Mauricio Kartun pasaba el fin del verano en su casa de Cariló junto a su "compañera" Mónica Estévez cuando se decretó el aislamiento obligatorio. Decidieron no regresar al departamento del barrio porteño de Villa Crespo. "Acá por lo menos veo pajaritos", explica el creador del otro lado del teléfono. En un primer momento pensó, como muchos otros pensaron, que el coronavirus no había llegado para quedarse. Lleva más de un año en su casa de la costa, donde se dedica a comer y mirar series -"¿qué otra cosa se puede hacer?"-, también a caminar y descubrir nuevos rumbos en su oficio.
La reposición de La vis cómica había quedado suspendida. Kartun pensó: no iba a poder dar clases. Pensó: no iba a poder hacer teatro. Optó entonces por esquivar la cuarentena "más salvaje". Al momento de la entrevista con Página/12 esperaba la segunda dosis de la Sputnik. Le da "temor" volver a internarse en la jungla de cemento, algo que hará muy pronto. "En unos días reponemos Terrenal", dice con entusiasmo, aunque algo nervioso por lo que ocurrirá con el público a partir del 9 de abril.
CAMINAR Y PENSAR
El dramaturgo y director tiene 74 años y se movió todo este tiempo "con extrema precaución", aunque tranquilo de estar en el bosque, sin tanta gente alrededor. Salió sólo a caminar y hacer compras. Esperó la primavera para juntarse con los amigos que viven cerca, y cuando lo hizo fue con distancia y al aire libre. Se deleitó con series. Antes no las aguantaba por "largueras"; prefería "los orgasmos finales" de los films. Ahora recomienda por lo menos tres: Babylon Berlin, La maravillosa Señora Maisel, Succesion.
Ante el episodio que lo cambió todo, incluso y muy fuertemente a su gran amor el teatro, sintió primero "desconcierto y abulia". "Me pasó algo muy esclarecedor sobre mis propios mecanismos. Mi cabeza, hace décadas, trabaja dando vueltas alrededor de proyectos. Y me gusta mucho caminar. Creo en el acompasarse al paso, en pensar caminando. Me funciona. Salgo con la libretita en la mano y aparecen imágenes", detalla. Pero no veía ensayos en el horizonte, entonces perdió toda expectativa. "La sensación era: ¿cuándo me voy a comer lo que está en la parrilla? ¿Lo mando al freezer cocinado?", recuerda. Creía, además, que cualquier idea podía quedar fuera de contexto cuando al fin pudiera ver la luz, como una pieza que estaba escribiendo sobre "la pérdida de la fiesta como ritual". "Se me fue diluyendo todo: la energía del deseo trabaja mucho con la expectativa inmediata", postula.
Prácticamente todas sus obras fueron paridas en escapadas a la cómoda casa de Cariló, pero la pandemia ocasionaba nuevas trabas. No obstante, se sabe: Kartun no es de esos que dejan que el deseo se apague. Lo movió de lugar. Comenzó a escribir relatos. Apeló al abandonado formato de los blogs y los difundió a través de las redes sociales -es un ferviente usuario de Facebook-. El primero, un folletín por entregas, se llamó Konsuelo. Lo desarrolló en tres meses, publicando todas las semanas. Continuó -continúa- con Salo Solo, relato acerca de "un señor sesentón de la colectividad que busca novia". Se armó "una comunión de lectores; una corriente lo suficientemente demandante como para seguir con eso". De nuevo, el maestro salía a caminar "y la cabeza se ordenaba alrededor de una ficción". En otros ratos daba clases internacionales con señal de Internet prestada, pues la suya es un poco precaria.
EL TEATRO COMO RADAR
"Jamás viví algo así. Ni en las peores pesadillas aparecía esta posibilidad. Lo viví de manera metamórfica, cambiando en función de los credos que me instalaba", reflexiona. De pronto se había vuelto "una especie de chiita" que se oponía al teatro virtual. "Pasa como en la guerra. El primer día pelás la papa y el día 50 te comés la cáscara. Terminé aceptando la hipótesis de modos híbridos", reconoce. No hizo teatro virtual, pero dos salas oficiales subieron espectáculos de su autoría. Concluye: "Estamos frente a un nuevo fenómeno del teatro. Va a haber cambios generacionales. Además, el teatro es un radar. Es inevitable que perciba, por ejemplo, las crisis fóbicas. Yo soñé dos, tres veces que estaba en una reunión en la que nadie usaba barbijo. Me desesperaba. Pensaba '¿cómo les digo? ¿No les puedo decir eso?' No creo que el teatro deba hablar de la pandemia. Va a hablar de sus efectos, del encierro, la paranoia. De la felicidad perdida de un día para el otro."