Que “Argentina exporta alimentos” o que “Argentina produce alimentos para 400 millones de personas” son frases ya muy sonadas, pero que poco reflejan la implicancia que eso conlleva. Y que cuando son declamadas como virtudes, a renglón seguido, rara vez se menciona la elevada concentración de un mercado con gran capacidad de colocación exterior de su producción y con incidencia directa en la estructura de precios del mercado interno.
No es justamente en los últimos eslabones de la cadena dónde ocurre la concentración, sino desde que ocurre la cosecha. Se puede distinguir un elevado grado de concentración en tres instancias: propiedad de la tierra, producción y exportación.
Según el Censo Nacional Agropecuario de 2018, más de la mitad de la tierra productiva (51 por ciento) es controlada apenas por el 2,49 por ciento de las explotaciones agropecuarias. El Gini de la tierra en 2018 se puede estimar en 0,8476, similar al 0,8403 de 1914. Lo que señala que la desigualdad en el campo no se ha modificado desde que finalizó la división de tierras hace más de un siglo.
La exnominación también es un factor distintivo de esta modernidad: las explotaciones controladas por sus propietarios cayeron del 74 por ciento en 2002 al 69 por ciento en 2017. Y las controladas por Sociedades Anónimas crecieron del 20 al 24 por ciento en los últimos 15 años. En consecuencia, rastrear a los verdaderos dueños de la tierra es una quimera.
Exportadoras
En cuanto a la comercialización internacional de cereales, oleaginosas y derivados, apenas diez empresas (Oleaginosa Moreno, Cofco, Cargill, Bunge, AGD, ADM, ACA LDC, Molinos y Diaz & Forti), de un total de 476 (es decir, el 2 por ciento), explicaron el 87 por ciento de las exportaciones en 2020.
Se trata de pocas empresas locales y extranjeras con gran capacidad de colocación externa de la producción nacional y cuyo poder de fijación de precios repercute finalmente en el mercado interno. Es un mercado fuertemente oligopolizado con actores que operan globalmente en distintos países productores.
Otro tanto sucede en el mercado cárnico, dónde hasta 2017 sólo cinco empresas concentraban el 60 por ciento de las exportaciones bovinas. En 2020 el sector cerró con el mayor nivel de actividad en 11 años con una faena total de ganado bovino en 14.231.788 de cabezas. Las principales diez empresas (Coto, Swift, Frigorífico Rioplatense, Friar, Arre Beef, Gorina, Mattievich, La Anónima, Cia. Bernal y Ecocarnes), de un total de 398 (el 2,5 por ciento), fueron responsables del 22% de la producción, pero si se tiene en cuenta que muchas de ellas pertenecen a un mismo grupo, la participación total asciende al 27 por ciento.
La producción medida en toneladas de res con hueso se incrementó 1,3 por ciento respecto de 2019 (de 3.134.000 a 3.174.456), sin embargo, las exportaciones crecieron en 8,4 por ciento respecto del año anterior y el volumen exportado representó una cifra récord: 28,9 por ciento de la producción total (917.200 toneladas res con hueso). Eso se tradujo parcialmente en un aumento del 72,3 por ciento en los precios del mercado local entre diciembre 2019 y diciembre 2020, con un consumo interno cayendo a mínimos históricos (49,7 kilogramos por habitante).
Materias primas
Los precios de los commodities agropecuarios son vitales en la estructura de los precios de los alimentos, ya que sirven de insumo y alimento para la ganadería y sus variaciones se trasladan también al precio de la carne. Cuando los precios internacionales de las materias primas suben, los incentivos a exportar aumentan. En consecuencia, la oferta interna se resiente y las empresas buscan obtener una rentabilidad igual o similar a la que obtendrían afuera por esos productos. Por ende, sin derechos de exportación (retenciones), el traslado a precios internos de ese incremento sería lineal.
En el último año los precios internacionales de los alimentos aumentaron fuertemente, en parte por una mayor demanda de China, pero fundamentalmente por la emisión de moneda de las potencias. Con la irrupción de la covid-19 en el escenario global, las economías colapsaron y las bancas centrales se vieron obligados a apuntalar a las familias y las empresas con ingentes inyecciones monetarias.
El 25 de marzo de 2020, Estados Unidos aprobó por unanimidad el mayor rescate económico de su historia: el “Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security Act” (CARES Act) un paquete económico de 2,21 billones de dólares (10 por ciento del PIB) para salvar su economía. La hoja de balance de la Reserva Federal se compone de activos y pasivos, al buscar darle mayor liquidez a la economía con políticas monetarias expansivas, ésta aumenta. En 2020 creció en 3,18 billones de dólares en 2020, un 76 por ciento. Esto hizo que el dólar se depreciara fuertemente y que los activos nominados en dólares dejaran de ser atractivos en el mercado financiero.
Frente a la pérdida de rentabilidad, los inversores se refugiaron en otros activos como los commodities, lo cual hizo que sus precios suban. Las materias primas locales acompañaron la evolución de las subas internacionales. Y como consecuencia de una menor oferta interna producto de mayores exportaciones, los precios en el mercado interno sufrieron el impacto. Incluso con derechos de exportación no se pudo contener esa fuerte variación global.
Precios
El precio externo por tonelada a valor FOB de la soja en puertos argentinos, paso de 361 dólares en enero de 2020 (antes de la pandemia) a 557 en enero de 2021, un incremento del 54 por ciento (en dólares).
El del girasol pasó de 330 a 570 dólares (+73 por ciento), el del aceite de girasol de 791 a 1238 dólares (+57 por ciento), el del maíz de 184 a 255 dólares (+39 por ciento) y el del trigo de 226 a 282 dólares (+25 por ciento).
En cuanto a los precios internos por tonelada en el mercado de Rosario, pasaron de 15.344 a 27.916 pesos (+82 por ciento) en el caso de la soja, de 14.317 a 36.818 pesos (+157 por ciento) en girasol, de 9080 a 16.613 pesos (+83 por ciento) en el maíz y de 11.455 a 18.570 pesos (+62 por ciento) en el caso del trigo, en el mismo período.
En el mediano plazo nada indica que la tendencia global vaya a modificarse, sino todo lo contrario. Goldman Sachs prevé un nuevo super ciclo de los commodities similar al que tuvo lugar a comienzos de los 2000.
Estados Unidos
En suma, el gobierno de Estados Unidos aprobó a finales de año, una expansión del paquete económico de marzo por un total de 900.000 millones de dólares para sostener su alicaída economía y el flamante presidente Biden anunció un nuevo paquete record: el American Rescue Plan por un total de 1,9 billones de dólares, lo que pude implicar una mayor depreciación del dólar frente al resto de las divisas y una mayor suba de activos alternativos (cripto divisas, oro y, fundamentalmente, commodities), como reserva de valor.
Pero al ser una realidad no excluyente de la economía estadounidense y estando todos los países realizando las mismas políticas monetarias y fiscales expansivas, se pueden esperar desvíos masivos en la composición de las inversiones globales. Fuera de todo razonamiento conspirativo sino puramente económico, no es casualidad que Bill Gates se convirtiera desde principios de año en el principal propietario de tierras agrícolas de Estados Unidos.
Esto supone un gran desafío para la economía argentina. Preservar el bolsillo de las y los trabajadores frente a la suba de los alimentos requiere de un mayor control, no solo en los últimos eslabones de la cadena de comercialización sino en el núcleo de producción.
Empresa testigo
Con una estructura productiva eminentemente concentrada, alternativas como una empresa estatal que determine el sendero de la soberanía alimentaria resultaría fundamental.
YPF marca el rumbo en el mercado hidrocarburífero y Aerolíneas Argentinas lo hace en el aerocomercial. Sin embargo, y a pesar de estar insertos en la división internacional del trabajo como país agroexportador mucho antes de tener aviones o producción hidrocarburífica, no existe una empresa Estatal testigo que marque el camino a seguir para el sector alimenticio.
Es necesario instrumentar nuevas políticas y mayor creatividad, cuando los herramentales clásicos para modelar el capitalismo en un sentido socialmente justo y equitativo están encontrando sus límites.
Según el índice de Precios de los Alimentos que elabora la FAO, en 2020 los alimentos alcanzaron un máximo en tres años: un total de 97,9 puntos. Lo que a su vez representa una suba del 3,1 por ciento respecto del 2019. Si la tendencia continúa (y nada hace pensar lo contrario) el mundo y, sobre todo Argentina, con una economía agroexportadora tan concentrada, seguirá enfrentando problemas en el mercado doméstico.
Brecha
En cuanto al Índice de Precios al Consumidor que elabora el Indec, en 2020 todos los alimentos (pan y cereales, carnes y derivados, leche, productos lácteos y huevos, aceites, grasas y mantecas, frutas, verduras, tubérculos y legumbres) estuvieron por encima del nivel general de inflación.
Si se considera el rubro alimentos y bebidas en su conjunto, puede verse cómo en el último año se duplica la brecha respecto del nivel general. En 2018 la brecha entre el rubro alimentos y bebidas y el nivel general de inflación era de 3,6 puntos porcentuales, en 2019 de 3 puntos porcentuales y en 2020 se ubicó en 6.
La suba de los commodities mundiales puede representar una oportunidad inmensa para resolver cuestiones de crecimiento y endeudamiento, con una mayor recaudación por exportaciones e ingreso de divisas, pero también un problema significativo si ese crecimiento no se distribuye o si esa distribución es devorada por subas de precios internos que devienen del exterior.
* Licenciado en Economía. Auxiliar docente de Historia Económica y Social Argentina (UBA).