Podría decirse que Joann Sfar es algo así como el rockstar del cómic europeo: con su millón de ejemplares vendidos en Francia y sus libros multipremiados, con su insignia de ex Charlie Hebdo y de best seller del New York Times, con su universo de fantasía expandido al cine e incluso a los juegos de roll, ha convertido en un gran suceso prácticamente cualquier cosa que haya editado.
Una obra extensa y lúdica que incluye títulos como la famosa serie La mazmorra, El gato del rabino –que acaba de anunciar edición argentina vía Hotel de las Ideas– o Vampir –sobre un vampiro sentimental que solo muerde con un colmillo para no lastimar tanto a sus víctimas–, ha convertido al francés en uno de los autores más amados de Europa, incluso, para un público que nunca antes se había acercado al cómic como medio. Ya sea con esos libros a la vez telúricos y contemplativos que mezclan ciencia ficción y humanismo, ya sea con sus películas donde no solo adapta sus propias historietas, sino también las vidas de otros, como la de su héroe Serge Gainsbourg, con una biopic libre y ensoñada que lo consagró como director de cine en 2010.
“En el fondo, en el centro de mi obra está la idea de cuánto tememos no ser como los demás, cuando la realidad es que todos somos monstruos”, dice Sfar, que de adolescente inventaba juegos de rol basados en relatos de Lovecraft y ahora tiene el suyo –pequeño suceso en Francia– donde el objetivo de los jugadores es “esconder la monstruosidad”, por ejemplo, ser un anfitrión de Airbnb sin comerse a los turistas. A partir de hoy, y gracias al Bafici, es posible ver su última aventura cinematográfica: Petit Vampire, su tercera película como director y, en su opinión, la más autobiográfica. Una película animada, de terror lúdico y alegre, basada en su héroe homónimo de finales de los noventas, que llega accidentalmente a tiempo para niños y adultos que sufren los embates de un larguísimo aislamiento.
Como todos los niños, el pequeño vampiro cree que ser un niño es fenomenal, el problema es que él lleva siéndolo más de 300 años. A pesar de que vive en una casa embrujada espectacular, con una completa cinemateca de películas de terror y repleta de monstruos adorables –perritos fantasmas, zombies amistosos, frankensteins ingenuos, mascarones de proa parlantes– el niño vampiro se siente solo. Vive en confinamiento, es el único niño vampiro del mundo y además de estar muerto, ya está muerto de aburrimiento. “Uno aprende jugando, y los libros y los cómics son juegos también. Cuando sos adulto, lees por placer, pero cuando sos niño lo hacés para buscar tu lugar en el mundo. Desde niño dibujo de manera obsesiva, es el centro de mi existencia. No se trata de desarrollar la parte estética, sino de contar historias, dar vida a personajes como lo hicieron nuestros antepasados con los tótems”, dice Sfar, sobre su emprendimiento orientado al público infantil, al que le interesaba dirigirse sin condescendencia y sin abandonar ninguna de sus preocupaciones habituales: la religión, la soledad, la filosofía, los grandes clásicos, incluso el erotismo, pero sobretodo la imaginación desbordada. “Los trazos con los que dibujo al pequeño vampiro son muy sencillos porque quiero que los niños me imiten y creen sus propias historias a partir de él. Es importantísimo que los niños se cuenten sus propias historias para descubrir quiénes son, que usen las historias para construirse”, dice el autor. El cómic de Petit Vampire ya era un capítulo más de una genealogía vampírica en la obra de Sfar, parte de una saga paralela pensada para los niños, que acompañaba los libros de Vampir, el vampiro sentimental, y ahora también de Aspirina, la vampira rebelde y millenial que acaba de estrenar sus aventuras en solitario.
“Habla de la vida con las herramientas de la muerte”, adelantan las contratapas de los libros de Sfar. Cuenta que su madre murió cuando era muy niño, que como nadie se atrevía a darle las malas noticias le dijeron que se había ido de viaje a un lugar incierto, y que así, soñando con esos mundos posibles, floreció su poderosa imaginación. Dice que mientras su padre, judío ortodoxo, se convertía en un joven viudo extremadamente religioso y pragmático, él se convertía en un chico solitario y soñador –y un poco brutal, digamos todo: su juguete favorito era una mini guillotina que le compró su abuelo antes de que se descontinuara en toda Francia– con un pie en el mundo real y otro en el mundo imaginario. “La muerte es algo que me acosa desde la infancia: desde que era pequeño tuve que visitar un cementerio ruso en Niza donde estaba mi madre y ahí también estaba la tumba de un niño. Empecé a pensar que igual como se hablaba de vampiros adultos existían vampiros niños y el que yo imaginé para mí era un personaje bueno que me ayudaba a hacer los deberes y cosas parecidas".
La adaptación al cine de Petit Vampire, que retoma las primeras aventuras del personaje del cómic y el temprano imaginario del autor (antes también se adaptó a una colorida serie de televisión), le llevó a Sfar siete años de producción, llegó a estrenarse en Francia apenitas antes del cierre de los cines y es un homenaje a los chico solitarios, a las amistades peculiares, a su infancia propia y a las películas de terror que lo formaron sentimentalmente. Ya saben, es común que las películas animadas tengan una consigna vendedora de encabezado: que los niños la amarán igual que los adultos. Pero en este caso, sin duda que la afirmación es honesta. Petit Vampire es una historia divertida para niños, especialmente si son niños un poco melancólicos –y también para adultos idem–, con una animación retro, minimalista y surrealista que parece remitir a una Europa idealizada, acaso apócrifa, y excelente para cazareferencias cinéfilas, que pueden encontrar ahí amorosas citas desde el expresionismo alemán hasta la Hammer.
Petit Vampire se puede ver hoy a las 19, en el Museo Sívori; el sábado 27, a las 19.15, en el Museo Larreta, y el domingo 28 en la Usina del Arte. Estará disponible online desde hoy hasta el martes 23.