Bienvenidos a Chechenia 7 Puntos
Welcome to Chechnya, EE.UU., 2020.
Dirección: David France.
Duración: 107 minutos.
Estreno en Mubi.
Chechenia se hizo conocida en Occidente a partir del momento en que entró en erupción en 1991, declarando su independencia de la Federación Rusa. Lo cual no fue sino el comienzo de un estado de guerra que culminó recién en 2007, cuando Vladimir Putin recuperó el control sobre los los rebeldes, sometiéndolos a sangre y fuego e imponiendo como gobernante a su delfín, Ramzan Kadyrov. Menos conocida es la homofobia oficial del gobierno de Kadyrov, que derivó en el curso de la última década en razzias, persecuciones, secuestros, torturas y muerte de miembros de la comunidad LGBT de esa república, quienes viven actualmente en forma clandestina, si no en el exilio. Título obviamente irónico, Bienvenidos a Chechenia narra la lucha por la sobrevivencia de miembros de esa comunidad, que cuenta con una organización de salvataje, cuyo día a día este documental dirigido por el estadounidense David France narra desde la clandestinidad.
Producida por HBO y fiel al modelo de documental que se conoce como “cine directo” (que prescinde de toda omnisciencia, relato en off y ambición generalista, para centrarse en una serie de acontecimientos particulares a través de los cuales se aborda el fenómeno del que se trate), Bienvenidos a Chechenia tiene por protagonistas a militantes de esa cadena de solidaridad, así como a miembros de la comunidad LGBT, a quienes eventualmente se ofrece refugio en una casa segura, o se ayuda a huir del país. “Mi tío me amenazó con que si no me acuesto con él le va a contar a mi padre de mi orientación sexual, y eso va a significar mi muerte”, cuenta una chica por celular en la escena inicial, poniendo en situación al espectador. Poco más adelante uno de los protagonistas hace saber que el gobierno, cuando no apresa a los “culpables”, exige a las familias que den cuenta de ellos. Tratándose de una nación de mayoría musulmana, que el hijo no obedezca la norma sexual establecida es visto como ultraje al honor familiar, lo cual vuelve particularmente peligrosa la incitación oficial al “lavado de la sangre”.
Esto último se materializa en un video privado, interceptado por los miembros de la cadena solidaria. Se ve frenar a un auto en una ruta desolada, y de él bajan dos hombres y una chica. Uno de los hombres se aleja un instante y vuelve con una piedra, con la cual le aplasta la cabeza a la chica. En otro video hay ocasión de asistir a un operativo policial. Se detiene a un auto y se hace descender de él a sus ocupantes, dos jóvenes que supuestamente se estaban besando. “¡Traé a ese maricón para acá!”, indica uno de los policías a otro (¿o se trata de parapoliciales?), y de allí en más tiene lugar un interrogatorio que incluye amenazas y la delación de uno de los jóvenes a otro, tratados como delincuentes. “Encima mi padre es miembro del gobierno”, dice la chica a quien su tío amenazó, como quien describe la peor situación imaginable.
En una entrevista realizada para la televisión extranjera, el jefe de gobierno, Ramzan Kadyrov, sostiene que “no hay nadie así en este país (refiriéndose a gente homosexual), si hay alguno que se vaya a Canadá”. Frente a esta realidad, algunos datos permiten abrigar aunque más no sea cierta esperanza: la persistencia y la acción de la red solidaria, la demanda por persecución de un joven homosexual (el primero que se atrevió a reconocer su condición en Chechenia) a las autoridades, y los dos millones de firmas que reunió una declaración pública en contra de la homofobia gubernamental. “Esta historia necesita un buen final”, dice alguien sobre el final de Bienvenidos a Chechenia. Sí, lo necesita.