Tropezones ejemplares
“Los errores son casi siempre sagrados; nunca traten de corregirlos”, propuso en cierta ocasión Salvador Dalí, y sus palabras son hoy recuperadas por una muestra que rinde loas a lo impráctico, lo innecesario, lo incómodo. O sea, a fallidos diseños: tal es la línea que guía a Flops! Quand le design s’emmele, exhibición virtual organizada por la Cité du Design, en Saint-Etienne, a partir de decenas de artefactos prestados por el Museum of Failure sueco. “El fracaso es un tema serio. Normalmente la gente evita hablar de ello, por eso decidimos abordarlo con humor en pos de desdramatizar el tópico. Después de todo, fracasar es necesario, porque nos permite aprender, crear, innovar”, advierte la curadora Sylvie Sauvignet, que entre otros adminículos se ha decantado por el DeLorean, “diseñado para ser un auto deportivo extremadamente veloz, acabó demostrándose mucho más lento que otros modelos de los 80s”; por las gafas de realidad aumentada Google Glass, que nunca lograron despegar; por una máscara rejuvenecedora extrañamente similar a la de Jason Vorhees; por una muñeca de Hasbro de 1965, Little Miss No-Name, que se intentó vender como contrapartida pobre y desaliñada de la glamorosa Barbie con el siguiente slogan: “No tiene un vestido bonito, no tiene zapatos, ni siquiera un hogar, pero le sobra cariño”. Ojo, no todo es error en una muestra que además se rinde al célebre Catálogo de Objetos Imposibles del patafísico Jacques Carelman, cuyos hilarantes diseños surrealistas, “perfectamente inutilizables”, supieron mofarse de la sociedad de consumo con propuestas sin ambición utilitaria: fuera el matamoscas indulgente (agujereado para darle una chance al insecto), la cafetera dolorosa (ideal para masoquistas que gustan quemarse cuando se sirven un pocillo), las zapatillas con suela de plomo, el martillo de cabeza de vidrio o una mesa de ping-pong ondulada que complica el juego hasta el paroxismo multiplicando los incontrolables rebotes. Presentes también algunas creaciones “deliberadamente inconvenientes” de la arquitecta ateniense Katerina Kamprani, cuyos artefactos domésticos jamás tuvieron la intención de ser prácticos; para prueba, sus botas de lluvia con punta abierta o una regadera con pico vertedor torcido.
Moviendo las aletas
Ni los peces cebra bebé parecen ser inmunes a una de las canciones más contagiosas de todos los tiempos; aunque, por supuesto, no puedan calzarse los característicos pantalones bombachos para menear al frenético son de la muy pegadiza U Can’t Touch This, del rapero MC Hammer. Aún sin look acorde, algo sucede en estos bichos acuáticos cuando suena el hit noventero, asegura la neurocientífica australiana Rebecca Poulsen, también conocida como BeXta, mote que responde a su actividad paralela: la damisela es, en sus pagos, una reconocida DJ. Aunando pasiones, entonces, arrimó la mujer un pequeño sistema de audio a una pecera con los mentados animalillos, escaneando su actividad neuronal para arribar a conclusiones. Así fue cómo descubrió su equipo del Queensland Brain Institute, en Brisbane, que estos jóvenes peces pueden procesar el sonido mejor de lo que se pensaba: “Observamos sus respuestas auditivas y hallamos que pueden detectar y discriminar entre frecuencias más altas que las demostradas previamente”, la explicación de quien también amenizó las veladas de los peces con “tonos puros, ruido blanco, sonidos inicialmente agudos, sonidos que implican un crescendo gradual”. “Hasta ahora se creía que los peces cebra bebé poseían un sistema auditivo rudimentario, sensible a un rango estrecho de frecuencias y sin sensibilidad aparente a las características acústicas que son importantes para los peces adultos”, pormenorizó la científica, que acaba de publicar su trabajo en la revista especializada Current Biology. Meses atrás, el pasado septiembre, había adelantado parte del laburo vía Twitter y, por esos días, el propio MC Hammer se había hecho eco del asunto, chocho de contento porque su tema insignia se mostrase popular también en esta especie de ciprínido emparentado con las carpas y los barbos. Normal: ¿quién se puede resistir al reiterativo e inoxidable You can't touch this... You can't touch this... You..., en fin?
Vida acuática
En Gran Bretaña, como en el mundo, el teatro ha tenido que reinventar sus modos para seguir nadando, dadas las restricciones por pandemia que mantienen al sector con el agua hasta el cuello. Entre las muchas alternativas a distancia, ha llamado la atención de la prensa brit dos ocurrentes puestas que transcurren ya no en una sala sino... en el baño. Más precisamente, en la bañera de cada espectador, devenido oyente a partir de las producciones audioteatrales Thirst Trap y Swimming Home, donde las instrucciones más urgentes hablan de: llenar la tina, tener una toalla a mano y, por supuesto, evitar que el celular acabe mojado. No se levanta el telón: se corre la cortina de baño en estas obras, que transcurren mientras el público está parcialmente sumergido, aunque no necesariamente el chapuzón sea relajante. Escrita por Rachael Young, Thirst Trap invita a un ritual desestresante con banda sonora hecha a medida, hasta que de pronto la historia da un giro siniestro: el año es 2079 y el legado tóxico de Boris Johnson ha creado una distopía; el agua escasea, la intoxicación por metano está en aumento y la ropa protectora es fundamental para mantenerse con vida. La grabación habla de inundaciones, de botes en avenidas, de más y más personas sin techo en un futuro caótico que, evidentemente, resulta flor de ducha fría para la persona que, irónicamente, sigue disfrutando las bondades de la tina entibiecida. Mientras tanto, Swimming Home (disponible para escucha global tras depositar unas libras esterlinas), de la dramaturga y director Silvia Mercuriali, bebe de entrevistas a nadadores y entrenadores ingleses, de canciones temáticas, de grabaciones submarinas, además de fantasías acuáticas que se mechan con instrucciones precisas para el público (cómo moverse entre las olitas de la bañera, cuándo cerrar o abrir los ojos). Otra reinvención, y van…
Es una lucha
Hace apenas unos meses, en el Metropolitan Museum de Nueva York, una mujer visitaba The American Struggle, muestra itinerante sobre la obra del reconocido pintor afroestadounidense Jacob Lawrence, cuando se le prendió la lamparita. Observando los paneles de Struggle: From the History of the American People, serie de 30 piezas de las que solo se conservan 25, creada en la década del 50, un pensamiento embargó a la muchacha: ¿era siquiera posible que unos vecinos suyos tuviesen colgado en su comedor uno de los paneles perdidos, de paradero desconocido durante más de medio siglo? De regreso a su departamento en el Upper West Side, convenció a la pareja de jubilados –que había comprado antaño el cuadrito por una modesta suma en una subasta escolar– de contactar a la institución, cuyos curadores se apresuraron en echarle una atenta mirada a la obra para concluir lo impensado: efectivamente habían dado con el Panel 16 de la mentada serie, una pieza donde Lawrence había retratado la Rebelión de Shays, como se llamó a la virulenta seguidilla de protestas del siglo XVIII de campesinos pobres contra la suba de impuestos. Lo curioso del asunto es que, semanas más tarde, nomás enterarse del repentino hallazgo a través de la prensa, una enfermera –que vive a pocas cuadras del matrimonio– recaló en la pintura que estaba colgada en su apartamento, con firma apenas legible. Un regalo de su suegra, explica hoy día, que tuvo a bien pegar detrás del cuadro un artículo de los 90s sobre el autor de la pieza: un tal Jacob Lawrence. Hasta muy recientemente, desconocía la enfermera que era un destacado pintor modernista, uno de los pocos artistas negros que obtuvo merecido reconocimiento en vida. Incrédula, llamó al MET un par de veces, hasta que alguien ¡por fin! la atendió. El museo, obvio es decirlo, mandó a especialistas a corroborar la autenticidad del que acabaría siendo el segundo hallazgo en poco tiempo: el Panel 28 de Struggle, serie a la que ahora apenas le faltan tres cuadros para ser completada, sobre la que Jacob dijese: “Son las luchas de un pueblo para crear una nación y su intento por construir una democracia”, a partir de acontecimientos clave que ocurrieron entre 1775 y 1817 en Estados Unidos. “No sabía que tenía una obra maestra en el living de casa. Los colores son bonitos, pero está un poco gastado; no me parece nada del otro mundo”, explicó la enfermera en sus 40s sobre la pieza de quien llamaba a su estilo “cubismo dinámico”, nacido en 1917, muerto en el 2000. Pareceres aparte, ahora ambos cuadros encontrados –prestados por sus respectivos propietarios– pueden disfrutarse en el Museo de Arte de Seattle, donde la muestra permanecerá hasta fines de mayo, para luego seguir camino hacia otras galerías norteamericanas, conforme está previsto. Quién sabe, acaso en su curso, otros despabilados den pistas sobre dónde encontrar las piezas faltantes, cada vez falta menos para el cartón lleno.