Las motitos 8 puntos
Argentina, 2020
Dirección: Inés María Barrionuevo y María Gabriela Vidal.
Guion: María Gabriela Vidal.
Duración: 84 minutos.
Intérpretes: Carla Gusolfino, Ignacio Pedrone, Carolina Godoy, Erika Cuello, Miguel Ángel Simmons.
Estreno en la plataforma Flow.
El cine cordobés continúa creciendo en cantidad y diversidad, como lo demuestra el estreno casi simultáneo de Bandido (ver crítica aparte) y el tercer largometraje de Inés María Barrionuevo (Atlántida, Julia y el zorro), esta vez codirigido junto a la escritora y autora del guion, María Gabriela Vidal. La película, basada en la novela de Vidal Los chicos de las motitos, observa a un grupo reducido de personajes para terminar imponiéndose –sin esfuerzos ni pretensiones– en un retrato generacional. Multi generacional, en realidad, ya que a pesar de concentrar la atención en los días y noches de la adolescente Juliana (notable Carla Gusolfino, debutante), Las motitos no evita describir a los adultos que la rodean, en particular su madre, con quien no parece estar pasando por la mejor etapa vincular.
Juliana cumple quince años y anda de novia con Lautaro, un chico del barrio que no abandona su moto de baja cilindrada en ningún momento. El vehículo y el uso de una gorrita, como le previenen en cierto momento, no ofrecen el mejor aspecto a los ojos de la policía, que luego de una serie de saqueos está a la pesca de rateros y motochorros. Barrionuevo y Vidal adhieren en un primer momento a lo que podría llamarse realismo dardenniano: como los famosos hermanos belgas, las directoras siguen a la protagonista en una escapada de la casa materna, la cámara nerviosa detrás de ella, siguiéndola hasta el encuentro con Lauti. Luego, algunos besos, la reunión con un grupo de pibes y pibas con sus motitos, un porro y una cerveza. En esas escenas introductorias, sin prisas ni demoras, el film crea en pantalla un universo que toma bastante de la realidad, sin que ello implique documentalismo alguno, al menos en un sentido estricto.
La protagonista forma parte de una clase media baja que insiste en sostener una identidad cada vez más borrosa (Luciana va a una escuela privada, aunque poco y nada se advertirá de su vida escolar); Lauti, en tanto, vive junto a su madre y un hermano muy pequeño en los fondos de una verdulería que –no sin esfuerzo– les permite sobrevivir. Pero los chicos son chicos, y esa mirada no termina de aprehender las angustias, decepciones y fatigas de la generación previa. Incomprensión que, desde luego, tiene su ida y vuelta. Juliana está embarazada. Ella lo intuye y el test lo confirma. Quiere abortar, pero eso no es nada fácil (la historia parece transcurrir en 2013, cuando los pañuelos verdes no habían adquirido carácter simbólico). Los miedos paralizan la existencia y las peleas con la madre no hacen más que acentuarse. Lautaro, sin embargo, está ahí, dispuesto a ayudarla. Las motitos no se convierte en un drama sobre el embarazo adolescente, aunque la situación adquiere la importancia que se merece.
La deriva del guion intercala personajes secundarios que le aportan al relato profundidad y emoción: el chico “gordo, negro y puto” que ayuda a su madre de 300 kilos a levantarse de la cama, el tío que hace las veces de bisagra generacional, la hermana menor que, con cada nuevo baile frente a la PC, va dejando atrás la infancia para ingresar a otra etapa. Apuntes sin subrayados. Apoyadas en un reparto que nunca desentona, Barrionuevo y Vidal construyen un pequeño universo lleno de humanidad, duro pero nunca cruel. En cierto momento, un riff de guitarra se deja escuchar sobre un plano que superpone a madre e hija en la misma imagen, gracias a un foco diferenciado. Es un momento de quiebre antes del desenlace. Lejos de lo enfático, Las motitos permite que los personajes respiren y que el horizonte –más allá de las dificultades, que no desaparecerán– no esté delimitado por las reglas de un determinismo despiadado. Hay futuro.