“Tener una vida es un milagro. Existir. Cada momento trascendente y cada momento insignificante”, clama la voz en off de La vida extraordinaria durante el monólogo que da inicio a la obra. Pocos se hubieran animado a discutir, incluso hace dos años, que algo de milagroso hay en esto de estar vivos, pero después de un 2020 en que “la enfermedad” cobró un protagonismo inusitado, el asombro por el sinsentido que es vivir se refuerza. Toda obra de arte, cualquiera sea su lenguaje, admite relecturas. El teatro, con sus cuerpos presentes como condición mínima de existencia, tiene casi por definición la capacidad de actualizarse en cada nuevo encuentro con el público. Quizá sea exagerado decir que hubo una obra antes y otra después del acontecimiento más relevante que nos tocó atravesar como humanidad en este siglo, pero tampoco es descabellado: en la temporada que comenzó en enero pasado y que se extenderá todo lo que permitan estas nuevas circunstancias, la pieza tiene connotaciones inimaginables para quienes fueron sus espectadores en el Teatro Nacional Cervantes durante 2018 y 2019. “Creo que siempre ante un nuevo contexto el espectador relee una obra para que dialogue con el momento. En la posibilidad de ir al teatro, que en definitiva es la posibilidad de habitar un mundo otro, uno busca una suerte de poder profético, como si el teatro pudiera decirnos algo sobre el mundo en el que vivimos. En este sentido, el componente emocional y los elementos de ciencia ficción de la obra se pusieron en relieve, están tal vez más por encima que en otros momentos”, analiza Mariano Tenconi Blanco, director de esta obra estrenada hace casi tres años que, en su reestreno en Timbre 4, al igual que en sus dos temporadas anteriores en el teatro nacional, agota entradas de manera veloz.
Hay varios elementos que hicieron y hacen de La vida extraordinaria un suceso muy particular en la escena porteña. La puesta parte de un texto prodigioso (ganador del Concurso Nacional de Obras de Teatro en 2017) que admite ser leído casi como una novela. Suerte de Boquitas pintadas del teatro contemporáneo, La vida extraordinaria está hecho de diversas tramas textuales: la historia se teje a partir de la voz en off que enmarca el relato –a cargo de Cecilia Roth–, de los diálogos entre las protagonistas, de las cartas que se envían cuando una se muda a Buenos Aires y la otra queda en Ushuaia, los poemas que leen en público y las lecturas de sus diarios íntimos. A través de estos elementos, Tenconi construye el universo de Blanca Fierro (Lorena Vega) y Aurora Cruz (Valeria Lois), dos amigas íntimas sistemáticamente decepcionadas por los varones de sus vidas, que encuentran tanto en la lectura como en el universo cómplice que construyen entre sí el antídoto perfecto a los desencantos. Vega y Lois son dos actrices que, como las buenas amigas que interpretan en la ficción, por separado son increíbles pero juntas se potencian: verlas actuar el texto de Tenconi es ser testigos de un hecho artístico que no se repite muy a menudo, porque es la suma de muchas búsquedas obsesivas por alcanzar la perfección escénica. Sumado a esto, la música en vivo de Ian Shifres y Elena Buchbinder, que colabora con la teletransportación al mundo maravilloso de la ficción.
Después de un año de encierro en el que sobre todo se dedicó a leer, a escribir y se aferró a las clases de dramaturgia que dicta con Nacho Bartolone, Tenconi se animó a volver al ruedo con esta obra creada con su compañía Teatro Futuro, conformada por él junto al músico Ian Shifres y la productora Carolina Castro. El equipo sentía que todavía tenía mucho camino por recorrer y volvió a Timbre 4, donde el año pasado, antes del aislamiento, habían llegado a hacer dos funciones de lo que debió haber sido una temporada más extensa. “Al principio teníamos nuestras dudas, porque reestrenar implicaba hacer un gran movimiento y no sabíamos cuánto iban a durar los teatros abiertos: siempre encontrabas a alguien decía ‘en febrero vuelven a cerrar’ o ‘en marzo se corta todo’ y obviamente nos preguntábamos si tenía sentido”, cuenta Mariano. Finalmente, en enero se largaron. “No hicimos muchos ensayos previos, esta era una obra que estaba fresca. Las actrices hicieron algunas jornadas para repasar letra, luego tuvimos un solo ensayo general”.
Igual que los espectadores a los protocolos de entrada y salida de la sala y al barbijo durante toda la función, la obra tuvo que ir amoldándose a la nueva realidad. “Estrenamos con un 30% de aforo. Y fue raro: quizá porque el público estaba más tímido, más contenido en un principio, o por la cantidad de espacios vacíos. Pero, cuando pudimos pasar al 50% de aforo algo volvió a armarse, esa situación más festiva a la que estábamos acostumbrados. Parece una pavada, un número, pero lo cierto es que poder sumar algunos espectadores más cambió un montón el clima”, cuenta.
¿Cuál es la vida útil de una obra, hasta cuándo tiene sentido seguir haciéndola? O, mejor dicho, ¿qué es lo que la mantiene vigente? “Creo que la permanencia de una obra se puede pensar en varios niveles. En términos artísticos, sigue teniendo sentido hacerla en tanto tenga un diálogo fecundo con el contexto en que se inscribe. Por otro lado está, obviamente, el factor humano, el equipo. Como director acompañé mucho el proceso de crecimiento de La vida extraordinaria pero la obra, hoy por hoy, puede seguir sin mí. En ese sentido, va a seguir haciendo funciones en la medida en que el equipo que está de cuerpo presente durante las funciones tenga ganas de seguir haciéndola”, reflexiona Mariano. Y, entre risas, cierra: “Hicimos dos temporadas muy cortas en el Cervantes y la sensación es que siempre quedó mucha gente con ganas de verla. Así que ahora tenemos ganas de hacer una de esas temporadas históricas de Buenos Aires, de marzo a diciembre. Sé que este no es el año para planificar nada pero, en la medida que se pueda, apuntamos a eso.”
La vida extraordinaria se presenta los sábados a las 21.30 y domingos a las 17 y 20.30, en Timbre 4, México 3554. Más información y compra de localidades en www.timbre4.com