El otro día tomaba un café con mis hijos y aproveché para hablarles de las ventajas del “sí… pero”. Me pareció que era un consejo que les podía servir para toda la vida. Obviamente, ellos me miraban con desconfianza. Es que hablar con los chicos de hoy es complicado. Las charlas son una mezcla de bombardeo informativo, nuevas tendencias, preguntas incómodas, feminismo, peronismo y todo lo que rodea a una mente fértil como la de ellos.

El “sí, pero” es mantener una actitud crítica con todo. Aún con las cosas con las que uno comulga más o menos abiertamente, bancando las banderas de una lucha pero no tanto la metodología. O al revés. Es también una forma de mantener cierta independencia ante los movimientos masivos o ante aquellos que están tan en vigencia que parece imposible sustraerse, y menos estar en contra.

No soy el inventor del siperismo pero le puse nombre, así que tengo el copyright. Mucha gente lo sabe y por eso en las marchas me corean a manera de reconocimiento. Aunque quizá no sean coreos sino puteadas. Es que ese estado de actitud crítica puede ser confundido con la traición. O con una posición cómoda y peligrosa. En épocas de talibanismo ideológico, de cancelaciones y de confusión, ser siperista es todo es un desafío.

Pero, Chiabrando, ¿el “sí, pero” no es lo mismo que la actitud tibia del progresismo o la de lavarse las manos de las izquierdas pastoriles? Claro que no. El siperista, aún en disidencia, milita desde su trinchera. Un siperista puede ser orgánico. Yo lo soy. Ante el enemigo cierro filas, siempre. Y cuando habla la Jefa la vivo como en una cancha. Luego, dudo, y existo.

El siperismo ayuda al crecimiento de los espacios políticos. Es tratar de ver y entender en medio del ruido de las ideas. Es que los movimientos te prefieren sumiso. Y es más fácil ser sumiso que crítico, claro. Además, uno se evita enemigos. A veces lo desearía, pero no me sale.

Lo mejor para ser siperista es no estar comprometido con dinero ni cargos. El siperista debe ser independiente. En caso de que me ofrezcan un ministerio, esta grabación se autodestruirá en cinco segundos. También se aceptan pautas publicitarias, compra masiva de mis libros o whisky. El siperista es también un ser humano, y débil como tal.

El riesgo del siperismo es volverse un “pasota”, alguien que se siente más allá del bien y del mal, uno de esos tipos que se apoyan solo en lo teórico y nos miran desde lo alto. O uno de esos esos intelectuales medio de izquierda que cuando cayeron los socialismos te hacían ojitos como diciendo “viste que yo te lo dije”, y se iban taconeando con orgullo.

En el siperismo se milita desde el sí. Cuando hay que marchar, se marcha. Y cuando hay que decir no, se elige el momento y el lugar. El siperista nunca milita el descontento, nunca asume el rol de opositor, de negador serial o de resentido. Y no es un purista estancado en un modelo idealizado, de ideas viejas e inexistentes. El siperista cree que los movimientos deben saber cambiar y adaptarse, igual que las personas.

El siperista no sabe: aprende. Y duda sobre lo que cree. Se contradice con frecuencia y sin dramatizar. No es sencillo meterse todos los días en el barro de entender y pertenecer al peronismo, a la izquierda, al feminismo, a veces al mismo tiempo. Tres sustantivos que podrían ser otros pero la ensalada ideológica sería más o menos de la misma intensidad y complejidad. Un lío de aquellos que te puede llevar puesto a la primera ocasión. O hacer que de pronto te veas en un rincón aprobando a lo pavo. O negando a lo pavo, que es igual de necio.

Ser un buen siperista exige trabajo y estudio porque querrán anularte o ignorarte. Pero al buen siperista no lo podés mandar a estudiar porque está estudiando siempre. No lo podés mandar a deconstruirse porque es la deconstrucción misma. Claro que se deconstruye como se le da la gana y no como quieren los otros. Y no lo podés ignorar porque él no te ignora a vos. Es el grano en el culo de las ideologías.

Hay un momento en que hay que pisar el freno y revisar detalladamente lo que se piensa y dice. Es cuando los planteos de uno se rozan a los de la derecha o a las de los que hablan por hablar. Allí no hay que retroceder, al contrario. Hay que dotar de más fundamentos tanto al “sí” como al “pero”.

Es que la derecha tiene la ventaja de no poner reparos en decir lo que piensa y ser políticamente incorrecta, mientras que nosotros no decimos lo que pensamos por miedo a ofender a un esquimal o a la familia real holandesa, y además censuramos a los que lo dicen, aunque sean del palo. Porque el siperista defiende la incorrección política entre tantas ideas pasteurizadas. ¿Y si se ofende alguien, Chiabrando? Sencillo. Que cambie de canal.

Complicado, ¿no? Decís lo que pensás y de pronto te encontrás diciendo casi lo mismo que un facho asqueroso. Claro que uno busca lo contrario. ¿Entonces? Qué lío. Ahí no queda otra que recurrir a los libros, a las fuentes, a los pensadores que transgreden y a una mirada profunda sobre lo que se sabe. Siempre dudando.

No hay que confundirse con el noperismo, que batalla desde la negación. Es el que te dice: “y… entre el Mamerto y Alberto yo voto a Alberto, pero los peronistas son todos…”, y te larga una ristra de quejas viejas y apolilladas. Es el que cree que este país es una mierda, y no por él sino por nosotros.

Una ventaja de ser siperista es que uno puede estar frente a fundamentalistas de cualquier movimiento o colectivo, y ante una argumentación, decir: “qué pavada, por favor”. O “hay que dejar de victimizarse”, que es mi preferida. Prueben, es terapéutico. Igual conviene tener algún sofisma a mano por si hay que salir del apuro. Del estilo: “si el hombre contemporáneo se delineó en el romanticismo, no es fácil pedirle que se deconstruya en una época barroca y post-analógica”. Y chau, los obligaste a ir a estudiar.

Por último, el “sí, pero” es como el antivirus de la computadora. Se debe actualizar cada día. Sólo así es posible decirles a tus hijos cosas que van contra la corriente y que no te traten de retrógrado. Pero mis hijos me entendieron. Y no es que me dieran la razón. Me entendieron con un “sí, papá, pero…”, como corresponde.

Y dígame, Chiabrando, usted que es tan sabio: ¿todos podemos ser siperistas, Chiabrando? Sí, mi amigo, pero…

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