aumentaron 2,2%, muy por debajo del nivel general). Otra cuestión que remueve recuerdos noventistas: ¿se acuerdan cuando la mayoría de esas empresas eran estatales? Qué distinta era la discusión sobre costos y márgenes de ganancia.
De tierra, góndolas y ollas: comer no puede ser un lujo
La división Alimentos y Bebidas no alcohólicas fue la que más incidencia tuvo en el aumento de precios del último mes, impulsada especialmente por subas en Frutas y verduras. Se supone que los precios de los productos más consumidos están congelados por acuerdos voluntarios entre el Estado y empresarios a través del programa Precios Cuidados 2021. En el Gran Buenos Aires, el aumento para las frutas fue de 7.8% y el de verduras y legumbres de 9,6% por encima de todos los rubros y más que en todo el resto del país, a pesar de tratarse de una zona en la que se producen estos alimentos.
Mientras tanto, el monitoreo de precios a cargo de organizaciones sociales funciona como una postal de la implosión de los hogares y con ella, de la de la figura de ama de casa. Se ha desterrado, a fuerza de movilización y organización colectiva, la posibilidad de que los medios y los políticos le hablen a las amas de casa desesperadas y las aconsejen sobre cómo comprar mejor. Cada vez son menos las publicidades que se atreven a dirigirse a las mujeres cuando presentan sus ofertas y opciones de ahorro.
Sin embargo, ese sujeto colectivo que reemplaza a la “señora que camina”, que son las organizaciones que trabajan a diario para sostener a quienes no llegan a fin de mes a fuerza de ollas populares y comedores habla más de las falencias que de las conquistas.
Se pueden controlar las góndolas pero eso es apenas el final del ovillo. “Para bajar el precio de los alimentos hay que cambiar el modelo agroalimentario en Argentina” dicen desde la Unión de Trabajadores de la Tierra. Y agregan “Agroecología para desdolarizar. Planificación de la producción. Fortalecimiento de las economías regionales. Acuerdo de precios transparentes”. En conclusión, hay que prestar atención no sólo al precio final. Es necesaria una discusión profunda sobre cómo se produce.
Y es una discusión que trasciende fronteras. El aumento del precio de los alimentos es hoy en día una preocupación mundial. Empezaron a subir producto de la pandemia y alcanzaron este mes máximos históricos. El sistema alimentario mundial está muy interconectado y la posibilidad de alimentarse de los países más pobres todavía depende de productores foráneos (por el peso de productos e insumos importados) y de precios internacionales (en Argentina, por el traslado; cuando aumenta, como ahora, el precio de los commodities).
Hay quienes prevén que sea motivo de fuertes protestas e inestabilidad social a lo largo y ancho del mundo, pero sobre todo en países de ingresos bajos.
“Patalee, señora, patalee”, podría contestarle Norma Plá a Lita de Lazzari en un diálogo imaginario. Si la única solución fuera caminar, se tiene la de perder. Los precios llevan la delantera, toman el ascensor o la cinta transportadora. Mientras a salarios y jubilaciones, a duras penas, les toca la escalera de incendios.